En su nuevo libro, El tiempo de los lirios (Ed. Periférica), Vicente Valero (Ibiza, 1963) guía al lector por la naturaleza y el arte de la Umbría italiana, con la fascinante figura de San Francisco de Asís como hilo conductor y una desbordante riqueza de referencias culturales y artísticas que van desde Giovanni di Pietro, Lo Spagna, a Benozzo Gozzoli pasando por Giotto, Hermann Hesse, Simone Weil o Pasolini. Erudición, humor cómplice y una narrativa cristalina, en un libro imposible de encasillar en un único género.
Valero y Periférica dan una alegría doble a los fans del ibicenco, ya que presentarán en breve una edición especial en tapa dura de Los extraños (Ed. Periférica) que conmemora el décimo aniversario de su lanzamiento en 2014.
Entremos al libro por su título, El Tiempo de los lirios, ¿qué significa?
Lo encontré en un escrito de Jakob Böhme, un místico del siglo XV, que denominó así a todo el movimiento milenarista, al que él se refería como el tiempo de los lirios [...un tiempo nuevo, espiritual, lleno de paz y justicia, de amor, con una Iglesia renovada…] Me pareció que describe perfectamente ese ambiente, aunque Böhme es posterior [San Francisco de Asís vivió en el siglo XIII].
En el libro, el lector le acompaña en su viaje por la Umbría italiana con San Francisco como figura central y compañero de viaje, pero ni es un libro de viajes ni un ensayo ni un diario, ¿qué es?
En los viajes siempre tomo notas, que la mayor parte de las veces se quedan en nada, salvo que haya algo que me haya atrapado y empiece a profundizar, que es lo que me pasó aquí. Me atrapó el hecho de que toda la región está impregnada de la figura de San Francisco. Empecé a tirar del hilo, con lecturas, estudiando cuadros, y a partir de ahí fue saliendo el libro… En realidad el viaje del que parte es del año 2016, imagínate…
¿Tenía un conocimiento previo, algo superficial, como cualquiera de nosotros, de San Francisco, o conocía más en profundidad su figura?
Sabía quién era y tenía una biografía de él, la de Chesterton. Pero hay una novela de Hermann Hesse, Peter Camenzind, que menciono en Enfermos antiguos, con un protagonista que había viajado a la Umbría. Descubrí que Hesse también había viajado mucho a la región y había escrito mucho sobre ello. Fue el hilo del que comencé a tirar.
Y, tirando de ese hilo, nos lleva por infinidad de referencias, más y más ramificaciones, ¿cómo consigue poner el freno y terminar el libro?
El freno es cuando dices: ¡ya no puedo más con esto, no puedo más! [ríe] De hecho, ahora, cuando ya estaba en imprenta, encontré una cosa nueva sobre San Francisco… Si la hubiera encontrado dos semanas antes la habría puesto en el libro. Porque esto no se acaba nunca, es infinito. Vas encontrando cosas, autores, cuadros o temas…
Paisajes, pueblos, iglesias, catedrales, pinturas… estoy segura de que muchos lectores han leído su libro con Google al lado, buscando todas esas imágenes.
Sí, claro. A veces uno piensa que estos libros podrían llevar muchas fotografías también, pero ya sería otro tipo de libro. Ya no sería el cuaderno que yo quiero, porque busco una intimidad. Hay páginas que son de investigación y páginas que podrían ser de un ensayo, pero, en realidad, enseguida me corrijo a mí mismo y digo no, esto es un cuaderno de viaje. Me interesa, sobre todo, hacer literatura, intento que mi libro sea un libro de literatura.
Sus libros no se pueden encasillar en un género concreto ¿Esto es algo buscado?
Intento hacer siempre algo nuevo. Primero, algo que yo no haya hecho y, segundo, algo que tampoco he visto que otros hayan hecho. Para mí cada libro es un reto e intento que cada uno, por sí mismo, tenga algo único. En Enfermos antiguos, por ejemplo, conté mi infancia a través de esta historia de ir a visitar enfermos. Tardé mucho en pensar cómo podía contar mi infancia, hasta que encontré esa historia. Y lo mismo pasa con este libro. No es un diario de viaje convencional, pero tampoco es un ensayo. Intento hacer algo que no sea convencional, pero no por llamar la atención, sino por mí mismo.
La construcción de algunas de sus frases, larguísimas, resulta fascinante. Hay que echar el freno, releerlas y disfrutarlas. ¿Crear esas frases forma parte también de este disfrute? ¿De retarse a uno mismo?
