@David Ventura/ El periodista deportivo y filósofo Raúl Medrano afirma que los habitantes de las ciudades feas se caracterizan por ser tipos educados y agradables, mientras que los vecinos de las ciudades bonitas suelen ser estirados y redichos. Cuando Medrano me realizó este comentario elogioso acerca de los habitantes de las ciudades feas estaba pensando en Zaragoza, aunque no me parece justo calificar así a la ciudad aragonesa. Diría, más bien, que Zaragoza ha sido una ciudad desafortunada. Caesaraugusta, la ciudad de las cien torres, la Florencia española, el tesoro a orillas del Ebro, sufrió la brutalidad de los sitios de 1808 y 1809 -y también sufrió, por qué no decirlo, el heroísmo trasnochado e inútil de Palafox- que redujeron la ciudad a escombros. Posteriormente, la falta de conciencia acerca del valor del propio patrimonio histórico, la piqueta exterminadora del urbanismo franquista y algunas restauraciones desafortunadas, destruyeron lo que no se pudieron cargar los cañones franceses. El resultado es una ciudad que, dado su tamaño, tiene un patrimonio artístico y monumental discreto y una urbanización moderna que sólo provoca desconsuelo –y sirvan como atroces ejemplos la parte del Coso construida en los años setenta, el Paseo María Agustín y el de Sagasta, las calles de Hernán Cortés y Cortes de Aragón y, en definitiva, todo lo que se ha construido en los últimos sesenta años-.
Sin embargo… ¿qué significa que algo sea feo o que una ciudad sea fea? ¿Cómo definiríamos fealdad y belleza? Una ciudad está hecha para ser habitada y hacer felices a sus residentes, mientras que conceptos como belleza o fealdad están más en el ojo del que mira que en el objeto mirado, y están sujetos a los vaivenes que dictan los cambios de moda y de gusto. El Mausoleo de Halicarnaso era un montón de cascotes sin valor de donde los campesinos extraían ladrillos para ampliar su casa; la Alhambra fue durante siglos el hogar de gitanos y las gallinas corrían alegres por los mismos aposentos que ahora acogen rebaños de turistas; y el Modernismo Catalán, esos recargados edificios que eran como castillos wagnerianos plantados en medio de barrios burgueses, ese Palau de la Música del que Josep Pla pidió en diversas ocasiones su demolición, ahora es Patrimonio de la Humanidad. En resumen: las nuevas miradas nos permiten abordar de manera distinta edificios, calles y paisajes para recuperar, salvar y redimir unos barrios que nacieron con mal pie.
En mi opinión, el proyecto más interesante que se ha realizado de rescate y reivindicación de la arquitectura de los años del desarrollismo y el tardofranquismo lo protagonizó hace una década el colectivo que está detrás de la web Zaragozadeluxe.com, un trabajo extraordinario que, a la vez, es una declaración de amor a una ciudad. En esta página encontramos una cuidada de selección de algunos elementos de la estética característica de finales de los sesenta y principios de los años setenta. No es una irónica recuperación de la estética kitsch, sino que va mucho más allá. Zaragozadeluxe aplica su lupa a elementos urbanos que acostumbran a pasar desapercibidos: rótulos de comercios, mosaicos en bloques de apartamentos, decoración de los vestíbulos de las salas de cine… elementos que, como siempre han estado ahí, pasan inadvertidos a los transeúntes. Así, Zaragozadeluxe nos quita la venda de los ojos y nos invita a descubrir la belleza asombrosa que se oculta tras la fachada pop de la joyería Orleans, los techos y las marquesinas del pasaje comercial Ebrosa, la decoración OVNI del estanco de la calle Doctor Cerrada, el rótulo del Bar la Croqueta o la arquitectura del Pasaje Palafox.
