V. R. · Fotos: Moisés Copa / Cuando la inventiva futbolística local parecía agotada, llegó el Barcelona. A Ibiza. A jugar. A ganar. Y lo consiguió. Con más sufrimiento de lo inicialmente esperado, pero, de todas formas, como cabía prever por la calidad y la categoría de su plantilla. Lo contrario hubiera sido un tachón demasiado grande para el recién aterrizado Quique Setién. Una mala manera de comenzar.
Jugoso capítulo jamás visto en la isla e ideal para abrir el apetito de la afición hacia un proyecto con denominación de origen que, al fin, parte desde la seriedad. No hubo sorpresa. Ganó el grande. El espejo de Europa, por su fútbol, por sus estrellas, por su modelo… Lo normal, aunque solo por 1 a 2.
En Ibiza, sinceramente, el resultado daba igual. Las caras de los abuelos, que no se lo creían. De la chiquillería, endiabladamente gritona. De las madres y de los padres, que los contenían mientras compartían la ilusión y la emoción del momento.
De la juventud, que ha bailado como nadie al son de los goles. De ese día en que un campeón de Europa jugó en su estadio, en Can Misses, justo al lado de sus casas. Vivirlo en familia, entre amigos. Eso era hoy lo importante. No lo olvidarán.
El partido, el auténtico, se ha jugado en la grada. Es donde ha estado lo más entrañable del fútbol, el encanto real de la eliminatoria y de una Copa del Rey que ha traído a la Isla a uno de los mejores clubes del mundo. En el reflejo encendido de la pupila cenicientista de la hinchada, que siquiera ha parpadeado. Hasta que la carroza se ha vuelto calabaza.
Más allá de los goles, de los pases, del juego o del fuera de juego, el espectáculo lo ha generado el ambiente, con récord histórico de asistencia a un encuentro de fútbol en la Isla, 6.500 personas. Del choque se pueden decir muchas cosas. Que se impuso la lógica. Que no hubo bombazo… Pero del mismo cabe extraer como conclusión que el pueblo quiere fútbol, y del bueno.
Que tomen nota los responsables de las instituciones. Sobre todo aquellos que se han subido al tren de repente, con cierta ventaja y por la repercusión del partido, el nombre del rival y, lo más penoso, para su propia promoción.
Sobre el campo, el Barcelona estuvo tan correcto como soso. Mejor cuando se hizo al terreno de juego. Lo que viene siendo habitual, vamos, cuando no juega una semifinal de Champions o una final de la Copa del Rey. Y es que le faltaba su estrella, un Messi al que en algunos momentos sus compañeros han debido tener en falta cuando se veían por detrás en el marcador.
Con el campo hasta la bandera, el equipo local se ha sentido más arropado que nunca. Muchos aficionados estaban en los alrededores del estadio desde tres horas antes del inicio del partido. La marea celeste se repartía por los accesos, mientras otra parte importante aguardaba la llegada del autobús del conjunto local para dar la bienvenida a sus jugadores y hacerles sentir su cercanía desde antes incluso de que bajaran del vehículo.
Todo apuntaba a una tarde memorable, refrendada después con un partido bonito en el que, además, muchos culés han dejado de serlo por unas horas para sumarse a la ola de un Ibiza que sigue creciendo como institución y que se ha ganado el cariño y el respeto de una isla más que de una ciudad solamente.