Nahuel L.A./ Sant Jordi se ha despertado temprano para celebrar su día. En la plaza del centro del pueblo se había colocado un tenderete de libros gratuitos organizado por la biblioteca Vicent Serra Orvay que recompensó a los más madrugadores. Poco a poco, el pueblo se fue inundando del alma de la festividad y las calles, parcialmente cerradas al tráfico, se han ido llenado de personas con la intención de encontrar algún tesoro en los pocos estands de libros que se escondían entre las multitudes. “Yo creo que hay más de mil personas”, ha comentado un anciano a otro mientras caminaban -a duras penas- entre los viandantes. Sólo, con una gran cantidad de personas, se entiende que las ajetreadas manos de las libreras apenas tuvieran un respiro. Para gracia de la mujer, y desgracia del hombre, el libro más demandado era ’50 sombras de Grey’ que, a este paso, proyectará su alargada mitomanía a los anales de la historia.
“También se está vendiendo mucho el nuevo libro de Sthepenie Meyer ‘The Host’”, ha comentado Marga Roig Torres, dueña de la única librería de Sant Jordi que cree que “la venta irá más o menos como el año pasado”. Y, ante la mirada de un gran Bob Esponja que decoraba uno de los toboganes que ha amenizado la mañana a los niños, las campanas de la iglesia repicaron llamando a la liturgia que iba a oficiar Vicente Juan Segura, obispo de Eivissa. En ese momento, varios carros tirados por caballos se acercaron al templo con paso cansino: eran los miembros del baile tradicional de Cuntis (Pontevedra) ataviados con oscuras prendas tradicionales. Una vez hechos todos los honores, la iglesia de Sant Jordi se llenó de peregrinos que abarrotaron todo el espacio. En primera fila, como siempre, se ubicaron las autoridades locales e insulares para escuchar el parlamento del clérigo. “Desde aquí quiero felicitar a su Santidad el Papa que, como sabéis, se llama Jorge”, ha recordado el obispo ante unas 150 personas.
Uno de los niños que esperaban fuera, impaciente, preguntaba a su madre cuándo iba a salir Sant Jordi. Y pareció que, desde el interior, escucharon la plegaria del mocito pues, de los cantos y los rezos, se pasaron a los murmullos propios de los corros que se forman después de los eventos: la procesión había comenzado con un arrítmico y tortuoso repicar del campanario de la iglesia que se prolongó hasta la vuelta de las imágenes.
Detrás de ella, autoridades políticas y miembros de los cuerpos de seguridad del estado se fusionaban con los bailarines tradicionales que, entre gaitas gallegas y flautas ibicencas, formaron una curiosa banda sonora. Finalmente, tras dar una vuelta de media hora, Sant Jordi volvió a descansar en el templo. Era tiempo para que los jóvenes bailarines tradicionales exhibieran –y compartieran- su talento en el escenario de la plaza delante de una gran multitud que, satisfechos, le dedicaron, en distintas ocasiones, sus aplausos.