Entre todas las propuestas estéticas que nos selecciona Zaragozadeluxe, hay una que me conquistó de inmediato y que ayudó a que me animara a acercarme a la capital del Ebro. Se trata de una ruta por cuatro iglesias construidas durante el tardofranquismo y que constituyen cuatro ejemplos deliciosos de arquitectura espacial aplicada con desigual fortuna. Cuatro edificios sorprendentes, impactantes y que son un ejemplo de todo un subgénero: el de las iglesias construidas en las barriadas durante los años del desarrollismo.
La más impactante es, sin duda, la Parroquia de San Pío X en el barrio de La Jota. Comparado con acierto con el Instituto de Energía Fotoatómica de Mazinger Z, este centro parroquial construido en el año 1973 es como un edificio del planeta Urano depositado en una barriada obrera. Esta iglesia naranja es todo un desafío a la capacidades descriptivas. Sobre una planta geométrica irregular, se planta una estructura caótica de módulos sobreañadidos que parece un cruce entre una nave espacial, una casa de ensueño del Mago de Oz y el fruto de la visión de un tripi. Un auténtico delirio que al visitante le provoca sorpresa, estupor y fascinación. No es el caso de los residentes del barrio, que han visto esta iglesia durante toda la vida y a la que no le dan más mínima importancia. No miento si digo que, probablemente, la Parroquia de San Pío X sea una de las iglesias católicas más extrañas y singulares del mundo. Frente al templo hay un descampado con unas bancos a la sombra, un columpio, un tobogán y una fuente de agua o, lo que es lo mismo, una pequeña ágora contemporánea donde comparten tertulia los jubilados, las amas de casa del barrio o los adolescentes que, al anochecer, se juntan para fumar y beber unas cervezas. Todos ellos se muestran indiferentes ante el tremendo Objeto Indefinible e Inefable que ha aterrizado en la plaza, invisible a todos excepto al visitante que se pellizca y exclama: “¡¡¡PERO ES QUE NO LO VEIS!!!”.
Si en este primer caso hablábamos de una iglesia que parece una nave espacial, en el segundo caso ya nos encontramos directamente con un OVNI, un platillo volante que ha aterrizado en el tejado de un edificio religioso. No exagero y me remito a la foto que acompaña este artículo: se trata de la Iglesia de Santa Mónica del barrio de la Romareda, uno de los pocos ejemplos que hay en nuestro país de la “arquitectura espacial”, esa extravagante variación de la arquitectura brutalista que, embebida de la estética de ‘2001 Una Odisea en el Espacio’ y de la Casa Futuro del finlandés Maati Suronen, se dedicó a construir edificios en forma de platillos volantes. A día de hoy, el exterior de la iglesia de Santa Mónica mantiene su capacidad de fascinación intacta y es, sin duda, el edificio más impactante y con mayor personalidad de todo el barrio de la Romareda, en dura competencia con el Palacio de Deportes. Todos los amantes a la ufología, los expedientes X, y todo aquel que sepa apreciar la belleza de lo extraño, caerá rendido ante este platillo volante religioso, ante el cual sólo cabe preguntarse: ¿el arquitecto insinuaba que Jesucristo era un extraterrestre? ¿nos encontramos ante un mensaje secreto de los seres de UMMO? ¿obedeció el ingeniero a las instrucciones de los Superiores Desconocidos?
Tampoco estaría de más hacer un catálogo de los pocos edificios de estética espacial que quedan por España para evitar que se repitan episodios tan desagradables como el derribo de la Biblioteca de la Facultad de Filosofia de la Universidad de Barcelona, una pequeña joya arquitectónica que no mereció la más mínima compasión por parte de las autoridades, que se comportaron con la chulería, la prepotencia y el desprecio habituales.