Estoy en contra de las frases cortas. Necesito una sintaxis, un estilo para desarrollar lo que pienso, lo que veo. Lo de “sujeto, verbo, predicado, punto”, me pone un poco nervioso. Se lo tolero a Azorín solamente, pero a los demás ya no. Me gusta complicarme la vida. Yo no engaño a nadie: escribo para gente que lee, que lee mucho y ya está. Ahora las librerías están llenas de libros escritos para gente que no lee nada y por autores que tampoco parece que lean mucho. Y son libros que se venden muchísimo, lógicamente, porque la comunidad de no lectores es inmensa. Incluso poco me parece. A veces dicen que se han vendido 200.000 ejemplares de un libro. Bueno, no me extraña. ¿Y por qué no se han vendido 20 millones? La comunidad de no lectores es infinita. Pero eso está fuera de la literatura. Creo que hay que devolverle a la literatura lo que ha sido siempre. Y a los lectores de literatura hay que darles libros de literatura, no historias mal contadas o contadas de una manera absurda y facilona. Con eso no quiero espantar a nadie, porque los que se acercan a mis libros encuentran que los entienden muy bien. Y los críticos hablan de claridad y sencillez, a pesar de esas frases que tú dices que son tan alambicadas. Se puede conseguir la sencillez y claridad sin hacer frases de un centímetro y medio. Que tu frase se adapte a tu manera de pensar o de respirar; que tú veas a una persona respirando y pensando y no a un ordenador. Sé que a los muy lectores les gustan mucho mis libros, me lo dicen.
Y desde que apareció su primer libro con Periférica, Los extraños, tiene seguidores realmente muy fieles.
Precisamente, en diciembre presentaremos en Madrid El tiempo de los lirios, junto con una edición conmemorativa de los diez años de Los extraños en tapa dura. Por eso también estoy tan a gusto en Periférica, porque sé que nadie me va a decir “esto es poco comercial” o “esta frase hazla más corta”. Sé que no me van a transformar en otra cosa.
Somos un poco pesados los periodistas insistiendo en esto, pero hace años que no publica un libro de poesía. ¿Tiene algo en lo que esté trabajando? ¿O ya no publicará más poesía?
Mi mundo poético ha derivado en estos libros. Hay poesía en ellos, pero no tanto porque haya una prosa poética, sino porque mi pensamiento es un pensamiento, sobre todo, poético. Me esfuerzo en hacer una prosa que sea independiente de la poesía. Con estos libros he ido aprendiendo a narrar, a contar cosas, historias. En este libro, por ejemplo, se cuentan miles de historias. Hay un montón de pequeñas biografías. Un cajón de sastre donde voy metiendo cosas, pero todas están hiladas, todas tienen una relación.
Al leer su libro uno se pregunta si San Francisco no sería la gran referencia del movimiento hippy. ¿Fue San Francisco un hippy de la Iglesia Católica?
En la película de Franco Zeffirelli Hermano Sol, hermana Luna, efectivamente, San Francisco es un poco hippy. Y en otro momento utilizo, con ciertas reservas, la palabra contracultural porque, de alguna forma, el primer franciscanismo era contracultural. Es una palabra que entonces ni existía, pero sí lo era tal como ahora la entendemos, porque va directamente contra la cultura oficial, contra aquello que está de moda o contra aquello o aquellos que te dicen qué hay que pensar. El primer franciscanismo rompió con todo eso.
Y el otro gran personaje del libro es la región de Umbría. ¿Responde a una elección centrarse en este lugar frente a la cercana Toscana, más explotada turísticamente?
Precisamente mi primer viaje a la Umbría fue porque estábamos un poco hartos de estar en Siena [ciudad de la Toscana] y decidimos ir a Asís y a Perugia. Al año siguiente regresé de nuevo en un viaje más largo y con más recorrido por toda la Umbría. Hay un contraste entre la Umbría y la Toscana. La Toscana es brillante y la Umbría es de tonos más apagados, de modo que tienen una belleza un poco diferente, aunque también comparten muchas cosas. A lo largo del tiempo te das cuenta también de que han sido rivales: los pintores de la Umbría contra los pintores de la Toscana.
¿Iría con el equipo de la Umbría en todo caso?
Yo ahora sí, desde luego. Antes iba por el de la Toscana [ríe].
