@D.V./ Año tras año, la batalla a tomatazos entre romanos y cartagineses ha crecido hasta convertirse en uno de los momentos estelares de las Fiestas de Sant Bartomeu. Así, faltaba media hora para el inicio de la batalla y centenares de curiosos, turistas y portmanyins, atestaban el paseo marítimo de s’Arenal expectantes. Pocos minutos antes de las ocho de la tarde, los contendientes se presentaron en el campo de batalla: unas decenas de contendientes en cada bando y 4.000 kilos de tomates maduros dispuestos a ser usados como arma arrojadiza.
“Ha llegado el momento de intentar entablar negociaciones para evitar la guerra” proclama el ‘speaker’ mientras los embajadores de ambos bandos se reúnen para negociar. En ese momento, un runrún de profunda inquietud sacude al público: ¿y si resulta que al final se ponen de acuerdo y no hay guerra de tomates? Afortunadamente, las negociaciones fracasan. “¿Queréis guerra?” pregunta el speaker. “¡¡¡Siiiii!!! ¡¡Uh!! ¡¡Uh!! ¡¡Uh!!” aúllan ambos bandos. No hace falta extenderse más, la batalla está servida.
Llega la hora de la verdad. Los soldados se abalanzan sobre los tomates y éstos empiezan a volar de bando a bando en una auténtica ordalía vegetal. Algunos se ocultan tras los escudos y aprovechan algunos ratos muertos para contraatacar, otro se ofrecen a pecho descubierto, dispuestos a recibir todos los tomates que sean necesarios. Pronto, un intenso olor a ensalada se apodera de toda la playa y, a pesar de que existe la consigna de que no hay que disparar al público, al final es inevitable que salpicones y algún tomate rebotado caiga sobre los que asisten al espectáculo en primera fila y que fotografían con fruición el evento.
Finalmente, tras veinte minutos de furia tomatera -mientras en los altavoces suena a todo volumen una música fde chill-out folclórico- los contendientes, exhaustos, se retiran del campo de batalla dejando tras de sí un apocalíptico escenario teñido de rojo. El público se disuelve mientras ya se huele la carne y los pinchitos que se está preparando para la fiesta nocturna en s’Arenal, en el que rock’n’roll toma el relevo a la recreación de la lucha a muerte entre las huestes de Anibal y Escipión el Africano, civilizaciones antiguas nacidas en el Mediterráneo que se disputaron Sant Antoni antes de que se hicieran con ella los descendientes de las tribus de Albion.