@Susana Prosper/ Está el tiempo pesado. Desde hace días, unas nubes blanquecinas, vacías de lluvia, tapan la atmósfera y tamizan la luz del sol. El cielo parece cubierto por un edredón de plumas viejo y yo me siento igual que el tiempo, encapotada, nublada y gris.
Cuando estaba haciendo mis tareas, sin ganas ni ánimo, ha llegado un coche. Era Antonio, un payés mayor, muy simpático, del que hablé aquí hace tiempo. Ha vuelto a cortar más ramitas de mi viejo olivo para hacer injertos en sus olivos jóvenes. “¡Hombre Antonio! Qué alegría verle. ¿Qué tal la salud? ¿Qué tal los olivos?”. La otra vez que vino me contó que le habían operado del corazón. También me explicó cómo se hacen los injertos, o empaltes, que es como se llaman aquí. “Bien, bien… aunque ahora ya me tomo la vida aún más pausadamente. Ya no hago ningún esfuerzo”. Esta vez no se ha subido a lo más alto del olivo. Cosa que he agradecido enormemente. La vez pasada sufrí al verlo escalar. Ha cortado unas cuantas ramitas nuevas, de la parte baja del árbol, y el resto del tiempo lo hemos dedicado a charlar.
El cielo parece cubierto por un edredón de plumas viejo y yo me siento igual que el tiempo, encapotada, nublada y gris.
Con una pequeña piedra ha dibujado en el suelo un mapa, para explicarme dónde están sus olivos. De los ocho empaltes que hizo, seis han agarrado perfectamente. Está contento. “Tengo una gente trabajando para mí en el terreno. Son amigos que vienen a ayudarme. Ya no puedo yo sólo”. Mira el reloj a cada rato “Es que a las once les preparo el almuerzo y no quiero llegar tarde”. Me cuenta que el otro día mataron unos cabritos y preparó una frita de asadura. Como sobró, hoy almorzarán eso y una de sus maravillosas ensaladas.
Se agacha y corta una flor de capuchina. “¡Cómala! Está buenísima, ya verá. Quedan muy bien en las ensaladas”. Dice que el día de los cabritos, hizo una que triunfó. Le puso nísperos, naranja, pimiento rojo, tomate, lechuga, cebolla, todo bien cortadito, y un buen puñado de flores. “Eso se aliña al gusto y es una maravilla.” También me da la receta para hacer las capuchinas rebozadas, fritas y espolvoreadas con un poquito de azúcar. “Ya verá qué finas quedan” asegura con cara de gourmet.
Mientras me explica con detalle cómo se limpian y trocean las diferentes piezas para la frita de asadura, que por lo visto salió exquisita, se queda mirando hacía lo lejos y empieza a andar. Le sigo. Se agacha y comenta con decepción “Ah, no, no es… Pensaba que era trencapedra. Una hierba buenísima para el riñón”. Me cuenta que la trencapedra hay que lavarla, dejarla secar al sol y después se toma en infusión. También me habla de la borratja. “Usted la conocerá como borraja. Las hojas rebozadas y fritas son un manjar”. Dice que es una planta muy caprichosa: “Sale donde le apetece, no donde tú le digas”.
Se pone un poco serio y comenta que él sabe un poco de todo porque se crió en la posguerra. “Mi padre me enseñó que hay que saber apañárselas uno mismo. Hay que saber tanto de cocina, como de mecánica… ¡Todo lo que sea útil!” Cuánta razón tiene, pienso mientras como otra capuchina.
Le sigo. Se agacha y comenta con decepción “Ah, no, no es… Pensaba que era trencapedra. Una hierba buenísima para el riñón”. Me cuenta que la trencapedra hay que lavarla, dejarla secar al sol y después se toma en infusión.
Ha vuelto a mirar el reloj y ha decidido que era mejor irse. Ya casi era la hora de sentarse a almorzar. Ha quedado en volver un día de estos a traerme limones. “Están los árboles que se me van a romper del peso”. También me ha prometido traer borratja, cuando empiece a sacar semilla, para que pruebe a ver si la muy caprichosa quiere crecer por aquí. Y un poco de trencapedra, si la encuentra, porque nunca viene mal limpiarse los riñones. Me ha dado dos besos y se ha metido apresuradamente en el coche. “¡Vaya! Lo llego a saber y le traigo un poco de asadura para que la probara”, ha comentado con prisas y sin mirarme.
Me he quedado sonriendo, con el ánimo totalmente desencapotado, viéndole marchar. A la vez he ido archivando mentalmente toda la información que me ha dado en un momento. El próximo día me cojo papel y lápiz.
Gracias Antonio. Estas nubes no llueven, pero usted hoy me ha caído del cielo como agua de mayo.
Hola Susana: Esa transformación positiva tras interactuar con Antonio es la ventaja de las personas positivas, optimistas, empáticas, etc.
Ocurre lo contrario al relacionarnos con personas tóxicas; nos dejan en el estado que describes al principio del artículo.
Saludos.
Totalmente de acuerdo contigo, Jose. De las tóxicas hay que huir como de la polvora 🙂
Que bien sabes aprovechar las circunstancias y volverlas positivas, bien por ti guapa.
Un beso, Puri 🙂