@LauraFArambarri / Vicente Valero (Ibiza, 1963) acaba de publicar Enfermos antiguos (Editorial Periférica), un libro delicioso sobre la infancia, la isla y las transiciones personales, sociales y políticas, que está teniendo una acogida igual de entusiasta por parte de la crítica y del público.
Valero, con una larga carrera previa como poeta y ensayista, está desarrollando en los últimos años su faceta como narrador. Su talento en este campo y la abundante producción que está regalando a sus lectores no deja dudas: era un camino que este escritor tenía que transitar. Así, a este nuevo libro se suman a los aplaudidos Los extraños (2014), El arte de la fuga (2015), Las transiciones (2016) y Duelo de Alfiles (2018), a los que hay que añadir la reciente reedición del ensayo Experiencia y pobreza: Walter Benjamin en Ibiza, 1932-1933. Todos con la editorial Periférica.
— ¿Enfermos antiguos constituye una suerte de trilogía junto a Los extraños y Las transiciones o las ha concebido de manera completamente independiente?
Los tres libros pueden leerse de manera independiente, pero Las transiciones y Enfermos antiguos forman parte de un mismo ciclo narrativo que tiene como paisaje social y moral el de los años 70 en Ibiza, un paisaje que coincide con la infancia y adolescencia del narrador de las historias. No sé si este ciclo ya está cerrado o si se sumará algún otro libro. Ya se verá.
— En estos tres libros planea en el lector la duda de si está ante una novela, un libro de memorias, autoficción… ¿Está construido el libro desde la memoria o desde la ficción? ¿O tal vez en un puente entre ellas?
Tal vez podría decirse que precisamente en esa “duda” se encuentra el género que he escogido. Me gusta la idea de que el lector no sienta condicionada su lectura por una etiqueta previa. Yo le presento un texto literario escrito en primera persona y dejo que lo lea como quiera. Mis libros no son para lectores perezosos y pasivos. Los lectores dialogan a su modo con mis libros, se encuentran en ellos o no, extraen sus propias conclusiones.
— Se refiere en el libro a Ibiza como la isla y no incluye toponimia alguna ni los nombres concretos de los barrios: La Marina parece ser el barrio marinero y Dalt Vila es la ciudad vieja. ¿Se debe a una voluntad de evitar, digamos, el localismo, y de situar al lector en un espacio menos definido y por tanto más universal?
Supongo que sí, que es por este motivo. También en este aspecto lo dejo abierto para que la imaginación del lector pueda poner algo de su parte.
— En un momento del libro dice: en una isla no se estaba para prosperar, sino para sobrevivir. ¿Esta idea se refiere a la isla de la economía de supervivencia o cree que de algún modo es válida hoy y también se puede aplicar a la isla actual, la del turismo?
El tardofranquismo y la industria turística introdujeron la idea de “prosperidad”, es decir, la idea de que todo el mundo podía mejorar económicamente gracias a los cambios modernos. Pero esa era una idea que ya no afectaba mucho a la sociedad de la que yo hablo en Enfermos antiguos, compuesta sobre todo por personas ya muy mayores, por ancianos que lo miraban todo con escepticismo, que no creían en el progreso porque nunca lo habían visto, y que sabían que los cambios importantes que estaban a punto de llegar ya no serían para ellos.
— La convalecencia de los enfermos, es decir, el reposo que recomendaban los médicos y las visitas de amigos y familiares a los convalecientes, es el hilo conductor de las diferentes historias del libro: ¿La convalecencia actúa de algún modo como metáfora de un tiempo donde era posible la calma, la pausa, frente a una actualidad en la que la curación ha de ser inmediata, y el reposo se entiende como una pérdida de tiempo?
Sí, aquellas largas convalecencias en casa sólo eran posibles en una sociedad que tenía una idea del tiempo muy diferente. Pero, claro, esto significa también que los médicos y la medicina en general eran diferentes. Hoy los médicos ni siquiera van a las casas, precisamente en nuestros días, cuando a casa vienen para todo, para traerte desde una pizza hasta un libro, pasando por la compra del supermercado… Por otra parte, aquellas convalecencias largas propiciaban la solidaridad, la reunión social, el consuelo… Y por supuesto también la narración, el arte de contar historias, que en definitiva es lo que yo, recordando todo aquello, hago en este libro.
Aquellas largas convalecencias en casa sólo eran posibles en una sociedad que tenía una idea del tiempo muy diferente.
— Otra idea muy interesante del libro es la de la memoria como excavación arqueológica: con fragmentos reconstruimos. ¿Es tan válido el recuerdo como construcción de la historia general o particular, como lo puede ser un documento más fidedigno o siempre hay que poner el recuerdo (el propio y el ajeno) en entredicho?
La memoria tiene siempre mucho de ficción. Ni siquiera coinciden demasiado lo que recordamos de nosotros mismos y lo que otros recuerdan de nosotros. Cada documento del pasado también necesita de otros muchos para completar su significado. Excavamos en el pasado y encontramos fragmentos rotos y esparcidos con los que construimos un imaginario muchas veces determinado por nuestras ideas o nuestros intereses actuales. Cuando abordamos la infancia, lo que hacemos es sobre todo recrear una atmósfera, un mundo que sabemos que no existe, pero al que todavía sentimos pertenecer un poco.
Cuando abordamos la infancia, lo que hacemos es sobre todo recrear una atmósfera, un mundo que sabemos que no existe, pero al que todavía sentimos pertenecer un poco.
