@Susana Prosper/ Ötzi era un hombre fuerte. Tenía el pelo largo, barba poblada y unos intensos ojos marrones de mirada profunda. Ojos que guardaban imágenes de montañas nevadas, de fuego, de sangre y caza. Al fondo, bien escondido, para no perder el aspecto de hombre duro, sus ojos también guardaban recuerdos de un amor, de cielos abiertos y libres, de momentos de absoluta paz. Su vida no fue fácil. En aquella época la vida no era fácil para nadie. En aquellos años, vivir era sobrevivir. Y sobrevivir se apodera del tiempo.
Era un hombre cauto y preparado. Listo y enérgico. No se asustaba fácilmente. La vida en las montañas era muy dura, pero él conocía el terreno y sabía cómo manejarse en tormentas o heladas. Sabía resistir. Eso lo fue convirtiendo, poco a poco, en el más viejo del lugar. Su edad avanzada y algunos problemas de salud no le amedrantaban en absoluto. Siguió saliendo a cazar, aunque algunos días los dolores fueran casi insoportables.
Vivir era sobrevivir. Y sobrevivir se apodera del tiempo.
Prepararse cada mañana llevaba su tiempo. Se calzaba las botas de piel de gamo, aisladas por dentro con fibras vegetales. Se anudaba al cuello un gorro de piel de oso, perfecto para mantener la cabeza a salvo de las heladas, y sujetaba sus pantalones de piel de cabra atando fuertemente el cinturón con bolsillos, que se había fabricado un largo invierno de grandes nevadas. En él guardaba las cosas pequeñas y útiles que prefería tener más a mano. En la mochila de piel, con asas de madera de avellano, era donde metía todo lo demás: redes, flechas, una daga y lo más importante: sus medicinas. Una vez revisada la mochila, se cubría con una rígida capa de paja. Era algo pesada, pero le resguardaba bien de la lluvia y del frío.
Ötzi una mañana salió y no regresó. Nunca sabremos qué ocurrió exactamente. Sí sabemos que murió asesinado. Quién lo hizo, o por qué lo hizo, quedó guardado en esos ojos marrones y profundos que tantas cosas escondían. Lo que no saben sus ojos es que hoy, cinco mil años después, una mujer, de más o menos su edad, está hablando de ellos.
El pasado 19 de septiembre, hizo veinticuatro años del día en que dos montañeros encontraron en los Alpes el cadáver de Ötzi. Estaba tumbado boca abajo. Los forenses concluyeron que había sido asesinado por la espalda.
Ötzi, sin poder siquiera imaginarlo, ha viajado en el tiempo. El hielo hizo que su cuerpo, su ropa, su mochila, sus herramientas, e incluso sus medicamentos, quedaran momificados y conservados durante todo este tiempo. Sabemos que tenía caries, arteriosclerosis y problemas intestinales. Sabemos que tenía cuarenta y seis años, pelo fosco y ondulado y que no tenía piojos. Que durante su vida se había partido la nariz y varias costillas. Sabemos que tenía cerca de cincuenta tatuajes hechos con carbón vegetal. Rayas y cruces tatuadas en diferentes puntos del cuerpo. Incluso sabemos que lo último que comió fue carne de cabra y pan.
Sigue habiendo cielos abiertos y libres, y a veces, pocas, tenemos momentos de absoluta paz.
No podemos saber qué cosas pensaba, ni qué le gustaba o qué le atormentaba más. No sabemos si era un hombre huraño o encantador. No sabemos qué opinaría al saber que su cuerpo sería exhibido en un museo, a la vista de todos. No puedo evitar sentir un lazo extraño con este hombre venido de un pasado tan lejano. Me siento más próxima a él que a algunas personas de este futuro tan presente.
Querido Ötzi: Han cambiado mucho las cosas en estos cinco mil años que nos distancian, pero muchas otras siguen siendo igual. Sigue habiendo nevadas y lluvias torrenciales. Sigue habiendo cielos abiertos y libres, y a veces, pocas, tenemos momentos de absoluta paz. Tenemos más comodidades que cuando vivías tú, pero aún así, para una inmensa mayoría de la población mundial, sobrevivir sigue apoderándose del tiempo.
Como siempre me sorprendes , fantástica .
Gracias!