@LauraFArambarri / Ibiza es la isla del archipiélago balear que recibe a un turista de perfil más joven. Un turista que no viene, precisamente, a ver Dalt Vila, el MACE o el Museo Arqueológico del Puig des Molins.
Podemos ser todo lo ingenuos que queramos, pero el turista que viene a Ibiza no lo hace, en su mayoría, para acariciar flores y deslumbrarse con el Portal de ses Taules, aunque así lo parezca en los vídeos de promoción turística.
La masa de nuestro turismo de masas la componen chicos y chicas muy jóvenes que llegan en vuelos low cost donde la distancia social no es que no exista, es que si se duermen tienen muchas posibilidades de hacerlo sobre el hombro del pasajero del asiento contiguo.
Chicos y chicas que llegan a Ibiza con la intención de sudar y de intercambiar fluidos. Sudar en las playas y sudar en las discotecas de noche, donde se apiñan bajo la cabina del dj, regándose en sudor por aspersión, y donde los decibelios son tan fuertes que, para hablar, prácticamente hay que escupirse a la cara.
Chicos y chicas que se meten rayas compartiendo el canutillo que ha hecho un colega con un billete y que ha pasado por miles de manos previamente, y que se toman pastillas que no tienen ni idea de dónde han salido.
Chicos y chicas que acaban en el baño de la discoteca comiéndole la boca a una completa o completo desconocido, con el que acabarán en la habitación del hotel o en el coche de alquiler de turno.
En destinos turísticos como Madrid y Barcelona es posible limitar el aforo de un museo y mantener la distancia social. Es posible admirar obras de arte con una mascarilla y unos guantes. Es posible ir al teatro o a ver una catedral controlando los aforos y las distancias… ¿Pero es eso posible en un destino como Ibiza, en el que la gente viene a gozar de los instintos y de su cuerpo por encima de todas las cosas?
Es posible ir al teatro o a ver una catedral controlando los aforos y las distancias… ¿Pero es eso posible en un destino como Ibiza, en el que la gente viene a gozar de los instintos y de su cuerpo por encima de todas las cosas?
La oferta cultural de Ibiza existe pero no podemos esperar que la gente venga a la isla únicamente a ver Dalt Vila o el Arqueológico del Puig des Molins. Al menos no en el volumen del que se ha presumido en los últimos años.
Ibiza no solo es la isla más dependiente del turismo de Baleares sino que es dependiente de un determinado tipo de turismo que busca sentir la inyección del hedonismo en cuanto pone un pie en la isla. Hedonismo y distancia social no son compatibles.
Pero no nos dejemos llevar por el pesimismo, que lo mismo me detienen por incitación a la depresión en Estado de alarma. Habrá que reiventarse, qué bonita palabra. Imaginemos la próxima temporada.
En las playas, ya lo ha dicho la ministra, habrá que estar un poco separados. No nos extrañe que haya controles de entrada en los accesos, que haya que medir la distancia entre toalla y toalla, entre hamaca y hamaca.
Puestos a imaginar, ¿las discotecas instalarán cámaras que miden la temperatura corporal a tres metros de distancia y que solo te dejarán entrar si la fiebre que tienes es la fiebre del sábado noche?
Puestos a imaginar, me imagino que las discotecas instalarán cámaras de las que miden la temperatura corporal a tres metros de distancia y que solo te dejarán entrar si la fiebre que tienes es la fiebre del sábado noche
Los canutillos de esnifar serán de usar y tirar y los influencers llevarán mascarillas de Gucci, Balenciaga y Chanel en sus Instagram Stories en Ibiza. Se pondrá de moda el reto del maskkiss, el beso mascarilla.
Las gogós irán vestidas con sexys monos de látex de cuello alto, y el ejército habitual de limpiadoras de las discotecas llevarán patucos de plástico, buzos, gafas y mascarillas y empuñarán el Sanytol por la zona VIP convertida en Very Important Post-apocalypse Area.
¿Es posible una temporada así? Pues, a este paso, o es así o no habrá temporada 2020.