Por Soldat: En estas fechas, encontrar algo de vida en el casco histórico de Vila es harto difícil. Máxime en sa Penya, donde la actividad más frecuente no es recomendada ni recomendable. Pero este mediodía sí que se apreciaba algo de movimiento en sa Drassaneta y, en esta ocasión, por algo positivo, no como a lo que estamos acostumbrados.
Esta placita se convierte regularmente en un resquicio de cultura japonesa (lo de rincón nipón era cacofónico) con la iniciativa divulgativa (hablando de cacofonías) de Wabiza, Associació d’Artistes Visuals de les Illes Balears, Amigos del Bonsai y el restaurante Sushiya. Al igual que cada último sábado de mes, desde noviembre y hasta enero, sa Drassaneta acoge toda una serie de talleres y actividades que acercan parte de esta cultura oriental y, como gesto, sirve para recaudar unos fondos de ayuda para los huérfanos por el desastre nuclear de la central de Fukushima.
Así, en un rincón se encontraban los dos maestros del bonsai en Eivissa. Se compenetran tanto que ambos se llaman Pep Ribas. Uno de ellos, Pep Ribas Costa, se ha empapado de la cultura nipona no sólo por el bonsai, sino también por el Aikido, especialidad de la que es sensei hasta el punto de que, durante años, ha sido el máximo responsable de la Federación de Siberia, donde tenía que desplazarse varias veces al año incluso en los inviernos de dimensiones desconocidas por aquí.
En sa Drassaneta, Pep mostraba esa paciencia zen mientras enrollaba un hilo de alambre por los puntos estratégicos de un ficus retusa o árbol de las pagodas, una especie que «se come a los otros árboles, puede crecer junto a una rama y sus raíces descienden por el tronco como si fueran filamentos hasta tragárselo por entero, y después pueden seguir si tienen otro al lado, creando columnas». Pep pasa los alambres al mini-ficus porque lo tiene que sacar de la maceta, ya que es el ejemplar que se sortea en las jornadas japonesas: «Esto es para que no se mueva el árbol, porque recién transplantados son muy sensibles y hay que protegerlos del viento o de cualquier cambio brusco».
Mientras, su homónimo y homólogo en los bonsais esparce un polvo alrededor de otro tiesto del que sale un prunus pisardi o ciruelo negro. «Este polvo son micorrizas, un hongo que crea una simbiosis con las raíces: el hongo se alimenta de la savia, mientras que el árbol recibe minerales y agua». ¿Se sortea este bonsai? Pep Ribas Ribas sonríe: «Llevo unos 15 años cuidándolo, es como mi hijo».
En otros rincones de la plaza, uno podía encontrarse con una cuentacuentos o con mesas para talleres de dibujo o de origami, una especie de papiroflexia más compleja y con más diversidad de materiales. Y, en el Sushiya, Hideki Aoyama ofrecía por sólo seis euros platos de un suculento Yakisoba (fideos con verdura y pollo, como los de los chinos, pero no lo diremos para no alimentar hostilidades históricas).
Mientras saltea verduras y pasta en un wok, Hideki se lamenta de no disponer de carta a los reyes magos, puesto que en Japón no existen. Aún así, reclama su carta particular: «Algo contra los ladrones en sa Penya, unas cámaras o alarmas…». «Sí que celebramos mucho el cambio de año» e incluso «el día 25 nos traen regalos, como Papá Noel, los niños se van dormir y se los dejan en la cabeza…» su español se resiente… «encima de la cama…», busca una mirada cómplice de su mujer Elena hasta que lo consigue: «Al lado de la cama, en un calcetín». Pero lo de los regalos en estas fechas no era tradicional: «Es copia de Occidente, creo que empezó después de l0 de Hiroshima». Hiroshima, no II Guerra Mundial, una metonimia civil que aún estremece.