@David Ventura/ Si nos vamos de paseo por Europa y hacemos un poco de turismo, advertiremos que en otros países se ha realizado un verdadero esfuerzo por preservar los objetos personales pertenecientes a reyes, jefes de Estado, líderes revolucionarios y otros prohombres del país. Un paseo por los Rijks Museum, el British, u otras estancias similares en Francia o Italia, nos permiten admirar la cubertería de las casas reales, la cuchara sopera de tal o cual rey, el anillo del emperador medieval, la pluma con la que se firmó un armisticio o el ajuar de la reina antes de pasar por el patíbulo. Nada de eso hay en España. En Viena es posible admirar el vehículo donde, una calurosa mañana de verano de 1914, el príncipe Francisco Fernando y su esposa fueron asesinados en Sarajevo. En su puerta se pueden contemplar los orificios de bala y su contemplación produce una sensación embriagadora: es como si la historia te agarrara del brazo. En España, en cambio, no nos queda nada de nadie y no hace falta remontarnos a muchos siglos atrás para comprobarlo. Por ejemplo, ¿por qué no nos queda casi nada de los objetos personales de los protagonistas de la Guerra Civil? ¿por qué en este país se desprecia de una forma tan consciente y premeditada la historia?
Preguntas que no sirven para nada, por supuesto, pero que me vuelven a la cabeza cuando leo en el periódico que el Azor, el barco que usó el dictador Francisco Franco para su esparcimiento durante vientisiete años, es la principal atracción de un motel de carretera de Cogollos, en la provincia de Burgos. ¿Cómo? ¿Perdón? ¿El barco de Franco en plena estepa castellana? ¿El ‘Azor’ como señuelo para un motel de carretera? Demonios… Esto no tiene ni pies ni cabeza. Es demasiado absurdo, demasiado delirante… En fin, no queda más remedio, no tengo más alternativa que someterme a este impulso que es más poderoso que yo. Carretera y manta de nuevo, Cogollos es el próximo destino.
Se encuentra en el kilómetro 222 de la carretera de Madrid a Irún. Conducir por la provincia de Burgos es un auténtico placer. El Azor se encuentra en el término municipal de Cogollos, un pueblo que no tiene ningún interés especial, pero cerca hay destinos muy interesantes: la barroca Lerma, el típico pueblo castellano de Covarrubias y Burgos capital, evidentemente, que se encuentra a escasos diez kilómetros. No hay excusas para no ir a Burgos, pero ver personalmente los restos del Azor es una tentación demasiado grande. Es muy fácil llegar: si se circula en dirección norte, de Madrid a Burgos, el Azor se encuentra a mano derecha, poco antes de llegar al pueblo de Cogollos. La salida está indicada y hay un cartel publicitario. El hotel, además, está junto a una zona de molinos eólicos. Es una mañana radiante y asciendo hasta el complejo hotelero y de restauración Azor. ¿Quien debe alojarse en este motel? ¿Nostálgicos? ¿Curiosos? ¿El barco de Franco atrae a clientes? ¿Cómo está integrado el barco en el hotel? ¿Se puede dormir en su interior? ¿Es posible una visita guiada? ¿Podré hablar con los dueños? Preguntas que dejan de tener sentido cuando me topo con la realidad: el motel Azor está cerrado y el negocio ha sido abandonado, sus habitaciones están cerradas a cal y canto y el barco, abandonado a su suerte, se encuentra varado junto al enorme rótulo de neón que reza MOTEL (en amarillo) AZOR (en rojo).
¿Cómo describir la situación? Cuando alguien llega a un motel que se encuentra a centenares de kilómetros del mar, lo último que espera encontrarse es un barco de 47 metros de eslora. Y si además, es el barco en el Franco pescaba atunes cada verano, entonces apaga y vamonos. En este escenario, el Azor se asemeja a un buque fantasma, una nave infernal y herrabunda. Para añadirle un punto de sordidez a la escena, la hilera de habitaciones adosadas tiene el mismo aspecto que el Motel Bates y sólo falta la casa gótica en lo alto de la colina desde donde nos observe la mamá de Anthony Perkins. El viento me azota la cabeza y no es casualidad que hayan instalado un parque eólico por las inmediaciones. Intento recordar la historia de este barco.
Fue botado en 1949. Durante veintiséis años fue el barco de recreo del sátrapa. Su presencia era habitual en el NO-Do cada verano. La voz en off decía aquello de “Su Excelencia el Jefe de Estado está disfrutando de unos días de merecido descanso a bordo del Azor, donde se entrega a una de sus pasiones: la pesca”.Y el cansado asesino ofrecía su perfil más favorable a la cámara y ensayaba su último disfraz: el de viejecito entrañable, padre y abuelo ejemplar, el hombre cándido con pinta de no haber roto nunca un plato, tan inofensivo que parece pedirle perdón a los atunes que pesca con asombrosa pericia. Las voces malidicientes afirmaban que todas esas capturas eran una farsa y que, en realidad, unos hombres-rana amarraban los atunes a la caña del dictador. Personalmente, no creo que debamos dudar de las habilidades pesqueras de Franco. Si alcanzó la excelencia en dar muerte a perdices y a seres humanos, ¿por qué no iba a tener la misma habilidad con los atunes?
