@LauraFArambarri / Introvertida, solitaria, me gusta leer, ver películas y series, vaguear, no hacer absolutamente nada. Tengo el perfil ideal para un confinamiento. Llevo en casa desde el jueves y estoy relativamente bien. Echando culo. Pero bien.
El sábado, sin embargo, mientras transcurría el tiempo y no llegaba la anunciada comparecencia de Pedro Sánchez, comencé a ponerme nerviosa. Pensando demasiado, pensando en qué sería eso del Estado de Alarma exactamente, pensando en mis padres de 88 y 84 años, en mi familia que está lejos, en muchas cosas que se piensan cuando te invade eso tan estúpido como humano que es el miedo.
Me subió la sensación de ansiedad y pensé en fumar. Tenía unas ganas locas de fumar.
No fumo desde hace dos años, salvo un pitillo al mes que le hurto a un amigo al salir de Anem al Cine o de tomar unas cañas en Can Sala. Cine y cañas, eso que hacíamos ayer.
Antes de dejarlo del todo hace dos años, ya fumaba poquísimo, un piti de vez en cuando, más si estaba con amigas y la conversación se animaba. Fumadora social de manual. Pero el sábado, el tabaco vino a mí como el vicio que es, recordándome sus bondades y placeres. Pensé en Chandler Bing, el ex fumador más famoso de la historia reciente y en sus recaídas y me reí, pero, de repente, pensé también en la adicción y en su incompatibilidad con una cuarentena. Y ahí se me torció el gesto.
Los estancos siguen abiertos pero no los bares y los bares en este país son un refugio de una masa social de alcohólicos no declarados ni diagnosticados.
Los estancos siguen abiertos pero no los bares y los bares en este país son un refugio de una masa social de alcohólicos no declarados ni diagnosticados.
La mañana del mismo sábado, una amiga me contaba por teléfono que había visto un bar abierto en Sant Jordi donde los bebedores de turno, de buena mañana, soltaban exabruptos y risotadas cargadas de saliva a menos de medio metro de sus compañeros de juerga mañanera.
Los vemos cada mañana cuando vamos a tomarnos el café con leche y la tostada y ellos ya están con su carajillo, su cerveza o su vino. Son cientos de miles. Los hay en cada bar. ¿Estarían de acuerdo conmigo en que, por cada bar que han visitado, han visto al menos a tres personas, quedándonos muy cortos, con síntomas de dependencia del alcohol? Pues si tenemos en cuenta que en España hay unos 180.000 bares nos salen nada menos que 540.000 alcohólicos. No me parece nada exagerada esta cifra. Se queda corta. Son muchos más. Ríete tú del papel higiénico, que lo que se va a asaltar estos días (ya está pasando) son los packs de cerveza y el vino.
Ríete tú del papel higiénico, que lo que se va a asaltar estos días (ya está pasando) son los packs de cerveza y el vino.
El alcoholismo se camufla en los bares. Es impopular decir esto que estoy diciendo y lo sé bien. En España eres una sosa meapilas si hablas de estas cosas y si das un toque de atención sobre dos hechos irrefutables: el alcohol está detrás de la mayoría de accidentes de circulación graves y empeora los comportamientos violentos, como en el caso de los hombres que agreden a sus parejas en el hogar. No quiero ni pensar en las consecuencias en este sentido que va a tener el confinamiento.
En muchas familias se hace la vista gorda con esas largas ausencias en el bar, pero ahora el consumo entra en el hogar porque no hay otro sitio donde beber. Ni en los parques.
Las despensas se van a llenar de alcohol y no quedará otra que ingerirlo delante de quienes se esconden. Y eso sirve también para quienes viven solos, que se esconden de sí mismos en los bares.
Tal vez ahora seamos más conscientes del problema.
Certera y valiente