La Umbría se presenta como un destino que tiene su turismo pero ha sabido mantener una elegancia y sobriedad. Como ibicenco que es, ¿al viajar a otros lugares, le viene la idea de que tal vez Ibiza no ha gestionado bien su turismo?
Cada lugar tiene los atractivos que tiene y, por lo tanto, tiene el turismo que se merece o el turismo que, de alguna forma, tiene que tener. Lógicamente el turista de la Umbría ha de ser un turista cultural, no puede ser otro tipo de turismo porque todo lo que hay es cultura y, además, cultura medieval. Lo que me gustó es que es un sitio muy natural, no es un parque temático en torno a San Francisco, que podrían hacerlo si quisieran, como en Córcega con Napoleón, por ejemplo. La región está impregnada de franciscanismo, pero de una forma natural, sin alardear, sin darle más énfasis del que merece. Eso sí me gusta.
¿Su libro también invita a cuestionarnos nuestro papel como turistas frente a la idea de viajero?
Yo, en todos mis libros de viajes, he puesto que soy un turista. He dejado caer que soy un turista más. Hay un momento en que digo: cenábamos, ya un poco tarde, como buenos turistas españoles. Entiendo que todos somos turistas, mejores o peores. Ya no existe más que el turismo. Obviamente nadie quiere ser turista y nadie quiere encontrarse con turistas pero, en realidad, allá donde vayamos hay turistas y nosotros somos los primeros en serlo.
¿La posición de contrastar turista y viajero puede ser un poco elitista?
Si te subes en un avión de lowcost eres un turista, aunque vayas con un cuaderno de notas. Pienso que la figura del viajero quizá pertenece al pasado. Ahora todos somos turistas y hay dos tipos de turistas: respetuosos y no respetuosos.
En el libro, todos los que nos hemos educado en el catolicismo y hemos perdido la fe, nos encontramos con un momento, diría que emocionante, cuando usted dice: “reconozco aquel deseo de Dios de mi infancia”.
Es la parte que más me ha costado, pero, como es un cuaderno de viaje, también quería que hubiera algo de intimidad. Si es un diario de viaje tienes que estar tú. No te puedes esconder detrás de los cuadros de Perugino y de las novelas de Hermann Hesse. Tienes que salir tú en algún momento. Finalmente estás hablando de un personaje que tenía una fe increíble como es San Francisco de Asís. Desde luego que mi idea no era escribir un libro sobre Francisco de Asís, pero el personaje te va buscando. Tú vas intentando, con toda la prudencia y contención, acercarte a él. Pero claro, San Francisco era un ser excepcional en muchos sentidos y eso hace que los que hemos tenido una infancia católica, nos replanteemos cosas, que pienses un poco en qué es la fe…
San Francisco, ¿rezuma un carisma tan increíble que de alguna manera parece que puede llegar a convertir a alguien desde el pasado?
Bueno, sí, es un santo y puede hacer lo que quiera [ríe]. Es tan radical que la sensación que yo tenía ante él era como de rechazo, no mío, sino de él, como diciendo ¿a dónde vas? Es un segundo Cristo, como decían en la época. Es algo demasiado difícil de pensar, incluso, y de entender.
El capítulo de los dos panecillos es algo tremendo.
Ese tipo de cosas lo convierten en un humorista; en realidad nos arranca una sonrisa continuamente. En San Francisco he encontrado humor y pureza. Una persona que se acerque a él hoy, que no sea muy religiosa, un devoto o un súper católico, verá en él humor y pureza, las dos cosas. Y creo que el hecho de que tanta gente, tantos escritores, que yo voy citando en el libro, se hayan acercado a San Francisco es porque han visto en él un ejemplo de pureza, no tanto de humor. Lo de humor lo veo más yo. Era una persona absolutamente insobornable.
Para una persona que se quiera acercar a la figura de San Francisco, ¿qué libro recomendaría?
Sobre San Francisco hay dos tipos de libros. La mayoría de los escritores que se han acercado a San Francisco han escrito una biografía. Tenemos la de Hermann Hesse, la de Chesterton o la de Pardo Bazán, muy antigua pero muy buena… O más recientes de Christian Bobin o Álvaro Pombo, que tiene una también. Después están los estudios franciscanos sobre algún aspecto de San Francisco y libros de editoriales más o menos inencontrables, con los cuales yo he disfrutado mucho también: pequeños artículos, estudios sobre temas de San Francisco, del franciscanismo, más académicos, teológicos. La cosa intermedia la he hecho yo. No he hecho una biografía de San Francisco, ni quería hacerla, y tampoco he hecho un estudio académico. He buscado una línea diferente. Como biografía recomendaría la de Hermann Hesse o la de Chesterton.
