@Ben Clark/ Llevo días recordando nuestro amor adolescente. Al principio lo echaba de menos. Nuestro amor adolescente, por si lo has olvidado, tenía el tamaño de Australia y su perfil recordaba un poco a una grapadora. Era ligero, sin embargo, y se desplazaba por la ciudad recorriendo los cables telefónicos y asustando a los gatos ferales con pequeños chisporroteos de celos justificados y reclamos. Nuestro amor adolescente duró tan poco que hoy, cuando acudo a la hemeroteca y recorro, paciente, las páginas de aquellos días, no me sorprende la decepción de no encontrar referencia alguna a él entre las noticias de sucesos. El tema de las canciones ya es, si me permites la broma, otro cantar. Aquí nuestro amor adolescente se hizo fuerte y no creo que podamos escapar jamás del mordisco metálico de sus berridos. No sé si nos enamoramos para que exista la música pop o si es al revés. Doy por hecho que te ocurre lo mismo y pensarlo me consuela cuando me descubro tarareando esa melodía infame de camino a la playa. Es una porquería que esta asociación mental sea lo más sólido que quedó de nuestro amor adolescente. Porque nuestro amor adolescente estaba hecho de agua salada y olía como uno imagina siempre que huelen las colonias en los anuncios de las revistas. Fue, además, el primer amor que existió en el mundo y nadie, en ninguna parte, jamás, había experimentado nada igual ni parecido. Era tan incomprensible que nosotros tampoco lo entendíamos a pesar de los esfuerzos exegéticos de los amigos adolescentes.
Es verdad que al principio lo echaba de menos. Al principio. Después he empezado a recordarlo todo como si fuera una película, una película que me gustó y que no me importaría volver a ver un día, si me la encontrara por casualidad y tuviera tiempo y ganas de soportar los anuncios de detergente. Aunque presiento que no tardaría en cansarme de los protagonistas, tan sobreactuados, y es probable, ahora que lo recuerdo, que acabara sintiendo ganas de fusilar al director de fotografía y que el guion, a pesar de tantos premios en festivales independientes, no se sostuviera por ningún lado.
Lo malo es que hoy, tanto tiempo después, empiezo a descubrir que hay muchas cosas que adoro por la inercia loca de aquellos días.
Lo malo es que hoy, tanto tiempo después, empiezo a descubrir que hay muchas cosas que adoro por la inercia loca de aquellos días: ¿me gusta realmente la poesía?; ¿Hay algo para mí en las puestas de sol?; ¿Realmente disfruto nadando desnudo en el mar de noche? Es imposible saberlo. El amor adolescente lo envuelve todo, dicta incluso estas palabras y me persigue como el asesino de las películas de terror para adolescentes. Pero yo no sé lo que hicimos aquel verano o si fue aquel verano. Queriendo nombrarte en estas líneas he dudado, incluso, de tu propio nombre. Sé quién eres, claro, pero tu nombre y las fechas de aquel sortilegio se me escapan, como imagino que irán escapando todas las cosas, salvo esa maldita canción, y cierta melancolía absurda al usar una grapadora, y el recuerdo firme de haber tenido un amor adolescente, el único amor adolescente, cuyo recuerdo duele al principio.
Me ha gustado mucho!