@Susana Prosper/ Cuando murió mi padre, recuerdo ir andando hacia donde tenía aparcado el coche y enfadarme con el mundo. ¿Cómo era posible que un día tan triste como aquel, todo en la calle continuara igual? La gente charlaba y reía, los coches pitaban en los semáforos y unos chavales corrían descuidadamente por la acera. Ya en la carretera, miré el campo, me fijé en los árboles, en las ovejas que pastaban y me tranquilicé. Entendí que la vida sigue y así debe ser. Entendí que un dolor igual al mío sólo lo sentirían mis hermanos y mi madre, mis sobrinos y mi hijo, pero nadie más. Era imposible que los demás sintieran el mismo vacío que sentíamos nosotros.
Entonces pensé en la tristeza y me di cuenta de que es algo que sale de muy adentro. En la tristeza no hay competencia, no hay premio. No es más sensible el que parece más desconsolado, así como no es más duro el que finge despreocupación, ni más frío el que apenas gesticula. La tristeza es algo tan hondo que medirla exteriormente es tontería. No hay forma de medir los sentimientos y éste menos que ningún otro.
En la tristeza no hay competencia, no hay premio. No es más sensible el que parece más desconsolado.
Vivimos una época en la que las tragedias están a diario en nuestras vidas. Los atentados, las guerras, la crisis, la pobreza, la hambruna, las enfermedades, la violencia… A unos les afectan unas cosas, a otros otras, pero son tantas que ninguno queda libre.
El único consuelo que se me ocurre es vivir. Hacer que la vida siga. Coser un día con otro día y así sucesivamente. Y a ese cosido ir prendiéndole pequeños detalles agradables, así como se añaden lentejuelas o encajes a los vestidos. Una sonrisa, un buenos días, una comida hecha con cariño, una charla con un amigo. En momentos malos las cosas pequeñas cobran más importancia que nunca.
La otra mañana fui a dar un paseo por los pantalanes del puerto de Sant Antoni. No había nadie más paseando, sólo me encontré con la gente que trabaja allí. Me alegró ver que todos me dieron los buenos días al cruzarse conmigo. Qué gesto tan sencillo, tan pequeño, y qué bien me hizo sentir.
Hacer que la vida siga. Coser un día con otro día y así sucesivamente. Y a ese cosido ir prendiéndole pequeños detalles agradables.
Oscar Wilde cuenta, en De Profundis, que cuando la policía se lo llevó esposado ante la multitud, cabizbajo y hundido, vio como uno de sus amigos, al que no dejaban acercarse, a su paso se quitó el sombrero a modo de saludo y de respeto. En los años que permaneció encarcelado, recordar ese pequeño gesto de amistad lo reconfortó enormemente.
Creo que ya que andamos todos tristes, ya que el mundo no nos da muchas alegrías, ya que tenemos que ir cosiendo los días, cosamos, al menos, bonito y con puntadas pequeñas. Está comprobado que las puntadas, cuanto más chiquitas y seguidas, más resistentes son.
Inspirado artículo. Felicidades Susana.
En esta ocasión solo haré un comentario sobre la anécdota del paseo por los pantalanes. Es curioso que un simple saludo que hacemos y que nos hacen personas desconocidas tenga esa influencia tan positiva en nuestro ánimo. Quiero pensar que le ocurre a todo el mundo y no sólo a las personas sensibles. Para mí es similar a la agradable sensación que queda cuando alguien desconocido me pregunta por una dirección y su agradecimiento cuando le indico me proporciona un «cachito» de felicidad.
Saludos.
Gracias Jose. Entiendo perfectamente a lo que te refieres. Ser amable es muy gratificante. Los antipáticos se lo pierden 🙂
Muy bien expresado, te admiro lo claro y fácil que lo sabes explicar.
Muchísimas gracias Puri.
Entiendo que tu reflexión va de la tristeza, y de que ésta está instalada hoy día en nuestro ánimo de forma generalizada, debido a los acontecimientos internacionales y hasta nacionales. Pero fíjate, que eso no tiene porqué ser así. Todos esos focos de desgracias, nos vienen dados por los medios masivos de ¿información? Si no los ves, no los lees, y no los escuchas; o si bien lo quieres hacer, pues nadie te obliga (de momento), te los tomas con “alejamiento”, retomarás el pleno convencimiento, de que precisamente estas en un lugar tranquilo, donde vienen millones de personas a “desconectar”. Si puedes, (sé que no es fácil, porque engancha) te recomiendo que estés una temporada si leer las noticias, escuchar la radio (salvo música), ni ver los informativos de la “caja tonta”. Es posible que descubras que eres más feliz, al tiempo que verás a la gente de otra manera.
Vivimos en tiempos en los que la información masiva, se ha convertido en un instrumento al servicio del poder, y es un fenómeno conocido y estudiado. Pretende y consigue que la población en general, tenga miedo y sienta tristeza, y por tanto ponga sus miradas en el líder, en aquel que sabrá qué hacer, y de este modo es más fácil dejarse conducir. Es así más maleable y menos dada a ser crítica y a actuar. Desconectar puede ser útil, pues aún no es obligatorio ver el concentrado de tristeza que a modo de medicamento, nos metemos entre pecho y espalda todos los días por los distintos medios de “información”. De hecho, la realidad, está distorsionada, debido a los medios, y la gente por tanto puede llegar a tener una idea de la realidad que no se ajusta a la verdad. Los medios son una herramienta muy poderosa; todo un fenómeno sociológico. Tal es así, que en círculos críticos hace mucho ya, se rebautizó a la televisión como “la caja de ajilipollar personas”, y a Hollywood, como la “fábrica de pesadillas”, por cuenta de la “fábrica de sueños”.
En resumen: la tristeza individual, tendría solamente que deberse a un acontecimiento privado, como el fallecimiento de un ser querido. Pero si la tristeza es masiva, lo es porque ha sido inducida, como quien inocula un virus.