@Ben Clark/ Te he amado en silencio y en la distancia como aman los tiburones. Te he amado cada día, domingos y festivos y puentes y durante largas y tortuosas vacaciones. Si te hablé, fue sólo en sueños o en pesadillas inconclusas donde te buscaba sin haberte encontrado nunca, donde repetía tu nombre ignorado con miedo. Y cuando no te veo, durante las horas o los días en que tu rutina y mi rodeo no nos llevan a la misma calle, bebo café en las franquicias del centro y pienso sin asco en la obsesión. Pero no creo que esté obsesionado. Si amar no fuera esto, ¿qué podría ser? Un acuerdo, unos gastos compartidos y una ristra de apellidos mal combinados. No. El amor es el amanecer sobre las calles mojadas cuando calculo el tiempo variable que te traerá desde la plaza hasta tu oficina. ¿Por qué hay días de retraso? ¿Qué esconden los escasos madrugones? Lo imagino relacionado con las fluctuaciones de las bolsas de ciudades lejanas sin enamorados, o me digo que cuidas a alguien; un padre, una madre algo castigada por el sacrificio y la consternación de haber parido un ángel, una estatua, una criatura etérea que alimenta mis días, los largos días del paseante, las horas del intrépido imaginador. También juego a la lotería por nosotros. Pienso en un apartamento en una calle distinta a esta, en un lugar de la ciudad desconocida para los dos, y apunto los números recordando la fecha en que llegaste de vacaciones, el año que te vi por vez primera y tu edad confabulada.
Podría llegar, dicen, la guerra termonuclear mañana y en el último fogonazo, mientras mis átomos se alejen hacia galaxias más amables, podré decir que he amado.
¿Te has casado con alguien? ¿Amas también a alguien así, en el horroroso silencio de los depredadores? Es, desde luego, una posibilidad. Pero también podría llegar, dicen, la guerra termonuclear mañana y en el último fogonazo, mientras mis átomos se alejen hacia galaxias más amables, podré decir que he amado, que amé y fui, si no feliz, un siervo humilde del amor, de tu amor incólume. Un monje medieval en una isla del mar del norte que habita una casa hecha con piedras y paciencia, un monje algo agnóstico que ocupa la esperanza con proyecciones de una prueba, una señal, un pequeño presente a cambio de tanta soledad y tanta espera. Porque yo te he amado en silencio y con la constancia de los vientos fríos de las cimas. Pero no te reprocho nada y no cambiará nada. Todo seguirá así, o tal vez terminará y seguirá en mí, donde al fin y al cabo siempre estuvo, y llegará después esa guerra o la enfermedad o sencillamente la negrura y todo habrá tenido sentido por lo sentido, quiero pensar que todo habrá valido, de un modo extraño y poco recomendable, la pena.
Qué placer leer artículos como este en un periódico ibicenco. Gracias Ben Clark y noudiari.
Me ha encantado!
Estoy completamente de acuerdo , es un lujo leerte Ben.