@Ben Clark/ En esta primera entrega de ‘La culpa es del amor’ (pueden leer el ‘Artículo 0’ aquí) me gustaría ir directo al final, es decir, a la muerte. ¿Qué? ¿Acaso esperaban otro final? Ya sé que decir “ir directo al final”, al hablar de amor, puede darle ideas a más de uno, pero no, vamos a hablar de la muerte, porque es lunes y hay que decir las cosas como son, vamos a morir todos. Pero hoy no.
A lo largo de la historia la idea de que el amor es más fuerte que la muerte, de que el amor puede más que la muerte ha sido desarrollada por multitud de creadores. La mitología griega, sin ir más lejos (chiste clásico), nos ofrece una de las historias más famosas y conmovedoras: el mito de Orfeo y Eurídice. Ya saben, Orfeo ama locamente a Eurídice, a ella le muerde una serpiente venenosa, se muere y Orfeo, roto de dolor, decide desoír las recomendaciones de su abogado y de su proctólogo y desciende al inframundo, donde gritando para superar el ruido de los beach clubs y de las discotecas logra convencer a Hades y a Perséfone para que le devuelvan a Eurídice. ¿Había una condición? Claro que había una condición: en su camino de regreso al mundo de los vivos Orfeo no podía darse la vuelta para asegurarse de que Eurídice le seguía. ¿Se dio la vuelta? Pues claro que se dio la vuelta, y Eurídice se esfumó y Orfeo se quedó con cara de lelo y diciendo solo: “¡Ay, si es que no me tenía que haber dado la vuelta!”. Ahí lo tienen, amigos, probablemente el mito más famoso y hermoso sobre el triunfo del amor sobre la muerte es, en el fondo, una gran lección sobre las consecuencias de ser un ansias. Me imagino el peligro que tendría Orfeo hoy en día en las redes sociales: “¡No le has dado a like todavía nolehasdadoaliketodavía! Tengo twitter, ¿por qué no me sigues? ¿¿¿Me estás siguiendo ya???”. Hay que volver a los viejos mitos. Siempre. Sobre todo porque no son viejos en absoluto.
Probablemente el mito más famoso y hermoso sobre el triunfo del amor sobre la muerte es, en el fondo, una gran lección sobre las consecuencias de ser un ansias. Me imagino el peligro que tendría Orfeo hoy en día en las redes sociales.
El amor constante más allá de la muerte. Lo hemos visto en ‘Romeo y Julieta’, en ‘Titanic’ y en la carrera del actor Brendan Fraser (el protagonista de ‘George de la jungla’ sigue enamorado de su profesión, a pesar de que su carrera está criando malvas), pero, como sospecharán los aficionados a los deportes, fue un español, claro, el que más hizo por el sentimiento del amor más allá de la muerte. No, no estoy hablando del gol de Iniesta. No; Iniesta no se ha muerto. No le pasa nada a Iniesta. Tranquilidad. Estoy hablando de Quevedo. El poeta, no la parada de metro. No se preocupen, no les voy a copiar todo el soneto (14 versos de nada que lo dicen todo). Les voy a pedir volver, una vez más, sobre estos últimos tres versos que seguro que han leído alguna vez en alguna parte. Es el final del poema. En las primeras tres estrofas el genio de Quevedo nos ha descrito un recorrido muy parecido al que tuvo que realizar Orfeo: tras la muerte abandonamos el cuerpo y dejamos los recuerdos para descender a los infiernos. Allí debería terminar todo. Sin embargo, el amor del que habla Quevedo es tan fuerte que pervive en lo poco que queda, en los restos, restos que adquieren así sentido (recordemos que la palabra mas, sin acento, es sinónimo de pero). Dejar atrás el cuerpo pero no nuestro cuidado, no aquello que nos importa. Más que un bonito poema, una respuesta del bueno de Quevedo para todas nuestras dudas, una solución para la única cosa que no tiene solución. Y todo en catorce versos que deberíamos sabernos todos de memoria, por nuestro bien. Hasta la semana que viene, cuidad del amor.
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.