Con la muerte de Franco, el Azor cae en desuso pero la armada española se encarga de su conservación. En 1985, el presidente del gobierno, el socialista Felipe González, utiliza el Azor en sus vacaciones de verano, lo que le granjea unas críticas casi unánimes. El barco recala en El Ferrol hasta que es adquirido en 1992 por el excéntrico empresario Lázaro González, que tiene ambiciosos proyectos para el Azor: convertirlo en una discoteca flotante, llevarlo a Marbella y hacer de él un pub de moda. Nunca consiguió los permisos. Llevó el tema a los juzgados y estos le dieron la espalda, pero Lázaro no se desanimó y lo intentó de nuevo: serró el Azor en tres partes y los trasladó a un terreno junto a la autopista de Burgos, luego las soldó y junto al barco construyó un motel y un asador. Su cabeza bullía de ideas. Pensó en convertir el interior del Azor en una especie de mueblé, jugar con el morbo que produce acostarse en el mismo camarote donde lo hacía Franco. En un reportaje publicado en el Diario Córdoba el 29 de agosto del 2003, el empresario se expresaba de esta manera: “las parejas estarían dispuestas a pagar el oro y el moro por poder decirles a sus amistades: nos hemos pegado el lote en la habitación del caudillo. Aunque a ustedes no les pongan Franco y Carmen Polo, tengan en cuenta que hay gente con gustos sexuales muy raros”. Por desgracia, el negocio no cuajó. Posteriormente, González traspasó el negocio a un matrimonio que, al parecer, renunció a utilizar el barco como picadero bizarro y se limitó a intentar explotar las habitaciones y el restaurante. Un negocio que, en el año 2010, cerró sus puertas.
Visto de cerca, el Azor impresiona. Al margen de su significado histórico, la visión de un barco varado en medio del desierto es una imagen de una innegable fuerza poética. Desvencijado, con la pintura descascarillada, su interior está en ruinas y los camarotes ya no conservan ninguna de sus maderas nobles, sino que todos los muebles, aparatos y maquinaria han sido arrancados. El compartimento interior, donde el Caudillo y su mujer se paseaban en zapatillas, ahora parece un almacén de trastos viejos con vigas de madera, tubos de plástico, potes de pintura vacíos, cables y colchones cubiertos de polvo. El interior del barco no tiene la épica siniestra del buque fantasma, sino que es más parecido a un chamizo donde se haya refugiado un sintecho. El Azor no transmite la sensación de ser el hogar de un maníaco homicida. Un sádico criminal paseó por esta misma cubierta pero la piel no se me pone de gallina, no siento el estremecimiento que, se supone, tenemos que sentir ante espacios así. Es como si nos encontráramos ante un Genio del Mal doméstico, de andar por casa, familiar
Lo que resulta realmente extraño y siniestro es la ecuación Barco de Dictador + Motel Siniestro alEstilo Bates. El motel es digno de ver: una fila de habitaciones adosadas, de planta baja, que constan de una puerta y una ventana. Nada más. Al estilo norteamericano, el típico motel de carretera, el motel que Nabokov con su ‘Lolita’ puso en el cielo literario como hogar de los desarraigados, de los que huyen por un delito inconfesable, el refugio de los amores proscritos, el nido de amor de las parejas que dan nombres falsos en la recepción. Moteles que carretera que tendrían una relectura siniestra con ‘Psicosis’ de Hitchcock. Un motel que debe transmitir diez años de infortunio, soledad y desgracia a todo huésped que pase una noche bajo su tejado. Un motel que, ya de por sí, es más feo que un demonio, si lo sitúas junto al barco del dictador en la estepa castellana entonces se convierte en una bomba atómica de mal rollo de una fuerza absolutamente demoledora. No me imagino mejor sitio para realizar un crimen o para depositar una maleta que contenga los restos mutilados de nuestra primera novia.
P.D.
Vi al Azor en noviembre de 2010. Hoy, ya no existe. Fue adquirido por el artista Fernando Sánchez Castillo y convertido en material de desguace, en cubos de chatarra prensada y las expuso en el Matadero de Madrid en el marco de una actuación conceptual sobre una reflexión de la historia convertida en chatarra y no-se-qué más. La especialista de arte moderno Estrella de Diego, escribió en El País que “Es increíble ver la Historia –con mayúscula- convertida en chatarra, una operación inteligente también desde el punto de vista de la propia historia del arte. De hecho, si en sus relecturas del franquismo el artista suele ser más literal, más narrativo, esta vez ha apostado por una obra a punto de ser minimalista, con homenajes a Arman y Nevelson, con la cual el espectador se da de bruces en la instalación. La obra es bella e inesperada y ahí reside lo irónico –nadie diría que es el Azor. Sólo un mástil maltrecho, a un lado, rompe el encanto de lo impoluto y la puesta en escena minimal, quizás porque la historia corre siempre tras de nosotros, hagamos lo que hagamos”.
Yo, como no soy entendido en Arte moderno, puedo decir tranquilamente que esta obra de Fernando Sánchez Castillo es una puta mierda y que esta destrucción del patrimonio histórico debería estar castigado con algo -más que con la cárcel, debería estar penado con la obligación de escuchar non-stop el desquiciado parlamento de Lucía Etxebarría al salir de ‘Campamento de Verano’ durante días, en plan Guantánamo, hasta hacerlo enloquecer de tal manera que vuelva al arte figurativo.
los criticos de arte contemporaneo son chusma, y lo de cargarse el Azor no tiene nombre