El término “supremacismo” se adoptó para etiquetar a corrientes o movimientos que creen en la preeminencia o superioridad de sus derechos sobre los del resto. Es un concepto que sobre todo se ha vinculado al racismo, por la irrupción del supremacismo blanco en Estados Unidos y otros países, a pesar de que existen otros supremacismos que, más que discriminar por el color de la piel, lo hacen en base al tamaño de la cuenta bancaria.
Es un asunto que en Ibiza conocemos de primera mano, pues llevamos décadas viendo cómo determinados grupos de presión, en este caso el lobby de algunas grandes empresas hoteleras, hace y deshace ordenanzas y leyes a su conveniencia, aprovechando su poderío económico e influencia política. De esta forma, logran acaparar progresivamente un mayor segmento de mercado y ejercer como un verdadero gobierno en la sombra, forzando a las administraciones locales y autonómicas a ceder ante sus iniciativas e intereses.
Este supremacismo hotelero no responde a una estrategia consensuada de todo el sector, pues en Ibiza aún existen multitud de empresas familiares que ofrecen alojamiento sin alterar las reglas del juego ni quitar el pan a sus vecinos. Esta hotelería que maneja los hilos es, además, la que primero se beneficia de los periodos de crisis. Hemos visto, por ejemplo, cómo el gobierno de turno les propone estimular la economía a base de acometer inversiones en sus establecimientos. A cambio de incrementar la categoría (como si en Ibiza no sobraran los hoteles de lujo), reciben bonificaciones de hasta un 15 % de edificabilidad, con unas condiciones prácticamente gratuitas, ya que los ayuntamientos únicamente reciben el 5% del presupuesto invertido y lo pueden desembolsar en un plazo de 10 años. Y con el valor añadido de las tramitaciones urgentes, que eliminan la mayor parte de la burocracia.
Este poderoso lobby influye sobremanera en los centros de poder, condicionando incluso las estrategias de promoción turística. Y mientras interfieren en el rumbo de un bien común de la sociedad ibicenca, maniobran en las sombras para acaparar cada vez una porción más grande del pastel, a costa de esquilmar a la oferta complementaria.
La primera jugada de la hotelería supremacista tuvo lugar en los años noventa y se importó de la República Dominicana, donde el lobby también tiene establecimientos. Allí se puso en marcha un nuevo producto para los resorts de playa ubicados en zonas peligrosas por falta de seguridad. Se llamó “todo incluido” y ofrecía al huésped una tarifa plana para beber y comer sin límite, promoviendo la permanencia en el recinto hotelero las 24 horas.
De aquellos miles de turistas que llegaban cada semana a estos hoteles, los comerciantes, restauradores, locales de ocio, etcétera, no veían una peseta»
La iniciativa resultó un chollo y decidieron importarlo a Ibiza, aunque aquí no existiera el menor problema de seguridad. Lo justificaron como un producto innovador, de excelencia y calidad, aunque el objetivo soterrado era hacer realidad ese sueño de “todo queda en casa”. De aquellos miles de turistas que llegaban cada semana a estos hoteles, los comerciantes, restauradores, locales de ocio, etcétera, no veían una peseta. El todo incluido, además, atentó contra los más básicos principios de la sostenibilidad, dejando un rastro de miles de toneladas de plásticos de un solo uso, cuya eliminación ha supuesto un elevado coste social y medioambiental. La famosa pulserita se convirtió, en definitiva, en el primer gran símbolo del supremacismo hotelero. El segundo fue el colibrí.
Su siguiente jugada constituyó un enorme salto cuantitativo y se hizo realidad manejando los resortes del poder, para lograr la conversión de algunos hoteles en discotecas sin necesidad de licencias de actividad como las que sí se exigen a las salas de fiestas. Esta estrategia, encima, se ejecutó cuando hacía pocos años que las leyes ibicencas habían obligado a aislar y cubrir todos los locales de ocio nocturno, obligando a sus empresarios a afrontar inversiones multimillonarias, y se habían cerrado los after hours.
La primera piedra de esta tomadura de pelo empezó en Mallorca, en Calvià, donde el grupo Fiesta logró un permiso especial de su alcalde, Carlos Delgado, para organizar conciertos diurnos en la piscina de uno de sus hoteles, bajo la marca Mallorca Rocks, creada por un empresario británico, que al mismo tiempo empezó a gestionar Ibiza Rocks, con conciertos en vivo y admitiendo público del exterior.
Tras el experimento mallorquín, en la temporada de 2011, la cuadratura del círculo se cerró en Ibiza: abrió el hotel Ushuaïa, con toda la terraza de la piscina transformada en una discoteca al aire libre, a la que cada tarde-noche accedían miles de personas que pagaban una entrada para participar en un espectáculo musical con dj’s de fama mundial. Aún recuerdo la frase que declaró el entonces alcalde de Sant Josep tras la apertura del hotel de Platja d’en Bossa: “No havia vist mai que es tingués que pagar per entrar a un hotel”, dijo ‘Agustinet’. Lamentablemente, pasó de la sorpresa a la complicidad.