La siguiente parada en este viaje la realizamos en el Paseo Maria Agustín, en el mismo centro de Zaragoza, donde encontramos otro edificio singular: la Iglesia del Carmen, un edificio cuyo interior es casi tan fascinante como su exterior. La fachada del templo destaca por el afilado campanario que agijonea el cielo como un punzón; junto a este singular campanario se apoya un muro de ventilación con motivos geométricos y, tanto en el frontal como en el lateral de la iglesia, encontramos un atrevido collage de vidrios de colores. La visita al interior de la iglesia no tiene excusa, especialmente si se celebra un oficio religioso ya que el ambiente que se crea en su interior es impactante. La iluminación es muy ténue, casi vaporosa, con lo que el interior del templo y el altar se sumergen en una difusa nube amarilla que diluye los contornos de los objetos, mientras que las luces de colores del collage que ocupa toda la extensa pared derecha le dan al conjunto una atmósfera de boîte galáctica. En este contexto, escuchar la voz metálica del párroco deformada por el micrófono reververando en el eco de la estancia casi vacía, produce la misma impresión que escuchar por megafonía la llegada de una patrulla de cyborgs asesinos en una película de ciencia-ficción. Por supuesto, una visita cien por cien recomendable.
La última parada la realizaremos en la iglesia del Colegio Marianistas de Santa María del Pilar, situado en el Paseo Reyes de Aragón. Este templo tiene un acceso más complicado ya que, en principio, está prohibida la entrada a todas las personas ajenas al Colegio. Siempre se puede intentar tentar la suerte y entrar haciéndose el despistado, como aquel que no quiere la cosa, o andar a paso firme con la misma determinación que lo haría un trabajador o un interno del colegio o, a malas, se puede intentar razonar con el encargado de la seguridad, opción que es probable que esté abocada al fracaso. En el caso de no tener suerte, es posible ver el edificio de perfil tras las vallas del recinto. Con la Iglesia de los Marianistas nos encontramos con un edificio más ortodoxa que los anteriores pero que cuenta con un indudable valor arquitectónica y estético. Inspirada en el Unitarian Church de Frank Lloyd Wright, la entrada de la Iglesia del Colegio Marianista es una V de hormigón sobre una gran cristalera sostenida de vigas verticales. El edificio mantiene el equilibrio gracias a una especie de arco parabólico y es un prodigio de sencillez, elegancia y personalidad.
Son cuatro ejemplos de arquitectura religiosa que no pasan desapercibidos al visitante atento, a aquel que viaja con los ojos bien abiertos y libre de prejuicios, dispuesto a descubrir lo bello y lo insólito en lugares aparentemente anodinos. Visitar cuatro iglesias en una sola jornada es una experiencia que se debe rematar con unas tapitas y unas cervezas por el casco viejo y disfrutar de la sociabilidad y la amabilidad de sus conciudadanos. Evidentemente, Zaragoza jamás tendrá el patrimonio artístico de otras ciudades como Salamanca o Toledo, pero si se la trata con cariño y afecto puede deparar muchas sorpresas y grandes momentos. Zaragoza es la ciudad de Sergio Algora y Félix Romeo -que en paz descansen- y, cuando la visité, contaba con lugares como el bar Texas, la casa de comidas La Republicana, el cabaret La Plata o la sala de conciertos La Caja de Bombillas. Motivos de sobra para conquistar un rinconcito de nuestro corazón.
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Con respecto a la iglesia del barrio de La Jota megustaría hacer alguna precisión. Yo he vivido toda mi vida en el barrio, en un edificio enfrente de esa iglesia y es cierto que a nosotros no nos llama la atención como puede hacerlo a un visitante que lo desconozca. Sin embargo, su aspecto actual no es el originario. Fue pintado con ese color hace algunos años (no podría precisar cuantos) y se colocó la enorme cruz de la portada para mejor identificarlo (la gente se volvía loca buscando la iglesia cuando había una boda…). El color originario era pizarra, un tono oscuro mucho menos chillón que el actual. Además no existían las rejas metálicas que se pueden apreciar en la fotografía y que cierran una especie de pozos que iluminan y ventilan las dependencias del sótano (salas de reunión, despachos…). Esos pozos eran la delicia de los niños que jugábamos al escóndite en ellos y en general en todo el edificio, corriendo alrededor de él. Posiblemente no haya en el mundo una iglesia que haya sido más frecuentada por niños en sus juegos que ésta.