@Susana Prosper/ El otoño me regaló un catarro. Un catarro de los que están encantados de conocerte. De los que te abrazan y te ahogan. De los que te agarran y no te sueltan. Sentía la cabeza como metida en una bolsa de plástico transparente. Veía y escuchaba el mundo exterior parecido a como lo debe de percibir un pez desde una pecera.
Por las tardes procuraba estar en el sofá, tranquila y tapada, para ver si así curaba algo. No tenía ánimo de nada. Se me ocurrió coger el libro de Alicia en el país de las maravillas. Mi cabeza no estaba para lecturas, pero bueno “esto, al fin y al cabo, es un cuento” pensé. Lo había leído en el colegio, siendo muy pequeña. Más tarde vi la película de Disney. La vi en Madrid, en el cine Juan de Austria, seguramente ese cine ya no existe. Tendría yo unos doce años. Fui con mi prima Ana. Era la época en la que nos empezaban a dejar ir solas a merendar, al cine, a pasear. Ver que Alicia también iba sola por el mundo, por ese mundo extraño, hacía que me identificara con ella.
Era la época en la que nos empezaban a dejar ir solas a merendar, al cine, a pasear. Ver que Alicia también iba sola por el mundo, por ese mundo extraño, hacía que me identificara con ella.
El caso es que la otra tarde, como digo, pensé que ya puestos a ver la realidad tan distorsionada y lejana, por culpa de ese catarro avasallador, qué mejor que entrar de lleno en la irrealidad. Así que me senté con Alicia en el sofá y le dije que me llevara a donde quisiera llevarme. Accedió, pero me puso como condición que me mantuviera callada. No podía interferir para nada en la historia. Como si no estuviera. Y allá que me fui con ella.
La dejé hacer y deshacer, sin yo decir ni mu. Más de una vez le hubiera aconsejado que se callara, o que no hiciera tal o cual cosa, pero habíamos hecho un pacto y no podía romperlo. Al principio me costaba no dirigirla un poco, o un mucho, pero me di cuenta de que ella está en edad de aprender a manejar la vida y que sólo se aprende a vivir, viviendo. Así que me mordí la lengua, más de una vez, y la dejé a su aire. Para mí fue todo un ejercicio de autocontrol.
Poco a poco le fui pillando el tranquillo a la situación. Me empezó a costar menos estar callada. Poco a poco comprendí que ella, sin darse cuenta, iba aprendiendo de los errores que iba cometiendo. De que, sin percatarse en absoluto, iba recopilando ideas que, aunque en un principio le parecieran abstractas y dispares, le servirían en el futuro. A mí me hizo aprender a no entrometerme en la vida de los otros y a constatar que no siempre está más loco el que más loco parece, que nada es blanco o negro, que lo que para uno es lo normal, paro otro puede ser toda una rareza y que, sin lugar a dudas, el tiempo es muy relativo.
De pronto parecía yo el conejo blanco que siempre va con prisas “¡Me tengo que ir! ¡Es tardísimo!” y volví a casa sin apenas despedirme de ella.
La tarde pasó volando y sin darme cuenta se había hecho la hora de cenar. De pronto parecía yo el conejo blanco que siempre va con prisas “¡Me tengo que ir! ¡Es tardísimo!” y volví a casa sin apenas despedirme de ella. Reconozco que al principio me sentí como si regresara de un viaje, pero de los de LSD o algo así. Se me hacía muy raro estar de golpe en mi cocina, tostando pan y batiendo huevos.
Y ahí, en la cotidianidad de mi casa, me di cuenta de que cuando conocí a Alicia, yo era una niña como ella. Viví toda esa aventura desde su punto de vista. Entendía su descaro y sus razonamientos. Esta vez no había sido así. Ahora yo podría ser su madre, de ahí que me costara tanto callar y dejarla hacer a su aire ¡Qué pesadas podemos llegar a ser las madres! Entonces pensé que cuando tenga edad de ser su abuela, volveré a tomar contacto con ella. Seguro que tengo más paciencia que ahora y seguro que la disfruto de otra manera.
También tengo claro que, llegada a esa edad, me daré la licencia de romper el pacto y me sentaré a tomar el té con el Sombrerero. Me pareció un tipo muy especial y me he quedado con ganas de sonsacarle información sobre cómo funciona realmente el paso del tiempo.
Hola Susana: Hablas sobre varias cuestiones importantes. Una de ellas; el no juzgar ni criticar a los demás ni de palabra ni de pensamiento es fundamental en el camino de la autorrealización.
Señor@s de noudiari, considero que los artículos de Susana atesoran tal calidad que merecerían ser colocados en la parte de arriba de noudiari para que puedan ser leídos por más personas.
Gracias y Saludos.
Jose.
Estoy totalmente de acuerdo con José, los artículos de Susana son dignos de estar en primera linea
Los relatos se hacen cortos y los tiempos de espera para el siguiente largos, Tuti!!!
Muchísimas gracias!!! Da gusto escribir para gente como vosotros. Os agradezco enormemente estos comentarios.
Es un relato cautivador, por franqueza, por vivir con arte y querer compartirlo, que invita a imaginar a esa niña aventurera que aprende por el camino, acompañada de personajes increíbles, esa tarde por una figura genial. Gracias a ti