@Ben Clark/ Están naciendo ahora los ancianos enamorados del siglo XXII. Son bebés, niños que apenas caminan y que tienen todo este siglo por delante. No será fácil. Tienen por delante pandemias y guerras y la necesidad de reinventar casi todo lo que ahora parece imposible cambiar. Pero es probable que lo logren y que sobrevivan para verlo. El poeta Robert Graves nació el año que Arthur Conan Doyle publicó Sherlock Holmes y murió el año que Robert Zemeckis estrenó Regreso al futuro. El camino entre ambas obras fue largo y tortuoso. Un camino que parecería imposible si uno lo tuviera por delante. Sin embargo, ellos, los ancianos enamorados del siglo XXII no lo piensan, ahora, cuando lloran porque les ha despertado el timbre ‘retro’ del smartphone de mamá. Toda una vida más tarde atesorará el recuerdo de su madre buscando por la casa el cable que le proporciona energía a aquel artilugio; levantando cojines y abriendo cajones mientras repite: «el cargador, ¿dónde he puesto el cargador?». Sus nietos no entienden cuando explica estos recuerdos de su bisabuela. Si aquella señora de otra galaxia quería obtener energía no tenía más que acercarse a cualquiera de las superficies de fotoinducción de la casa y dictarle a HouseManager (o a su variante para plataformas Qrtus2) la cantidad de energía retroactiva que deseaba transfundir. Mira que se complicaban la vida los abuelos.
Qué amor más puro el de los ancianos del siglo XXII. Tan auténtico. Tan de otra época. Tenían que escoger qué momentos querían grabar en vídeo.
Con todo, con o sin la comprensión de sus nietos, los ancianos enamorados del siglo XXII pasearán por las avenidas peatonales hablando de aquella época romántica cuando la gente todavía se enviaba cosas por Snapchat y el mundo no era tan veloz como ahora. Su amor guardará el recuerdo de las viejas películas de animación en 3D y la nostalgia de sus padres contándole que antes Internet era un espacio completamente libre, donde uno podía entrar en páginas de todos los países del mundo. Nostalgia de los felices años veinte, cuando la mayoría de los coches todavía hacían ruido y uno podía salir a la calle sin descargarse un certificado retinal modelo 4/28.
Qué amor más puro el de los ancianos del siglo XXII. Tan auténtico. Tan de otra época. Tenían que escoger qué momentos querían grabar en vídeo y, cuando lo hacían, luego no podían combinarlo con planos desde el punto de vista de otras personas ni modificar el vestuario ni intercambiar los protagonistas con sólo pensarlo. Se querían con palabras, con promesas y con largas tardes en los centros comerciales. Los ancianos enamorados del siglo XXI saben que pertenecen a otro universo, que ya no encajan y que sólo se tienen el uno el otro. La mayoría rechazó implantarse el i2i y se miran sin saber lo que piensa su pareja. Les gusta esta incertidumbre. Estas dudas que provoca una mirada fugaz. El miedo les recuerda un poco a su infancia. «Estáis locos, abuelo. Os complicáis la vida» dice el nieto. «Además, todo lo que me cuentas del siglo XXI me parece un coñazo».