Francina Armengol, la flamante presidenta del Govern balear, es una mujer muy optimista. Algo que es una cualidad muy positiva en el ser humano pero quizás un tanto arriesgada en un político. Arriesgada por el simple hecho de que, ver todo de color de rosa, te puede apartar un poco (o un mucho) de la realidad. Una realidad que en las últimas semanas está mostrando un terco color gris que, aún así, no nubla la rosácea mirada de nuestra presidenta.
Y es que, con Més de Menorca ya fuera del Govern, cabe la posibilidad de que Més de Mallorca también se despida de sus sillones por el impacto que está teniendo la crisis de los contratos a dedo al amiguete de turno. Armengol se siente fuerte para seguir llevando las riendas del archipiélago con un Govern en minoría porque sabe que, difícilmente, las otras fuerzas de la izquierda vayan a sumar sus votos a los del Partido Popular para tirarle abajo sus proyectos. Pero también tiene que tener en cuenta que, si su vicepresidente Biel Barceló no decide dar un paso atrás y cesar de sus cargos, puede tener problemas con la otra pata del taburete, Podemos, que se está manteniendo muy firme en su exigencia de que Barceló no siga ni un minuto más en el Consolat de Mar.
Si Barceló no se va y Armengol no le destituye, Podemos puede optar por dar por roto todo lo pactado hasta el momento e ir, con la fuerza de quien sabe que tiene la sartén por el mango, a luchar por defender e imponer la totalidad de su programa electoral. Una actitud ésta que nadie le podrá reprochar porque una de las máximas que se negoció para formar gobierno fue la limpieza y la transparencia, algo que en los últimos días brilla por su ausencia en el paraíso de Francina.
Un Podemos descontento es un Podemos beligerante. Y un PSOE sin mayoría y sin querer dar su brazo a torcer en el affaire Barceló es un PSOE que va a tener que negociar, y mucho, y que en más de una ocasión va a tener que bajarse los pantalones si quiere sacar adelante, entre otras cosas, los presupuestos autonómicos.
Un Podemos traicionado es un Podemos al que no le va a importar votar en contra de sus socios (o ex socios) por el mero hecho de castigar la traición, algo que debería tener en cuenta la optimista Armengol antes de dar por sentado que va a tener la misma fuerza que antes de que se descubriera lo de la adjudicación a dedo de los contratos.
Esta inestabilidad que se prevé si nadie se baja de la burra presagia dos años muy difíciles, una etapa final de legislatura que se va a convertir en un calvario para el PSOE, que ya ha dejado bien claro que no piensa, ni por asomo, en convocar elecciones anticipadas.
Por el contrario, para el Partido Popular esta segunda parte de la legislatura va a ser una buena opción para ver cómo se desgastan sus contrincantes mientras que la nueva dirección regional se asienta y se cierran las heridas que hayan podido quedar abiertas tras el congreso. Los populares ya sacaron rédito electoral en otras ocasiones por las peleas internas de la izquierda y todo apunta a que en esta ocasión no va a ser diferente.
La estrategia pasa en estos momentos, entre otras cosas, por lavar los trapos sucios que queden por lavar dentro de casa y por hacer un esfuerzo por parte de ambos bandos por escuchar y convencer. Sólo así las posturas quedarán lo más cercanas posibles y podrán trabajar como una unidad para afrontar el próximo reto electoral que, como bien ha dicho Francina Armengol, será dentro de dos años.