@LauraF.Arambarri / La periodista ibicenca Noemí López Trujillo ha dado en el clavo con El vientre vacío (Ed. Capitán Swing), un libro que se presenta como “un relato de una generación precaria y sin hijos” y que aborda un problema social en claro aumento: la frustración por posponer la maternidad hasta más allá de lo asumible biológicamente. Ya es habitual ser madre primeriza cerca de los 40 años o incluso por encima de esa edad, encontrar a treintañeras que congelan sus óvulos y a veinteañeras que donan los suyos. Y todo ello está haciendo el agosto de las clínicas de reproducción asistida.
Esta reportera feminista alterna su propia experiencia de precariedad vital —empleos eventuales, peregrinaje por pisos de alquiler cada vez más caros y deseos de maternidad aplazados— con testimonios de mujeres de diferentes generaciones y citas de estudios que avalan la tesis central del libro: la imposición de la incertidumbre como forma de vida y las consecuencias que esto está teniendo para las mujeres jóvenes. Una lectura imprescindible.
Ibiza es uno de los lugares de España con mayores dificultades de acceso a la vivienda, un problema generalizado que afecta, entre otras muchas cosas, a la decisión de ser madre. ¿Hasta qué punto el mercado inmobiliario está condicionando el presente y el futuro de un país?
Sin duda Ibiza tiene un gran problema con la vivienda, que también existe en otros puntos de España. Como dices, está condicionando nuestras vidas porque no es posible avanzar en tus proyectos vitales cuando estás “atrapada” en tu habitación de la infancia. Somos una generación que espera. Y la espera a veces se vuelve insoportable. No poder acceder a una vivienda implica que tenemos que retrasar el futuro porque no tenemos un lugar donde tejer nuestras propias redes, un lugar, en definitiva, propio.
Los motivos que obligan a muchas mujeres a posponer y, con ello, a poner en peligro sus posibilidades de ser madres, se deben a las escasas o poco efectivas políticas de conciliación. ¿La maternidad sería una elección mucho más sencilla en un mundo laboral más humano y más feminista?
Claro. Un mercado laboral feminista no penalizaría a las mujeres, ni a las que quieren ser madres, ni a las que no quieren, ni a las que lo son. Si no nos penaliza, en ese espacio de libertad podemos asumir nuestras decisiones como propias.
En su libro pone sobre la mesa el negocio en el que se ha convertido la maternidad a raíz de que cada vez se pospone más la edad para concebir hijos. Ya es habitual que las jóvenes donen óvulos, que las treintañeras se hagan test de fertilidad y que las mujeres de cuarenta se sometan a tratamientos de fecundación. Eso por no hablar de los llamados ‘vientres de alquiler’. ¿Se está mercantilizando la maternidad o es una ayuda para que la mujer pueda elegir los tiempos?
Yo creo que la reproducción asistida es una gran oportunidad para muchas mujeres: para las que quieren ser madres solas, por ejemplo, o para las lesbianas. También para parejas heterosexuales que tienen problemas para lograr el embarazo. El problema llega cuando eso es capitalizado en gran medida por las clínicas privadas, que aprovechan esa ventana de oportunidad para sacar rédito de los temores, los deseos y la ausencia de políticas sociales. Es decir, el problema en sí no es la congelación de óvulos, es eso como síntoma de un malestar social: que nuestras vidas son aplazadas y desplazadas, teniendo que pagar importantes cantidades de dinero para poder comprar una oportunidad en el futuro.
“Un mercado laboral feminista no penalizaría a las mujeres, ni a las que quieren ser madres, ni a las que no quieren, ni a las que lo son”
Frente a la estigmatización de las madres mayores, uno de los datos más sorprendentes de su libro es el que afirma que es más peligroso nacer de un padre viejo que de una madre vieja: “El 80 por ciento de las nuevas mutaciones vienen del padre y son la principal fuente de enfermedades raras de la infancia”. Sin embargo, parece que toda la responsabilidad, desde la genética a la de los cuidados, recae siempre sobre la madre…
Hay un problema y es que el relato hegemónico ha partido en gran parte desde la mirada masculina. Y esa narrativa nos ha impuesto a nosotras el mito del reloj biológico, del instinto maternal, de la maternidad como una cuestión sagrada e impugnable. Nosotras hemos dado continuidad a la humanidad y hemos sido las grandes cuidadoras, se ha sacralizado ese rol que otros han asumido que nos correspondía y nuestra identidad se ha conformado con ello. Por eso nosotras nos preocupamos más por esta cuestión, porque la han ligado a nuestra identidad. Nos han dicho que una de las vías para alcanzar el ideal de felicidad es a través de los hijos, por tanto, cuando no los tenemos, asumimos que hay un problema o que somos infelices. Por eso cuestionamos más nuestro propio cuerpo y su capacidad para procrear, como si el cuerpo fuese una disculpa. Y también porque la fertilidad ha sido el valor diferencial que teníamos respecto a los hombres en un mundo que siempre nos ha considerado inferiores. Por tanto, la fertilidad como capacidad se torna vital.
