Empecé a ver la serie sin muchas expectativas, lo que a veces puede amortiguar el golpe si la ficción resulta ser decepcionante. En este caso, el golpe, te lo llevas igual.
Vamos a empezar por el principio y esto puede contener spoilers: Zoe es una chica inglesa que viaja a Ibiza para descubrir la verdad sobre la muerte de su hermano Axel, que ha sido asesinado. Pensarás que hasta ahí todo bien; sí, bueno, es difícil cagarla en los primeros cinco minutos. La cosa se complica cuando nos presentan a Axel: DJ (por supuesto), adicto a todas las drogas habidas y por haber (cómo no) y también impulsor de las adicciones y desencuentros de sus amigos. Un gran tipo que huye de los tópicos.
El caso de Zoe tiene algo más de miga: parece una abnegada hermana -con algún que otro desequilibrio mental- que llega con su marido y su hija a la Isla para descubrir la verdad, pero rápidamente vamos viendo que lo de estar mal de la azotea le viene de familia y se monta su particular Lucía y el sexo, salvando las distancias. Su trama se enreda de tal manera que pierde interés al tercer capítulo. Realmente llegas a aborrecer al personaje si tu imaginario de series va más allá de Gossip Girl.
Luego hay una chica que organiza orgías en una villa, una familia de Almería -sí, de Almería, porqué no- que es propietaria de nueve discotecas en la Isla, un ex-adicto a la heroína, la exnovia de Axel -que parece haberse caído de un guindo- y un portero de garito que se lía con Zoe después de que ésta envíe a su familia de vuelta a Inglaterra. Todo a la minipimer.
También está el sorprendente hecho de que el 95% de la serie esté rodada en Mallorca. Las licencias en Ibiza no se consiguen de un día para otro y es lógico que hayan buscado opciones similares pero eso no justifica que la preocupación por disimularlo sea nula. De hecho, hay una escena en la que varios de los personajes están a la entrada de una discoteca y se ve claramente el nombre de Tito’s, la mítica discoteca mallorquina. Si vas a hablar de un lugar y rodar en otro, al menos cuida que no se note. Por no hablar de que las casas típicamente pagesas, son cualquier cosa menos ostentosas, muy alejadas de las possessió mallorquinas con arcos y piedra que salen constantemente en planos generales de la serie.
White Lines coge un poco de todas esas otras ficciones que han funcionado en la plataforma y en otras similares: Narcos, Sucession y hasta La Casa de las Flores si nos ponemos. Es como meterlo todo en la batidora y darle al botón rojo a ver qué sale. Y si no sabes cómo mezclan los ingredientes difícilmente te va a salir un buen batido. Lo que te sale es una masa con tropezones difícil de digerir y ese es el resultado de la serie de Álex Pina, creador de la aclamada La Casa de Papel y más sentimentalmente hablando, guionista y productor de Los Serrano o Los Hombres de Paco, dos de las series más queridas por los españoles. Un patinazo lo tiene cualquiera, sí, pero esto es más bien un galletón de morros de esos que pueden ensombrecer otros trabajos de calidad anteriores.
A veces creemos que el éxito avala al éxito y la realidad es que sólo la calidad avala, al menos, el prestigio. El éxito que conlleva la pérdida del prestigio, no es éxito; es sólo dinero y de poco sirve que tengas a tus pies al equipo de la mismísima The Crown (ganadora de sendos Emmys y Globos de Oro).
Pero lo que realmente molesta profundamente y además, cabrea a cualquiera que conozca realmente la Isla (y no vale haberla visitado algún día suelto de tus veranos para ponerte como un piojo en Ushuaia), es que el daño a la marca Ibiza es sanguinario. No sólo la devalúa, teniendo en cuenta que la serie ha sido número uno en tendencia mundial durante semanas, sino que además la imagen que representa, es absurdamente irreal.
Yo vivo en Ibiza y aunque soy asturiana, esta Isla es ahora mi hogar. Un lugar lleno de luz, de gente amable, cálida y sencilla. Local pero también procedente de todas partes, que sintieron este lugar su casa y aquí echaron raíces. Cuna y refugio de artistas durante décadas, la isla bohemia del amor libre, de los atardeceres infinitos de Las Puertas del Cielo, de la belleza histórica de Dalt Vila, del misticismo de Es Vedrá, de sobremesas que se alargan hasta la noche y de casas blancas de sencillez mediterránea. De bocadillos en Santa Gertrudis, de Rock Nights los jueves en Pikes, de cócteles en Paradise Lost, de buscar tesoros en el mercadillo de Sant Jordi los domingos, de arroz de matança en Cas Pagés y bullit de peix en El bigotes de Cala Mastella.
No conocer todo lo anteriormente mencionado, no da derecho a tirar de cuatro tópicos baratos y llenarse la boca hablando de una Ibiza que no es de los que viven en ella, sino de los que vienen de fiesta en verano y no la conocen.
Ibiza lleva años cargando con una fama internacional que no representa a la autenticidad genuina de este lugar y que después del duro golpe que ha supuesto para el turismo esta pandemia, venga una serie y dañe su imagen de esta forma tan gratuita e infundada, es para poner el grito en el cielo y reírse a carcajadas, todo a la vez.
Si vas a hablar de una trama que sucede en Ibiza y vas a usar su nombre, al menos rueda en ella pero, sobre todo, conócela antes.
Por Laura Martínez