— En su libro asistimos a una sociedad en transición, todavía gris, en mitad de la dictadura franquista, pero, al mismo tiempo, el libro transmite muy bien una idea luminosa: que era una sociedad conectada físicamente, con lazos de barrio y vecinales. ¿Es esta una pérdida que hay que lamentar?
Bueno, a ver, yo no escribo para lamentar pérdidas. Vivir es ir acumulando pérdidas, eso ya lo damos por hecho. Que hace cincuenta años se hacían cosas que ahora no se hacen, unas más interesantes y otras menos, es lo normal. Lo importante, en todo caso, es constatar las diferentes formas de sociabilidad que cada comunidad establece según sus necesidades o costumbres. Me atrevería a decir que incluso las enfermedades de hoy son diferentes: o son demasiado leves, o demasiado graves. Tal vez antes había un tipo de enfermedad intermedia que propiciaba una sociabilidad en torno a la enfermedad y los enfermos. No lo sé. O tal vez la enfermedad era un asunto más público que privado. Este es un libro sobre la infancia no un tratado de sociología.
— Una isla que ya no existe como tal, el recuerdo de los padres y de la infancia feliz… Los tres libros que ha dedicado a la isla, a sus personajes y a sus recuerdos… ¿Sería su particular El mundo de ayer de Stefan Zweig?
Supongo que sí. Todo el mundo tiene un El mundo de ayer que recordar y poner en valor, o que enterrar y olvidar… En cualquier caso, sí puedo decir que me siento afortunado por haber tenido la infancia que tuve. Tal vez en aquella época, se me ocurre ahora, la infancia era un periodo muy intenso que se cerraba también abruptamente y de manera definitiva con la adolescencia. Ahora, en cambio, se ve a muchos adultos infantilizados, como si no hubieran sido capaces de cerrar aquella etapa nunca, como si confiaran en que fuera a durar para siempre. Es un poco triste.
Ahora, en cambio, se ve a muchos adultos infantilizados, como si no hubieran sido capaces de cerrar aquella etapa nunca, como si confiaran en que fuera a durar para siempre. Es un poco triste.
— Esta es su quinta novela con la editorial Periférica, a la que hay que sumar la reedición del ensayo Experiencia y pobreza Walter Benjamin en Ibiza. Parece que ha encontrado una editorial con la que se siente muy cómodo.
Cuando envié y publiqué Los extraños, no pensaba que fuéramos a tener una relación tan intensa y fructífera. Lo cierto es que al editor Julián Rodríguez, lamentablemente fallecido el pasado mes de junio, le debo en buena parte esta fiebre creativa, ya que su ánimo y su apoyo constantes han resultado decisivos para mi escritura en estos años.
— Quinta novela además en apenas siete años… He de decir que los lectores que le seguimos estamos encantados con este ritmo de publicación.
Me alegra saberlo. A mí mismo me ha sorprendido mucho, la verdad. Pero no sé si podré seguir con este ritmo…
— ¿La imagen de portada ha sido una elección del editor o ha intervenido usted? Es todo un acierto.
Las portadas las han elegido siempre mis editores, Julián Rodríguez y Paca Flores. Siempre me han pedido mi opinión o dado a elegir entre varias. Su sensibilidad para estos asuntos es exquisita, así que no me he tenido que ocupar para nada.
— No puedo dejar de preguntarle por Don Deneb, el maestro hippy procedente de una familia de alta alcurnia que protagoniza uno de los pasajes del libro más divertidos y redondos, a mi juicio, donde también asistimos a la muerte de otro maestro mayor, de otra generación y de otro mundo, Don Patricio. Me ha parecido ver en este capítulo un compendio de todo lo que es el libro: los niños que asisten a un mundo que cambia ante sus ojos.
Sí, puede interpretarse de este modo, casualmente, porque no ha sido deliberado en absoluto. En aquella Ibiza de principios de los 70 había muchos personajes estrafalarios que, nada más llegar e instalarse, se volvían aún más estrafalarios… Al final, llegaban a todas partes, te los encontrabas en cualquier sitio. Cuando uno escribe sobre aquellos años, se tiene el peligro de confeccionar un catálogo de tipos raros… Hay que llevar mucho cuidado con eso. Pero lo que la figura de este maestro plantea es una variedad de asuntos que tienen que ver con la educación, con la confianza, con la muerte… Y con el efecto que la novedad puede producir en el pensamiento de un niño.
En aquella Ibiza de principios de los 70 había muchos personajes estrafalarios que, nada más llegar e instalarse, se volvían aún más estrafalarios…
— Hace tiempo que no publica poesía, lo que no tiene que significar necesariamente que no la escriba. ¿Sigue escribiendo poesía? ¿Planea algún libro?
Una extraña e imprevista necesidad de contar historias me sobrevino hace siete u ocho años y desde entonces casi no he parado. De alguna forma, por el momento, ha sustituido a la escritura de poemas. Pero, por otra parte, considero que el mundo de mi poesía se ha extendido, también está presente en mis narraciones, no en forma de prosa poética, de la que prefiero alejarme, sino de otras muchas maneras que he ido descubriendo poco a poco y que tienen que ver con la construcción de los relatos y la función de la memoria.
— En los últimos años lleva una vida en Ibiza alejada de la vida social o cultural. ¿Necesario alejamiento para poder compaginar su labor como docente con la escritura u obedece a otros motivos?
Este es, como suele decirse, un asunto de mi vida privada.