@Pablo Sierra del Sol / Patrícia Soley-Beltran tenía quince años cuando descubrió Ibiza. «Me trajeron mis padres siendo una adolescente con la excusa de que dejara de pensar en un novio, tres años mayor que yo, con el que no iba la cosa bien», explica esta investigadora, doctora en Sociología del género y licenciada en Historia Cultural. A finales de los setenta, su isla de adolescente era un lugar casi soñado donde convivían aún hippies y payeses, tan genuinos unos como otros.
«Y es curioso», explica Soley-Beltran, que imparte una conferencia esta tarde en el Teatre Espanya (20 horas) dentro del ciclo de charlas ‘3-4-20’ que organiza Antoni Ferrer Abárzuza, «que dos colectivos con mentalidades tan diferentes, a priori, dialogaban y podían entenderse. La clave quizás estaba en que tanto payeses como hippies creían en la sostenibilidad, algo muy importante en un lugar como Ibiza, que ha sufrido como pocos los efectos de la cara más depredadora del turismo».
Biografía anfibia
Conversar con esta pensadora catalana («pensar me salva», afirma) supone enlazar de forma lógica un tema con otro sin guión preestablecido. Uno se imagina la estantería de su casa como un cambalache de libros donde es posible saciar la curiosidad sobre casi cualquier asunto. Soley-Beltran es, precisamente, un personaje con una biografía anfibia, capaz de moverse en terrenos muy diferentes. Durante diez años trabajó como modelo, actriz y presentadora de televisión. Esas experiencias en primera persona le sirvieron como bibliografía vital para escribir ¡Divinas! Modelos, poder y mentiras, un libro rematado en Ibiza («para acabar de escribir el último capítulo y el epílogo tuve que venirme a la isla», precisa) y que le valió el Premio Anagrama de Ensayo en 2015. Fue un reconocimiento importante a una carrera literaria de no ficción que se había iniciado años antes dedicándole una obra a las identidades sexuales y a una de las filósofas más célebres en este campo, la estadounidense Judith Butler.
Firme defensora del debate y de una palabra que en España, a diferencia de lo que ocurre en la esfera anglosajona, carga con connotaciones muy peyorativas, «crítica», Soley-Beltran batalla contra el puritanismo que invade nuestros días, los días, por otro lado, del culto al cuerpo y la cosificación inevitable de mujeres (y hombres) a través del cine, la televisión, la publicidad o el propio periodismo. La hipocresía de incitar al deseo constantemente a la vez que se censura la aparición de un pezón femenino o un órgano sexual en la pantalla. «Cuando pensamos en la Ibiza de los hippies y citamos con nostalgia que aquellas personas pudieran ir con poca ropa, no nos estábamos refiriendo a la belleza de sus cuerpos sino a la libertad de elegir cómo te querías vestir o cómo decidías bañarte en el mar. Ese es el asunto. La belleza siempre ha fascinado al ser humano, pero nunca habíamos vivido en una dictadura semejante donde un determinado cánon estético es el que manda».
La gentrificación que expulsa a los residentes
Es en ese momento cuando por una rendija de la charla vuelve a colarse el turismo depredador que antes ha citado la barcelonesa. ¿Es la gentrificación una especie de cosificación de los territorios donde la industría turística domina la economía? Soley-Beltran responde de forma clara: «El ‘efecto París’ lo han sufrido muchos lugares, Barcelona e Ibiza entre ellos. Igual que los cuerpos de las mujeres, mi ciudad y esta isla se han convertido en objetos de los que solo interesa sacar un beneficio. Cuando llega el turismo masivo y sin ningún criterio, se empieza a especular con el suelo y la vivienda. Se expulsa a los residentes y se impide, en los casos más extremos, vivir de una manera normal porque todo debe quedar supeditado al turismo. Es gracioso que reflexionar críticamente sobre este tema se asocie a estar en contra del turismo. Yo no lo estoy, es una actividad maravillosa si se hace con respeto al entorno. Es como cuando alguien reflexiona sobre la cosificación de la mujer desde una perspectiva feminista y te dicen que estás reprimida sexualmente».
Lo paradójico, dice Soley-Beltran, es cómo los valores que pueden convertir a un lugar en icónico (y en el caso de Ibiza podríamos citar la libertad que emana la isla, su patrimonio y belleza natural, su mestizaje histórico y cultural) se acaban convirtiendo en su condena cuando se explotan de forma indiscriminada. «Sin ir más lejos, miremos el caso de Málaga, que en los últimos años ha hecho una fuerte inversión en cultura, abriendo museos y centros culturales. Eso crea movimiento cultural y atrae turistas, pero si no se hace bien se corre el riesgo de gentrificar la ciudad».
Recuperar la conciencia
La esperanza, según la socióloga y escritora, es no dejar de lado la reflexión. A partir de ahí, recuperar la conciencia. Y luchar: «Los hippies no querían ir a la Guerra de Vietnam porque tenían muy presente la II Guerra Mundial, que dejó 70 millones de muertos y algo tan aterrador como el Holocausto. Como decían los propios hippies, de esa época de Piscis, con el dualismo capitalismo y comunismo muy presente, hemos pasado a una época donde predomina Acuario: en el siglo XXI, corrientes muy distintas tendrán que convivir en la misma pecera. Creo que, después de unos años de silencio, las sociedades vuelven a recobrar cierta conciencia. Los ciudadanos europeos no son totalmente ajenos al drama humanitario del Mediterráneo, a las guerras y el hambre en África y Oriente Medio, donde los países occidentales tenemos mucho que ver, que expulsan a cientos de miles de personas, precisamente, hacia Europa. Hace falta más unión para plantear esas luchas sociales. Tengo esperanza en que eso pase, porque también parecía imposible tener en Barcelona una alcaldesa como Ada Colau y, ella y su equipo están planteando iniciativas muy interesantes para recuperar barrios de la ciudad para que sus residentes puedan vivir de una forma digna».
Esta señora, mis respetos, me parece la típica que va de guai, y de que la culpa de todo son los demás. Cuando va a la playa, ocupa espacio, en la carretera igual, y no puede pretender que sólo son los demás los que «gentrifican», ella también. Reitero, mis respetos a una señora que parece interesante.