Es una lectura interesante, sin duda. El sistema económico de alguna forma tiene que contentarnos, claro. La realidad es que ya nos estamos quejando, que ya hay una rebelión, que sí estamos protestando. Es decir, que no estamos anestesiados permitiendo que las cosas sucedan. Estamos exponiendo nuestros cuerpos, dejándolos a descubierto, mientras intentamos sobrevivir. Tanto que los políticos hablan del invierno demográfico, quizá habría que hablar del invierno vital. De alguna forma, se me ocurre que esta baja tasa de fecundidad, que preocupa a los políticos por el escenario que va a dejar, puede ser -aunque sea a costa de nuestros deseos- una bomba de relojería que haga estallar las costuras del sistema para que cuando se reconstruya todo de nuevo, se haga solucionando los fallos del pasado. Pero el diagnóstico de esos fallos no será algo nuevo, sino que nosotras y nosotros ya lo estamos denunciando ahora.
“Somos una generación que espera. Y la espera a veces se vuelve insoportable”
¿Cree que las redes sociales y otras ficciones similares están proponiendo unos modelos de vida falsos y, por tanto, inalcanzables e irreales: tengo el trabajo perfecto, la casa ideal, dos hijos maravillosos y además cuido mi alimentación, voy al gimnasio, etc, etc…?
Creo las redes sociales reflejan esa ficción de la que hablas, que está propiciada por un sistema que nos obliga a ser productivos o desaparecer. No creo que las redes sociales en sí lo provoquen, sino que es nuestro escaparate y es una herramienta más que tenemos a mano para mostrar esa idea ficticia de éxito. Y sí, el éxito es un valor en alza. El éxito se ha formulado como una idea platónica que está ahí, como una verdad inmutable, esperando a ser conquistada. Y no es cierto. Cómo el mercado tasa nuestro éxito es casi una cuestión algorítmica, un triunfo que es casi un simulacro porque se te da y se te arrebata sin que tú controles todas las condiciones para lograrlo, mantenerlo o desprenderte de él.
En su libro llama poderosamente la atención —porque no suele ser lo habitual— que la mayoría de citas de estudios y declaraciones son de mujeres expertas. ¿Ha elegido poner voces femeninas cuando podría haber escogido también masculinas o se debe a que los hombres no han investigado y/o escrito sobre la maternidad en tiempos precarios?
Creo que las mujeres se preocupan más de las cuestiones que atañen a las mujeres y, por lo general, se preocupan mejor. En mi caso, llevo mucho tiempo leyendo a mujeres y rodeándome de ellas, así que surgió casi de manera espontánea la coincidencia de que las mejores expertas eran, a su vez, mujeres. No hizo falta forzarlo, tratar de buscar la paridad. Mi visión del mundo se ha feminizado y eso se refleja en mi trabajo, supongo.
‘El vientre vacío’ deja un poso amargo porque describe un momento actual nada esperanzador, ¿le gustaría que pronto se leyese como un testimonio de algo que sucedió en el pasado reciente de este país?
No lo tengo claro, la verdad. No tengo intención de llegar a la posteridad, de trascender tanto. Mi objetivo es humilde pero claro: crear un relato de cómo nuestros cuerpos están atravesados por la precariedad; denunciar que ni queremos estas opresiones aquí y ahora ni queremos que nuestros hijos e hijas las hereden.
“Las clínicas privadas sacan rédito de los temores, los deseos y la ausencia de políticas sociales de reproducción”
Es coautora de ‘Volveremos. Memoria oral de los que se fueron durante la crisis’. ‘El vientre vacío’ aborda otro asunto candente para la misma generación. ¿Habrá trilogía? ¿Qué otros temas cree que merecerían un análisis como el que ha hecho en estos dos casos?
Nunca he pensado los libros como una continuación o como la precuela de algo. Si escribí ‘Volveremos’ junto a Estefanía Vasconcellos es porque pensamos que había que hablar del tema, nos apetecía generar ese relato y lo consideramos idóneo. ‘El vientre vacío’ nace de una pulsión, más que de buscar dar continuidad al relato anterior. Es algo propio, íntimo y a la vez colectivo que busca resignificar algunas cuestiones y disputar otras. Y aunque pueda tener puntos en común con ‘Volveremos’, por la cuestión generacional y el discurso de precariedad, creo que son libros totalmente diferentes.
Nacida en Bilbao, criada en Elche, residente en Madrid… ¿cuál es o ha sido su relación con Ibiza?
Viví allí desde que tenía un añito a los cinco. Luego tuvimos que mudarnos a Elche, pero siempre mantuvimos el contacto con la isla. Me ocurre que no soy de ningún sitio en particular: nací en Bilbao, viví los seis primeros meses en Burgos, los seis siguientes en Cáceres, luego llegué a Ibiza, de ahí nos fuimos a Elche… y acabé en Madrid, donde llevo diez años. Pero en Ibiza están mis primeros recuerdos: el colegio, la playa, las comidas familiares, mi infancia. Mis padres ahora viven ahí, y para mí, volver a casa es ir a la isla. Así que aunque no soy de ningún sitio, tengo una especie de suerte de poder “elegir” una identidad geográfica que es, sin duda, Ibiza.
Enhorabuena por el libro. Solo me gustaría hacer un inciso: en 30 años la población mundial se va a duplicar; creo que tener hij@s no es tan importante hoy en día. Creo que lo realmente importante y generoso es adoptar/cuidar a esos 200 millones de huérfan@s que hay en todo el planeta y que tienen más probabilidades de ser personas marginadas socialmente. Ante esta situación global, me parece una locura que existan clínicas de fertilidad… aunque lo escribo con todo el respeto a todas las mujeres que quieren ser madres, aunque luego dejen a sus hij@s en las guarderías con un mes de vida, aunque existan l@s niñ@s llave… Salud y enhorabuena por vuestro trabajo periodístico.