@Susana Prosper/ La primera tarde de primavera que salí con mi libro al porche, me di cuenta de que se había acabado para mí la temporada de leer. Intenté concentrarme y seguir por la página en la que lo había dejado el día anterior, pero la cabeza no quería meterse ahí. De la primera frase leída, los ojos se fueron a mirar las plantas. Unas necesitaban poda, otras cambio de maceta. A la segunda línea, el zumbido de una avispa hizo que me entretuviera buscando en qué flor se había posado. En uno de los párrafos siguientes, vi que estaba leyendo por leer. No me había enterado de nada. Cerré el libro y me dediqué a observar. Pensé en todo el trabajo de campo que había por hacer y en todas esas nuevas vidas que trae el buen tiempo. Nuevos brotes, nuevas plantas, nuevos insectos, nuevos pájaros.
Decidí dejar de pasear el libro cada tarde. Lo besé, lo tumbé en la estantería y le dije cariñosamente “Nos veremos en septiembre»
Las tardes siguientes salía con el libro, pero no llegaba a abrirlo. Enseguida me enfundaba los guantes de jardinera y me ponía a trabajar. En primavera hay tanto por hacer que no hay tiempo de pararse a leer. Al atardecer me sentaba a mirar el trabajo hecho. ¡Y eso es tan gratificante! Miraba los montones de malas hierbas que había ido acumulando, miraba las plantas felices, estrenando hojas nuevas y macetas más grandes. Ponía toda mi esperanza en los pequeños planteles de perejil, guindillas y albahaca. Me enternecía ver cómo los bulbos de flores, enterrados y ocultos durante el invierno, empezaban a asomar un pequeño tallo verde por entre la tierra. Y me alegraba descubrir las nuevas generaciones de insectos y de lagartijas. Pero sobre todo me alegró, como siempre, la llegada de las golondrinas. Pocas cosas me hacen tanta ilusión como ver a las primeras. La tarde en que por fin aparecen es una celebración. Ahí se inaugura el verano para mí.
Después de la llegada de las golondrinas, decidí dejar de pasear el libro cada tarde. Lo besé, lo tumbé en la estantería y le dije cariñosamente “Nos veremos en septiembre. Entonces volveré a prestarte la atención que mereces. Ahora tengo demasiadas cosas que hacer.”
La temperatura fue siendo cada vez más cálida. El sol iba apretando a medida que pasaban los días y anochecía cada vez más tarde, por lo que las tareas más duras, como quitar malas hierbas o cortar esparragueras, las hacía en horas en las que el sol empezaba a bajar un poco. Una vez finalizado el trabajo que me había propuesto para cada día, me sentaba a mirar el campo y el cielo.
Al atardecer llegaban puntuales las golondrinas y volaban juntas de aquí para allá, haciendo verdaderas coreografías. Llegué a pensar que sabían que las miraba y les gustaba lucirse delante mío. Algunas bajaban en picado, como si quisieran verme de cerca. Más de una tarde he estado a punto de aplaudir entusiasmada. Era emocionante verlas volar tan negras, ligeras y finas, en un cielo limpio que iba cambiando de tonos y de dibujos. Un cielo que pasaba de azul claro a rosa o naranja, a veces con franjas y líneas que parecían trazadas a pincel, otras veces con nubes cambiantes moviéndose lentas en un silencio total.
Pronto las golondrinas van desapareciendo, a la vez que el cielo va apagándose lentamente en un fundido en azul oscuro que acaba en negro. Entonces se distinguen las luces lejanas del pueblo.
Los chorlitos, con su forma alocada de piar y volar, son los que avisan de que el espectáculo está a punto de acabar. Pronto las golondrinas van desapareciendo, a la vez que el cielo va apagándose lentamente en un fundido en azul oscuro que acaba en negro. Entonces se distinguen las luces lejanas del pueblo y poco a poco se van encendiendo pequeñas luces de casas desperdigadas por el paisaje, a la vez que van apareciendo en el cielo, las miles de diminutas luces blancas de las estrellas.
Seguiría y seguiría explicando la cantidad de cosas que he visto y disfrutado este verano, simplemente parándome a mirar. Creo que es el verano que más he aprendido de todos los veranos de mi vida. Y es que no hay nada como observar y sentir.
Le he dicho a mi libro que, aunque ya es septiembre y hace días que se fueron las golondrinas, espere un poco más. Que en cuanto haga frío volveremos a pasar las tardes juntos como antes, frente a la chimenea, con una taza de té caliente. Pero que tenga paciencia, que aún me queda mucho por ver.
Bienvenida guapa, me alegro mucho de tu vuelta como siempre eres fantástica .
Gracias, Puri! La verdad es que te echaba de menos.