@Laura F. Arambarri/ Kim Kardashian West ha bautizado su propia línea de cosméticos como KKW. Tiene 145 millones de seguidores pero nadie le ha dicho lo terriblemente cacofónica que suena su marca en castellano. No sigo a KK en redes pero una vez cada dos meses curioseo su Instagram para saber en qué anda el siglo XXI. El siglo XXI anda en que ahora hay que maquillarse el cuerpo entero. No hablamos de body painting ni de un corrector para una cicatriz, una ojera o un grano. No. Hablamos de brocha de pintor para tapar todo rastro humano en tu piel. En su web ya se ha agotado el Body Brush (32 dólares) y el maquillaje corporal (45 dólares). En uno de sus vídeos muestra cómo le ocultan las venas del brazo a la abuela de KK. Si, además de maquillarte la cara como KK, te pintas el cuerpo como KK, cada noche dejas el plato de la ducha como las alfareras de Úbeda o las luchadoras en piscina de barro de Connecticut.
Si, además de maquillarte la cara como KK, te pintas el cuerpo como KK, cada noche dejas el plato de la ducha como las alfareras de Úbeda o las luchadoras en piscina de barro de Connecticut.
Gracias a influencers y youtubers las ventas de maquillaje suben como la espuma y ya se sitúan en niveles muy por encima de antes la crisis. Hasta yo me he comprado por primera vez un lápiz de cejas. Tengo las cejas asimétricas; típico caso noventero de uso abusivo pinzas de depilar. Ayer busqué la simetría y el resultado fue perfecto, perfecto para encarnar a la Bruja Avería en los próximos carnavales. Debería recordar más a menudo algo que aprendí hace 20 años:
Durante aquellas semanas llamé muchas veces sin que nadie descolgara al otro lado. En dos o tres ocasiones sí descolgó alguien que se deshizo de mí rápidamente con un ‘se encuentra mal’, ‘ha salido’, ‘está estudiando en la biblioteca, le doy tu mensaje’.
Un día, un amigo común le obligó a dejar de esconderse detrás de su inmadurez y, al fin, me lo dijo cara cara: estaba con otra chica desde hacía meses.
La chica y él se hicieron novios y un buen día decidieron que ya iba siendo hora de acabar con el luto de la exnovia muerta y volver a hacer planes conjuntos con la pandilla.
Esa tarde me metí en el baño y coloqué sobre la pica todas las pinturas de mis hermanas mayores. Me di una base demasiado oscura para mi tono de piel, después un par de buenos brochazos de colorete rosa, deslicé sombras verdes iridiscentes por los párpados y me pinté los labios de un rojo encendido.
El gran espejo que ocupaba toda la pared frontal me devolvió la imagen de Marge Simpson maquillada con un tiro de escopeta de Homer, en el capítulo en el que él pretende emular los inventos de Thomas Alva Edison.
Temblando de pies a cabeza llegué al bar donde habíamos quedado todos. Nuestro amigo común me miró con cara de susto. El gran espejo que ocupaba toda la pared frontal me devolvió la imagen de Marge Simpson maquillada con un tiro de escopeta de Homer, en el capítulo en el que él pretende emular los inventos de Thomas Alva Edison.
Salí del bar y me eché a correr tan deprisa que las lágrimas me resbalaban hacia las orejas y me mojaban el pelo. Faltaban nueve años para que Heath Ledger tuviese el mismo aspecto que yo esa noche cuando interpretó a El Joker en el Caballero Oscuro.
Llegué a casa, me limpié bien la cara, me miré a los ojos en el espejo y, en un momento íntimo e intenso, me hice un par de promesas a mí misma y me dije algo que a menudo olvido: “Laura, nunca olvides que maquillada estás más fea”.