«Suerte es mi tercer nombre —dijo Rincewind—. Eso sí, mi segundo nombre es Mala.
Terry Pratchett
@Ben Clark/ Rincewind, el mago fracasado (nivel cero) que creó Terry Pratchett (1948-2548), sólo se sabía un hechizo que, además, se negaba a pronunciar porque no sabía si desencadenaría con él el final del mundo. En ocasiones, cuando perdía el control, sentía cómo el hechizo hacía lo posible por abrirse paso dentro de su cuerpo, sentía cómo se posaba sobre su lengua (con el sabor de una desaparición) para salir al mundo y ser palabra primero y caprichosa fuerza después. Hoy quería permitirme (ya saben que en esta columna me permito muchas cosas) hablar de poesía (sí, otra vez) en vez de hablar de un libro, ya que el próximo sábado es el Día Internacional de la Poesía y me parece un buen momento para hablar de mi propio hechizo incontrolable, palabras que no supe, como Rincewind, guardar bajo la llave del silencio y que ahora, ay, amenazan con destruir el mundo tal y como lo conocemos: ha llegado el momento de hablar de «mi» poema viral.
Empezaré diciendo que mi poema viral ya no es, claro, mío. Esto es algo que suelen decir los poetas sobre sus poemas («ya no son míos, pertenecen a mis lectores…») pero es que en el caso de mi poema viral es estrictamente cierto (no quiero decir literalmente cierto porque aquí la literatura tiene poco que ver): no es mío y no es de nadie, supongo. Quizá sea su propio dueño y tenga vida propia, como el hechizo de Rincewind, y por eso lleva casi tres años viajando por los celulares y las computadoras de media Latinoamérica. Tres años, más o menos (quizá sea más tiempo, no estoy seguro) sin parar de aparecer, cada diez horas, aproximadamente, en alguna cuenta de Twitter, en alguna página de Facebook o en algún Tumblr.
El poema viral no tiene vergüenza y aparece en todos lados, incluso en Yahoo Respuestas
El poema viral abandonó el pequeño librito de poesías en el que vivía, arropado por versitos de amor y endecasílabos machacones, y decidió (todavía no sé muy bien cómo) saltar a una página de Facebook que cuelga fragmentos de canciones de Sabina salpimentados con extractos de El alquimista y que tenía, claro, un millón de seguidores (ahora tiene casi tres millones). El poema viral recibió este empujón, se creció y se hizo fuerte. Como los amiguetes de la página no citaban al autor —en el caso de Sabina, curiosamente, sí que lo hacen— el poema decidió que sin autor se vive mejor y empezó a merodear por las cuentas de adolescentes con fotos de perfil sacadas en diagonal. El poema viral no tiene vergüenza y aparece en todos lados, incluso en Yahoo Respuestas ha habido personas preguntando por su significado oculto. Yo le intento seguir la pista poniendo el último verso entre comillas («y eso es algo terrible») pero se me escapan todos los hijos del poema viral, todas las mutaciones y las variaciones sobre el texto original que, dicho sea de paso, cada vez me gusta menos. Sobra decir que se trata de «mi» poema más leído y dudo mucho (en serio) que cualquier otro texto que yo escriba tenga el mismo número de lectores, aunque sean lectores oblicuos. El poema viral sigue, está ahora mismo en alguna parte, lejos de mí, lejos de la poesía o más cerca que nadie, quién sabe, y yo lo espero, a veces, con la luz encendida hasta muy tarde pero nunca viene. Como Rincewind, vago por el mundo intentando vivir en paz pero siento la amenaza cerca: cualquier día me lo encuentro en un anuncio de ING, en una pantalla de Callao, en una camiseta ajustada de la nueva Taylor Swift… Y eso sería algo terrible. O quizá no tanto.
Enhorabuena…creo que me he contagiado del virus.
brillante!!!!!