@Ben Clark/ Vuelve el amor. Vuelve esta sección díscola que, como el propio amor, se esconde, se pierde, se piensa y se convoca sin que aparezca… pero vuelve. Vuelve el amor. Vuelve el amor porque necesitamos cada día más amor, vuelve y viaja hasta ti, hoy, a tu teléfono, a la pantalla insulsa de tu ordenador de empresa. Llena de calor, vuelve el amor a correr por las autopistas ocultas de internet, vuelve a rebotar en los satélites, a cruzar mares y continentes y selvas húmedas para conquistar la desesperanza. Vuelve, y con él volvemos todos a creer, aunque nos cueste, recuperamos juntos un atisbo de la expectación de enero, volvemos a pensar en el conjuro de las promesas y en todo lo que podría ocurrir en un buen año. Sí, vuelve el amor, vuelve a tu barrio, a tu calle, a tu portal. Y está cerca, ahora mismo, a unas pocas palabras de distancia. Palabras como estas que aquí lees, pero también palabras más sencillas y más útiles: buenos días; ¿qué tal estás?; pensé en ti y tuve ganas de llamarte; ¿quieres tomar un café? El amor no es un misterio, el amor no es la magia de los cuentos ni es la rima de las poesías. El amor es acercarse, es, valga la redundancia, quererse. Porque el amor es una redundancia, un volver sobre lo que ya se conoce para adentrarse en lo desconocido. Vuelve el amor, siempre vuelve, incluso cuando se marcha vuelve en cierto modo, cuando solos nos dolemos y comemos dulces en exceso y hablamos con amigos que hace tiempo que no escuchaban nuestra voz.
El amor es lo que le ocurre a los demás, el amor es como esas enfermedades raras que dan mucha pena.
El mejor truco que el diablo inventó fue convencer al mundo de que no existía. Lo dijo el poeta francés Charles Baudelaire, pero al oír la frase todo el mundo piensa en el actor Kevin Spacey, y no queremos hablar de Kevin Spacey aquí, pero la frase, sí, el verso diabólico de Baudelaire funciona también con el amor: lleva siglos convenciendo a los enamorados de que no existe, de que podría existir, pero normalmente no. El amor es lo que le ocurre a los demás, el amor es como esas enfermedades raras que dan mucha pena y que nunca entrarán por la puerta de tu casa. Pero las desgracias ocurren, y el amor también ocurre y es tan inevitable como la muerte, tan inevitable como seguir pensando, ahora, en Kevin Spacey cuando ya hace unas cuantas subordinadas que lo hemos dejado felizmente atrás. El mejor truco que inventó el diablo fue el amor.
Así que haz algo, di algo, mueve los brazos, los ojos, consume calorías. El amor siempre convoca al amor, no hay más que lanzarlo, apostarlo, sacar el amor de los trasteros, de las cajas fuertes, de los cajones atiborrados de cacharros. Sacar el amor a pasear, llevar nuestro amor al supermercado, a la biblioteca, viajar con nuestro amor en autobús (al amor le encanta el transporte público). Entonces sucederá el milagro que no es otra cosa que lo esperable, lo lógico: el amor convocará el amor, encenderá el amor y antes de que nos demos cuenta estaremos cantándolo: llegó el momento de aprender de nuevo a confiar, me has de enseñar… vuelve el amor a correr por mis venas, vuelve el amor, a romper las cadenas.