Pues llegó la hora de hablar de cine. Porque, aunque no lo parezca tras el artículo anterior, el festival de Sitges es eso, cine. Mucho cine. De hecho, demasiado. Las más de 200 producciones estrenadas en sus inabarcables secciones, más allá de la Sección Oficial a Competición, convierte en un imposible analizar toda, o siquiera una gran parte de la producción de género de un 2023 que ha sido bastante prolífico en cuanto a terror y fantástico. Así que no intentaré abarcar demasiado en este artículo, centrándome en lo (poco) que he podido ver y en algo de lo (mucho) que se queda en el tintero. La vida va de escoger, ya saben.
Este año he roto una “tradición” que se venía repitiendo muchas ediciones: perderme la película ganadora del certamen. Pues este año, por fin, sí pude ver (curiosamente mi última película de esta edición antes de regresar a la isla) la ganadora a Mejor Película: Cuando acecha la maldad, cinta argentina dirigida por Damián Rugna. El autor de la ya excelente Aterrados (2017) dobla la apuesta y se lleva un merecido premio con una cinta de endemoniados sucia, polvorienta, violenta, inspirada. Demostrando que aún no está todo dicho en cuanto al cine de posesiones, dándole un punto de vista diferente adornado con secuencias difíciles de masticar imposibles de ver en el cine más mainstream, en esa película de miedo que nos arregla un martes de Febrero en el sofá en la plataforma de pago de turno. El 19 de enero se estrena en cines en España (ojalá en Ibiza). No se la pierdan.
El premio a la mejor dirección recayó en Baloji, un congoleño que nos presentó la onírica hasta el tuétano Omen. Las desconocidas protagonistas de The seeding, una nueva incursión en ese subgénero que podría llamarse “niños cabr… torturando a adultos”, y Tiger Stripes, un simpático coming of age malayo con efectos visuales entrañablemente cutres, comparten exaequo el premio a la mejor interpretación femenina. El mejor actor ha sido para el Vincent de Vincent debe morir, el maquiavélico relato de un pobre hombre al que de pronto, y sin motivo ninguno, todo el mundo quiere agredir. Seguro que conocen a alguien así. Pseudo capítulo de Black Mirror algo alargado, vale la pena echarle un vistazo.
El premio del público fue, previsiblemente, para Robot dreams, de Pablo Berger, aclamado ditector de la Blancanieves de Maribel Verdú. Una película animada sin diálogos sobre la amistad entre un perro antropomórfico y un robot de compañía. Oda a la lealdad, a la fidelidad y al amor, cautivó a los espectadores pese a su marcado tono infantil.
Más allá del palmarés, increíble fue la ovación a La sociedad de la nieve. La nueva versión de J.A.Bayona del accidente de aviación en los Andes que en su día ya inspiró ¡Viven! gustó muchísimo a los asistentes a alguno de sus dos pases especiales. Diez minutos ininterrumpidos de aplausos al director de El orfanato y su equipo. Jamás había visto servidor nada igual. La tendrán en Netflix a partir de enero .
El otro gran impacto de este Sitges fue otra exhibición fuera de concurso, tras su exitoso paso por Venecia. Hablamos de Pobres criaturas, la nueva criatura, valga la redundancia, ingeniada por el siempre particular Yorgos Lanthimos. El director de Canino y Langosta convierte a Emma Stone (gracias por existir) en la mezcla entre Frankenstein y Amélie que esta década necesitaba. No la pude ver, ni falta que me hace. Me creo a los que hablan de ella como una de las películas del siglo.
De entre otras películas que han gustado mucho, podemos hablar de Moscas, con Ernesto Alterio pergeñando otro “relato salvaje”. O Late night with the devil, la crónica de una posesión demoníaca en directo en un programa de televisión setentero. O La morsure, una mezcla entre Déjame entrar y Sólo los amantes sobreviven que al final no es ni una cosa ni la otra. Si presencia en un festival fantástico es discutible una vez vista. Pero tampoco es plan de spoilear. Ahora, la cara de “Emosido engañado’ tampoco me la quita nadie. Pese a ello, es interesante.
Tambien “mención especial Raül Medrano” a Las habitaciones rojas, gran sorpresa francesa, bastante incómoda de ver, y La espera, con un Víctor Clavijo desesperado y perseguido en la campiña sevillana franquista. Y no puedo olvidarme de El reino animal, una fábula en que un ¿virus? Convierte aleatoriamente a algunas personas en animales. Se echa de menos algo más de debate moral a propósito de la aceptación social del diferente, pero funciona como drama y como parábola distópica. Recomendable. Otro SÍ le cae a Sleep, film de Hong Kong que convierte el sonambulismo en pesadilla, y para Restore Point, pequeña producción checa de ciencia ficción que sorprendió y pide a gritos un remake angelino.
No quiero extenderme mucho en lo menos recomendable. Huyan de Hermana muerte, fiasco de Paco Plaza que inauguró el Festival (en breve en Netflix). Decepcionante también Vive dentro, pese al hype que la acompañaba. Y también mal regusto con Acide, distopía en la que la lluvia ácida podría acabar con el mundo como lo conocemos. Mal gusto porque, pese a no ser un desastre, anda lejos de la anterior película de su director, la genial La nuee.
Nada más. A esperar la cosecha de 2024. Y a esperar, algo cada vez más difícil, que la ficción siga superando a la realidad, aunque sea por poquito. Arreglados estaríamos si no.
Raül Medrano