Muchas casas de este país han tenido una imagen de San Francisco, que, como usted recuerda, es la tercera figura católica más representada de la historia, solo por detrás de Jesucristo y de la Virgen María.
El mundo del arte cambió con él. De pronto apareció una figura nueva para los pintores que no existía hasta que Giotto inventó una manera de pintar a San Francisco. Por eso el monasterio de Asís, el convento de San Francisco, fue una gran pinacoteca medieval. Después son Perugino, Pinturicchio y Lo Spagna: Giovanni di Pietro, ya del siglo XV, los que realmente llenan todas las iglesias de la Umbría con San Francisco. Entonces, lógicamente es el más representado después de Cristo y la Virgen.
¿El gran tema del libro, el gran tema de San Francisco es la pobreza?
Sí, ese es el gran tema. El que más me ha costado entender también, hasta que leí el poema de Rilke, que, por cierto, fue pobre toda su vida. Se da cuenta de que una cosa es ser pobre y otra cosa ser no rico. Rilke, paseando por los suburbios de París, ve miseria y dice: esto no tiene nada que ver con mi idea de la pobreza. La pobreza social, la miseria, la pobreza generada por las economías, por la opresión, no es la pobreza de San Francisco. Es un poema increíble el de Rilke. Y lógicamente la pobreza en la Edad Media no era la misma que la pobreza a partir del siglo XIX. No es la pobreza de la Revolución Industrial, no es la pobreza del siglo XX, es algo totalmente diferente. Cuesta mucho ver de qué hablaba San Francisco cuando hablaba de pobre o de pobreza o de la figura del pobre. Tampoco es que él obligara a todo el mundo a ser pobre, le bastaba con serlo él. La pobreza de la que habla San Francisco consiste en dejar de ser rico. No está dignificando a los pobres. De hecho él ayuda a los pobres.
Y volviendo de nuevo a Ibiza, frente a esa idea de pobreza digna, es imposible no pensar en el turismo de exceso y lujo.
Recuerdo que hace veinte, veinticinco años, escribíamos todos en la prensa sobre la necesidad de que vinieran turistas de calidad. Y en realidad lo que han venido son burros con dinero, pero no turistas de calidad. Hasta yo caí en la trampa y también decía hay que sustituir el turismo de borrachera por el turismo de calidad.
¿La Ibiza pre-turística, que era una Ibiza pobre, era una Ibiza más digna?
Bueno, no sé. Nadie quiere ser pobre, esa es la cuestión. Y eso es entendible. ¿Hay una pobreza más digna que otra? Sí, eso se aprende con San Francisco; eso se aprende con Rilke, se aprende, efectivamente. Pero igualmente todo el mundo tiene derecho a no querer ser pobre, lógicamente.
Después de Breviario provenzal (la Provenza) y El tiempo de los lirios (la Umbría) ¿continuará con este particular Grand Tour europeo por otra región?
No lo sé. Lo que sí sé es que, en el caso de Provenza o Umbría, son lugares que han aportado mucho a la civilización europea, realmente. Han sido lugares que han exportado al resto de Europa civilización, arte, cultura… no solo espiritualidad. Me parece que hay que recuperar y dar valor a lo que ha sido capaz de hacer Europa culturalmente, artísticamente. A mí me parece imbatible.
OBRA DE VICENTE VALERO
Vicente Valero ha publicado con Periférica Los extraños (2014), a la que siguieron El arte de la fuga (2015), Las transiciones (2016), Duelo de alfiles (2018), Enfermos antiguos (2020) y Breviario provenzal (2021). En 2017 Periférica reeditó, además, Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza. También es autor de Viajeros contemporáneos: Ibiza, siglo XX (Pre-textos, 2004)
La obra poética de Valero incluye Canción del distraído (Vaso Roto, 2015), Días del bosque (Visor, 2008; Premio Internacional Fundación Loewe), Libro de los trazados (Tusquets, 2005), Vigilia en Cabo Sur (Tusquets, 1999), Teoría solar (Visor, 1992; Premio Loewe a la Creación Joven), Herencia y fábula (Ediciones Rialp, 1989) y Jardín de la noche (Ediciones del Serbal, 1986).