La jugada quedó rematada con el ascenso de Carlos Delgado, quien hoy sigue siendo número 2 del PP balear, a conseller de Turismo del Govern de Bauzá, creando una nueva ley turística en 2012 que sibilinamente introducía una trampa para amparar a los hoteles-discoteca: las famosas actividades complementarias, que no requieren de licencias específicas para sus propios clientes.
Antes el día era para ir a la playa, de compras y a los restaurantes, y la noche para ver la puesta de sol, gozar de la magia del puerto, verdadero punto de encuentro de la aventura noctámbula, y luego ir a la discoteca a bailar»
El Ushuaïa se nos vendió como una tabla de salvación para Ibiza ante la crisis económica que asolaba España, pero en realidad se convirtió en un lastre insoportable para el sector del ocio y en un agravio comparativo que, por más vueltas que le demos, no tiene justificación ética ni legal. Es el mayor fraude de ley acontecido jamás en Ibiza, que además ha destrozado las sinergias y los ritmos circadianos de la isla. Antes el día era para ir a la playa, de compras y a los restaurantes, y la noche para ver la puesta de sol, gozar de la magia del puerto, verdadero punto de encuentro de la aventura noctámbula, y luego ir a la discoteca a bailar.
Sin embargo, al adelantar la fiesta, encuadrándola en el ocio diurno desde la tarde a la medianoche y anulando cualquier otra iniciativa coincidente, todos los que vienen a continuación han tenido que conformarse con las migajas. Los principales damnificados por esta situación, sin duda, son el puerto de Vila y el sector del ocio nocturno, pero no son los únicos. Dicha estrategia abusiva también ha permitido a estos establecimientos comercializar sus habitaciones a precios diabólicos, en virtud de las fiestas que se organizan en la piscina. Esta práctica también constituye una competencia desleal para el resto del sector hotelero.
Durante cuatro años, además, la ley Montoro fomentó otro penoso fraude, pues estos establecimientos, pese a ofrecer exactamente el mismo producto que las discotecas y salas de fiestas, tributaban con el IVA hotelero del 10%, mientras que el resto de los locales del ocio nocturno, incluidas las artes como el cine o el teatro, lo hicieron al 21%. Como resultado de este injustificado agravio comparativo, la industria del ocio nocturno ibicenca soportó la repercusión de este impuesto que gravaba al ocio nocturno en una cuantía estimada superior a más de 100 millones de euros desde el año 2013 al 2016.
Descubrir cómo se ha perpetrado este atropello ha requerido tirar de la madeja durante años y, mientras tanto, el lobby hotelero ha creado una nueva patronal, Ocio de Ibiza, que trata de justificar y normalizar los abusos que se han cometido. Y como resultado, el ocio ibicenco ha pasado de ser nocturno a ser diurno, ya que a esta tendencia se han acabado sumando otros hoteles y numerosos restaurantes de playa reconvertidos de forma irregular e impunemente en pistas de baile. Estos últimos, que proliferan y se expanden a raíz del precedente que establece el hotel discoteca de Platja d’en Bossa, deberían disponer de su propia normativa como clubes de playa, categoría que ya incorpora la ley turística de 2012, pero que sigue pendiente de regulación por parte del Consell Insular.
El TSJB dictaminó el pasado noviembre que las actividades complementarias en los hoteles solo pueden organizarse para los clientes alojados y no para público exterior. Esto lo va a cambiar todo«
Esta nueva figura del ocio, asimismo, ha incorporado un nuevo formato de interpretar las vacaciones y el modelo turístico que actualmente disfrutamos bajo un concepto del lujo que se traduce en una simplificación “estar allí antes y con la música como reclamo”. Ha tenido que dictarse una sentencia judicial absolutamente esclarecedora, que vuelve a poner a cada pieza en su lugar. El Tribunal Superior de Justicia de Balears dictaminó el pasado noviembre que las actividades complementarias en los hoteles solo pueden organizarse para los clientes alojados y no para público exterior. Esto lo va a cambiar todo.
Pero, mientras la cuestión se resuelve y asienta, el supremacismo hotelero sigue maquinando el próximo movimiento que, sin duda, volverá a expandirse por la isla: vuelve el todo incluido. El Hotel Tanit de Cala Gració, el último establecimiento de la marca Fiesta en Europa, acometerá una reforma que pasará de 3 a 5 estrellas y tendrá una propuesta de todo incluido de alta gama solo para adultos y contará con un programa de entretenimiento por el que la marca ya es reconocida en otros destinos del Caribe y México.
Esta es la crónica de la mayor tomadura de pelo soportada por la ciudadanía ibicenca y por la administración que nos representa, que durante estos últimos diez años han visto cómo el interés general queda relegado sistemáticamente a un segundo plano.
El Covid-19 ha paralizado todas las actividades turísticas y ofrece una oportunidad histórica para que el Consell Insular, de acuerdo con los ayuntamientos, nos guíen bajo el imperio de la ley con la regulación oportuna, el camino para volver a empezar.
Pepe Roselló
Totalmente de acuerdo contigo. Ojalá el Consell insular se lo haga mirar y apueste por el bien común
El nivel de paroxismo de este entrañable abuelo es ya preocupante. Envidia, inquina personal, demencia por la edad, ¿álguien caritativo que ayude a este pone a diablo?.
Desde que le falló lo del hotel en San Antonio se le fue la cabeza. Pobre familia. Terminar así.