Era un día de Octubre, creo recordar, soleado. Aunque seguramente hacía más frío que hoy. Era 2001, y en el orden del día de las preocupaciones del populacho el ranking lo encabezaba, con mucho, no ser aniquilado por un señor con barba que daba bastante más miedo que la programación íntegra del certamen: Osama bin Laden. El cambio climático era lo de menos. A lo que iba. Ese viernes de Octubre, quien esto escribe fue por primera vez al Festival de Cine Fantástico de Sitges. Nervioso, como el niño que va por primera vez al fútbol, o el señor maduro que debuta en un crucero para singles, me planté en la taquilla con mi pareja de la época sin saber muy bien qué ver. Y, con poca información, optamos por una película francesa con un poster muy cuqui y una chica enigmática en la portada. Su título: Le fabuleux destin d’Amelie Poulin. Sí, la que dos décadas después sigue enamorándonos como Amélie, a secas. Buen ojo.
Sirva esta anécdota de abuelo cebolleta sólo como introducción y carta de servicios de alguien que ha encadenado su vigesimosegundo Sitges consecutivo. Ojalá 21 más, mientras el cuerpo aguante.
Ha sido la primera edición post pandemia, ya con plena normalidad en lo que respecta a aforos, mascarillas y paranoias varias. De hecho, ha vuelto en esta edición, tres años después, la Zombie Walk, una ¿caminata senderista? con miles de personas ejerciendo de no-muerto por las calles del pueblo. De hecho, cualquier día de los 11 días que dura el Festival es altamente probable cruzarse con gente que parece venir directamente de una pelea en el West End, maquillaje mediante. En Ibiza hemos normalizado cruzarnos en la acera con gente en tanga. Cada uno con sus costumbres.
El caso es que la burbuja festivalera es mágica. Solo dentro de ella puedes ir al baño y cruzarte, por ejemplo, con Freddy Krueger. El de verdad, Robert Englund, no un friki disfrazado. De hecho, seguramente lo mejor del festival es sentarse en un sofá del Hotel Melià, centro neurálgico, a ver pasar a celebrities, proyectos de celebrities o gente que nunca será celebrity pero aún no lo sabe, o no lo quiere saber. También es divertido captar un “elevator speech”, ese entusiasta que transforma un encuentro casual en el ascensor con Álex de la Iglesia para convencerle de que ha escrito la nueva Alien, o que ha filmado con su Xiaomi el Reservoir Dogs de la generación Z. Spoiler: nunca lo comprobaremos.
Para un ibicenco, por cierto, también es reconfortante ver como la inflación/caradura no solo afecta en nuestras islas. Casi pagas con placer 4 euros por una cerveza en el Melià, o 3 euros por un café con leche. Con la sonrisa del que se sabe experto en la materia. Del que siente como en casa. Al menos allí puedes tomartelo con el protagonista de El juego del calamar en la mesa de al lado (No recuerdo su nombre. Ustedes tampoco).
A mí siempre me hace mucha ilusión una cosa que sólo pasa en esa burbuja. Salir de una película cualquiera, y encontrarte a su protagonista en la puerta. Eso si que es una ruptura de la cuarta pared en toda regla. Me pasó varias veces este año. Por ejemplo, con una de las jóvenes de moda del cine patrio, Esther Expósito. Desgraciadamente, no con Eva Green. Pero, si sobreviví a quedarme sin ver a Emma Stone hace más de una década, sobreviviré a ésta.
Afortunadamente, hay una cosa que no cambia. Los paseos calmados por la playa o carreras a contrarreloj por una acera estrechísima, recorriendo el kilómetro y medio que separan dos salas de exhibición con las otras dos. En el fondo, piensan en nosotros. Más de 10.000 pasos al día. Todo en orden en el planeta fit.
A los que vamos de fuera, lo que nos sabe peor es plantearnos la pregunta del millón: por qué no un Festival Internacional de Cinema d’Eivissa así, con sus 11 días, sus estrellas, sus estrenos, su magia. Porque allí, en esa burbuja, sí hay magia. Más que en el 99% de stories de Instagram o de Tik Toks que reivindican la prestidigitación pitiusa. Quizá algún día el Festival Ibicine, conducido por la flamante Académica del cine español Helher Escribano, consiga algo parecido. Al fin y al cabo, nuestro cine está vivo, con el irreductible David Marqués triunfando, con Carmen Vidal coleccionando NY Emmys, o con Héctor Escandell dejándose la vida por sus sueños (por cierto, nos cruzamos en una de esas caminatas eternas). De momento, si llega el apocalipsis del gas ruso, que me pille en una sala de Sitges.
Por Raül Medrano
Un article magnífic. Quins records del festival!