El 4 de diciembre se cumplen 25 años de la declaración de Ibiza Patrimonio de la Humanidad. Transcurrido este cuarto de siglo, es de justicia reconocer el extraordinario trabajo que se ha hecho para restaurar los principales elementos de la muralla renacentista y sus baluartes, que, en líneas generales, se encuentran en un buen estado de conservación.
También se ha logrado poner en valor el patrimonio histórico-artístico con la apertura de nuevos espacios museísticos, actividades y productos culturales, y que la ciudad sea también conocida por ello. Los obras del Parador del castillo, asimismo, han concluido y el establecimiento, tras un largo proceso, parece que abrirá su puertas en la primera mitad de 2025, coincidiendo con los actos conmemorativos de este aniversario.
Además, desde que Ibiza es Patrimonio de la Humanidad, los propios ibicencos conocemos mejor la historia del recinto amurallado y las nuevas generaciones son plenamente conscientes de su importancia, que es algo que no nos ocurrió a quienes crecimos sin que existiera esta declaración. Hay que destacar también la normalización en el uso de una palabra que muchos ibicencos ni siquiera conocían: posidonia.
Hemos pasado de contemplar esta planta marina como una “alga” que ensucia las playas y que los residentes de antaño empleaban para aislar las cubiertas de sus hogares, a considerarla una joya biológica que mantiene la estabilidad de los arenales de la costa y la transparencia del mar, que libera grandes cantidades de oxígeno y que conforma un valioso hábitat donde se crían numerosas especies marinas. La posidonia, de hecho, es el organismo vivo más longevo del planeta, con 100.000 años de antigüedad, y también el más extenso, con una pradera en nuestras aguas de ocho kilómetros de longitud.
En cuanto a los restantes bienes incluidos en la declaración, en la necrópolis de Puig des Molins por fin pudimos ver, tras un proceso burocrático eterno, la renovación de su museo arqueológico. Hoy ya puede describirse como un espacio digno donde se exponen los principales hallazgos de las distintas épocas y se da a conocer la historia de este lugar tan singular del Mediterráneo. En el poblado fenicio de sa Caleta, asimismo, se ha creado un nuevo espacio musealizado en el viejo recinto militar aledaño, también rehabilitado, para explicar su importancia y se han acometido nuevas excavaciones y obras, aunque todo ello aún está pendiente de apertura.
Sin embargo, junto con estas luces, también ha habido sombras. Aunque la construcción del parador ya ha concluido, hemos tenido que soportar la visión de las grúas coronando la ciudad amurallada durante demasiados años, por una planificación penosa y una lentitud burocrática insoportable, que ha lastrado la imagen del recinto. Uno de sus espacios expositivos, como es el Museo Arqueológico que ocupa la antigua sede de la Universitat y las casamatas del baluarte de Santa Tecla, a los pies de la Catedral, sigue cerrado desde hace ya quince años, lo que constituye un retraso injustificable por parte del Ministerio de Cultura. Tampoco se ha conseguido que la parte alta de Dalt Vila recobre la vida, tal y como ocurre, por ejemplo, en sa Carrossa y en las plazas de Vila y del Sol. Pasear por sus calles de noche es casi tan solitario como hacerlo por el desierto. Tal vez la actividad que va a generar el parador logré la reactivación de esa zona, como sí ha ocurrido en otros entornos históricos del país, pero sin duda será un proceso lento, que requeriría de un plan específico.
El mayor lastre de todos, sin embargo, es la incapacidad de las sucesivas administraciones para recuperar el barrio de sa Penya, que, aunque está fuera del recinto amurallado, constituye su arrabal y está unido a él. Junta a un entorno que es Patrimonio de la Humanidad no debería de existe un área tan degradada como ésta.
En cuanto a la posidonia, aunque se haya conquistado cierto reconocimiento sobre su importancia biológica, sigue sin respetarse y todos los años se pierden nuevas hectáreas porque se fondea sobre ella, provocándole daños, y se vierten aguas sucias al mar y la salmuera que generan las plantas desaladoras, entre otros. El camino que hay que recorrer para dar solución a todos estos problemas es tremendamente largo y difícil, pero necesario, y por el momento no se traslucen planes ambiciosos al respecto por parte de las administraciones insulares y autonómicas.
Respecto al Puig des Molins, hay que decir que, de la misma manera que sucede con los espacios musealizados de las murallas, no se ha conseguido que lo visite un porcentaje adecuado de turistas, similar a lo que ocurre en otros destinos Patrimoni0 de la Humanidad. Mucha gente reniega de la promoción turística porque la isla ya está saturada, pero hace falta conseguir que vengan más viajeros atraídos por la cultura de la isla, dado que muchos de los actuales vienen exclusivamente por otros motivos de sobra conocidos. El turismo cultural tiene muchas ventajas y la principal es que su presencia beneficia a muchos sectores de la economía y no sólo a uno.
Finalmente, hay que subrayar que el retraso en la apertura de los espacios musealizados del poblado fenicio de sa Caleta no tiene justificación alguna. Se han perdido años preciosos y sólo cabe esperar que sus estructuras y contenidos estén a la altura de la importancia de dicho lugar.
En definitiva, hay que felicitar a los gestores que han hecho posibles las mejoras enumeradas a lo largo de estos 25 años, pero aún queda mucho por hacer y el objetivo de cuidar la posidonia, desde todos los puntos de vista, requiere de grandes inversiones e intervenciones, que de momento no se han hecho y tampoco se contemplan a corto y medio plazo.