David Ventura/ Son las dos de la madrugada y unos cincuenta periodistas estamos esperando delante de la entrada de Amnesia, junto a la tienda de souvenirs y merchandising de la discoteca. Nos han dicho que la celebrity Paris Hilton está al caer, hemos tomado posiciones frente al photocall y miramos de reojo las limusinas y los Hammer tintados que van llegando al parking de la discoteca. El plan es que Paris Hilton llegará, presentará su colección de bolsos en la tienda de Amnesia y a continuación posará ante nosotros en el photocall, donde la podremos retratar a placer, y allí una televisión británica le hará unas cuantas preguntas. Posteriormente entrará en la discoteca donde entre las tres y media y las cinco “pinchará” en la fiesta de la espuma.
¿Por qué estamos aquí? Bueno, la Hilton es una celebridad mundial. Saltó a la fama por ser obscenamente rica, por sus apoteósicas borracheras y por unos videos marranos que circularon por internet. Paris Hilton es la última generación de otras socialités como Barbara Hutton, quien en la década de los 40, 50 fue la mujer más rica del mundo y convirtió su vida en una ordalía de despilfarro, con esas fiestas en su palacio de Tánger que duraban una semana seguida, o aquella mansión japonesa que se hizo construir en Cuernavaca. La Hutton, en su momento, se casó con el célebre playboy Porfirio Rubirosa, quien según Truman Capote tenía un pene de 30 centímetros de longitud y del grosor de la muñeca de un hombre adulto. El matrimonio duró 53 días. Digamos que Paris Hilton es la nueva encarnación 2.0 de la Hutton y esa maravillosa estirpe de herederas norteamericanas muy atareadas en gastarse a velocidad absurda cantidades astronómicas dinero.
Mientras espero a la Hilton, un grupo cada vez más numeroso de curiosos se añaden al grupo de reporteros gráficos. A mi lado hay dos muchachas, Nerea y Zaida, que esperan con efervescente expectación la llegada de la heredera. “¿Es verdad que viene Paris? ¡Que fuerte! ¡Queremos hacernos una foto con ella!”. Tienes los antebrazos cubiertos de pulseras con descuentos, cintas, pases de discotecas y otros abalorios. Comentan que cuando vuelvan al barrio, sus amigas rabiarán de envidia: ¡En Ibiza y con Paris Hilton!
Finalmente, con un retraso de sólo tres cuartos de hora -y no es ironía, pensaba que tardaría muchísimo más- Paris Hilton se encarna ante nuestros ojos. Después de echar un vistazo a los bolsos que se exponen en la ‘Amnesia-store’ -a los periodistas nos mantienen fuera de la tienda y apenas la vemos, rodeada por unos guardaespaldas que son auténticos armarios roperos- la celebrity finalmente emerge ante nosotros y se sitúa en el photocall donde es ametrallada con el incesante traqueteo de los flashes.
Hilton se comporta como una auténtica profesional. Posa, primero de un lado y luego de otro. Nos mira, alternativamente, a todos y cada uno de nosotros. Ahora un escorzo. Ahora un giro para posar de espalda y marcando un poco el culito. Luego escorzo por otro lado. Sonríe. Primero sonrisa tímida, luego enseña un poco los dientes. Parece que se retira pero le pedimos que no, que un poco más, y ella accede, toda amabilidad. Giro, escorzo, mirada de soslayo, mirada pícara, sonrisa, otro posado más, no se cansa. ¿Cuantos photocalls habrá hecho a lo largo de su vida? ¿Centenares? ¿Miles? Lleva un vestido ajustado, plateado y con azules, y un pedrusco tremendo en su mano izquierda. Una figurita arrancada del Upper East Side, un personaje de Gossip Girl. La Hilton.
La única televisión autorizada le realiza cuatro preguntas, que responde muy educada y con una enorme sonrisa, voz nasal y perfecta dicción va recitando una serie de obviedades:
-¿Por qué has decidido hacer de disc-jockey?
-Porque me encanta la música. Es una de mis grandes pasiones, junto con la moda.
-¿Y por qué has decidido pinchar en Ibiza?
-Porque es una isla que me encanta, la adoro. Por eso, cuando me propusieron pinchar en Ibiza, no me lo pensé dos veces.
-¿Qué música sonará esta noche?
-Música para bailar, feliz, que transmita buenas vibraciones, la música que me musca.
-Háblanos de la colección de bolsos que has diseñado. ¿Cómo los definirías?
-Es una colección sexy y glamurosa inspirada en mis viajes por todo el mundo.
Inmediatamente, loss gorilas se llevan a la diva que, como una melé de rugby o en lo que las legiones romanas denominaban “el movimiento de la tortuga”, la rodean y avanzan como un panzer atravesando el aparcamento situado en el lateral de Amnesia para acceder a la entrada que conducte a la zona VIP. Se desata, entonces, un momento de maravillosa locura. La Hilton y su séquito de protectores tropieza con la cola de gente que espera para entrar en la discoteca. Alguien grita: “¿Que pasa?” “¡Paris Hilton!”. Y se desencadena un pequeño maelstrom, la gente se lanza sobre la Hilton, los guardaespaldas tienen que abrirse paso a empujones y grupos de clubbers eufóricos gritan “Paris, party with me!!!” mientras la heredera sube la escalera hacia la zona VIP con una inmensa sonrisa y repartiendo besos a todos sus admiradores. Tras una exhalación, el reflejo rubio de sus cabellos desaparece por la puerta del VIP mientras unos brasileños gritan eufóricos que sí, que la han visto.
Y hasta aquí la crónica del día que tuve París Hilton a rozar. Posteriormente estuvo un rato por la cabina del disc-jockey, haciendo como que pinchaba y tocando un par de botones mientras a su lado estaban los disc-jockeys residentes, que eran los que pinchaban de verdad. ¿La música? El dance bullicioso que ahora está de moda, house amable y con los graves subidos que, a pie de pista, suena como un auténtico trueno.
Luego, pasadas las cinco de la madrugada, llega el gran momento. Paris se acerca al gran cañón que vomita la espuma sobre la pista. Realizan una cuenta atrás y la heredera hace los honores. Entre el calor sofocante que convierte la pista en algo parecido en un infierno, la espuma cae como maná del cielo. Euforia, brazos al cielo, aullidos de felicidad. Desde la plataforma, Paris bendice a los clubbers como una diosa del hedonismo.
Què dur és ser periodista …