Mamá es esa señora que lleva en el bolso un pañuelo con mis mocos, un paquete de toallitas, un chupete y un pañal de emergencia.
Mamá es ese cohete tan rápido que va por toda la casa limpiando y que está en todas partes al mismo tiempo…
¿Les suena? Este fragmento es el inicio de un mensaje larguísimo que se hace viral cada año en el Día de la Madre. No me digan que no les pone los pelos de punta. A lo largo del escrito se va desgranando aquello que, en teoría, solemos hacer las madres, a saber: cuidar de todo el mundo, limpiar con desenfreno, adivinar los estados físicos y anímicos de cuantos nos rodean, tener como profesión a nuestros hijos y estar siempre de buen humor y en excelente forma física. Chúpate esa.
Una madre vendría a ser una esclava con dotes para la adivinación y con la capacidad de sonreír sin que se note que se la están llevando los demonios. Me encantaría conocer al autor de este bonito texto para hacer una bola con el papel y obligarle a tragárselo. Con amor, eso sí, que para algo soy madre. Después, le obligaría a aprenderse de memoria un escrito más o menos como este:
Mamá es esa señora a la que penalizaron en una entrevista de trabajo porque dijo que un día querría ser madre.
Mamá es esa parturienta a la que practicaron una cesárea sin que existiera criterio médico porque en este país la violencia obstétrica está a la orden del día.
Mamá es esa campeona que se reincorporó al trabajo a las 16 semanas de mi nacimiento aunque aún no estuviera recuperada de la cesárea.
Mamá es esa pringada que apechuga con casi el doble de horas de trabajo doméstico y de cuidados que papá.
Mamá es esa trabajadora que vio cómo su carrera laboral frenaba en seco cuando dijo que iba a ser madre.
Mamá es esa víctima de mobbing maternal que tuvo que dejar su trabajo porque no soportó el acoso y las presiones que sufría durante el embarazo.
Mamá es esa malabarista que ha ido combinando el paro con trabajos precarios desde que nací yo.
Mamá es esa heroína que casi nunca tiene tiempo libre.
Mamá es esa campeona que se conformó con empleos a tiempo parcial porque mi padre seguía sin implicarse en mi cuidado y ella no llegaba a todo.
No me digan que mi texto no es mucho más realista. Ser madres nos hace económicamente más pobres y socialmente más vulnerables, además de llevarnos al límite del agotamiento físico y emocional. Lamento ser aguafiestas, pero cada año lo tengo más claro: aquí no hay nada que celebrar. “Pero, pedazo de bruta”, me dirán, “¿cómo no van las madres a celebrar que han tenido hijos?”.
Pues verán. Yo estoy muy a favor de dedicar un día a las madres si nos inspiramos en señoras como Ann Reeves Jarvis, activista que vivió en el contexto de la Guerra de Secesión de Estados Unidos y que luchó para mejorar la vida y la salud de las madres trabajadoras de su país. Fundó los Clubs de Trabajo del Día de la Madre, donde las mujeres debatían e intentaban mejorar sus condiciones de salud y sus derechos laborales, y promovió la paz y la reconciliación una vez acabada la guerra. A su muerte, su hija Anna Jarvis tomó el testigo y consiguió que el Día de la Madre se incluyese en el calendario de su país y se extendiese a muchos otros. Después del éxito, la pobre no pudo evitar –a pesar de sus muchas manifestaciones en contra y de haber promovido y participado en diversos actos de boicot–, que nuestro día se convirtiese en el churro consumista que es en la actualidad.
Así pues, el Día de la Madre, aquí y al otro lado del charco, sirve como excusa para recordarnos a las madres cuál es nuestro sitio. Los escaparates de las tiendas se llenan de rosa y brilli-brilli y los spots publicitarios nos machacan repitiendo una y otra vez el cuento de la abnegación, la felicidad, el sacrificio y la sonrisa. Al parecer las madres somos las únicas personas en esta sociedad que nos sentimos felices renunciando a nuestras aspiraciones.
En nuestra mano está continuar celebrando el Día de la Madre como una jornada en la que se normaliza el abuso del trabajo y el tiempo de las madres o bien dar un giro de guion y aprovechar este día para exigir el fin de la precariedad laboral a causa de la maternidad, unas políticas de conciliación que no sean un chiste y una mayor implicación de los varones en la crianza de sus hijos.
Por Oti Corona