Ahora que sabemos que estamos condenados a vivir y que de lo que se trata es de preservar la memoria, deberíamos hacerlo de una forma más responsable. Tal vez no sea demasiado importante que nos extingamos, puesto que tarde o temprano aparecerá una nueva forma de vida que nos suplante en este planeta, pero estando a punto de evolucionar a niveles superiores que perpetúen nuestra especie, yo no lo tomaría tan a la ligera. Tenemos la oportunidad única de evitar miles de años de sufrimiento a las especies que nos pudieran suceder, así como de garantizar una estabilidad emocional y de supervivencia a la nuestra. Si estamos aquí por algún motivo, considero que es éste.
Los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de años a causa de un meteorito que impactó en la que hoy es la península de Yucatán, en Méjico. La probabilidad de que esto vuelva a suceder, según los astrofísicos, es de una entre un millón. Pero hay que tener en cuenta que esta probabilidad es la calculada para un momento cualquiera. Si obviamos que la especie humana está sobre la Tierra -contando el tiempo en que aún se nos podía considerar simios- desde hace 7 millones de años, la probabilidad cambia a un 700 por ciento, lo que significa que estadísticamente tendríamos que estar todos muertos, no una ni dos veces, sino siete.
Sin embargo, hemos tomado el camino equivocado si de lo que se trata es de preservar nuestra especie, y desde mi punto de vista hay un culpable claro: la religión. Si bien ésta sufrió un duro golpe durante el siglo XIX gracias a las teorías evolutivas de Charles Darwin, lejos de abandonar y asumir con la responsabilidad que merece la realidad palpable que nos brinda la ciencia, sus fanáticos seguidores se revolvieron convirtiendo su práctica en todo aquello que supuestamente debería rechazar: mentira, engaño y manipulación. El cristianismo, el judaísmo y el islamismo ya no pueden distinguirse de cualquier otra secta.
Gracias a ello sus tentáculos están hoy tan extendidos como entonces. A principios del siglo XX todos los gobiernos occidentales estaban controlados por entidades religiosas, y eso no ha cambiado. Su estrategia fue simple y efectiva, y sus efectos perduran en nuestros días y son devastadores. Abogaron por aparentar una falsa credibilidad hacia la ciencia, no tenían otra alternativa ante la evidencia de los hechos, pero detrás de tal hipocresía han practicado una política mortal para ella, ocultando descubrimientos y tergiversando los que no podían ocultar, creando pseudociencias y desacreditando las convencionales, en definitiva desorientando a la opinión pública. Todo ello con el fin de mantener una supremacía material ante el resto de congéneres.
La ciencia, al no ser ambiciosa, y con el único fin de evitar un enfrentamiento, se ha dejado llevar. Si el conocimiento es la antesala de la libertad, deberíamos considerar que la ignorancia lo sea de la esclavitud. Es una clara contradicción que un país supuestamente laico tenga una asignatura escolar de religión, o que en la declaración de la renta aún aparezca la iglesia ni aunque sea de forma simbólica. Y es una desvergonzada actitud que nuestro actual presidente del gobierno pretenda hacer las cosas «como dios manda». Pueden suponer que al imaginar a dios sólo encontrará su propio ego.
Creo que ha llegado el momento de darle a la religión una última estocada. Para ello sólo hay que ignorarla, puesto que se alimenta de nosotros. Ella es la responsable de que probablemente ustedes no sepan que la paraplejia tiene cura, en Portugal se curan decenas de casos cada año. La única razón de que esto no suceda en España es la prohibición de investigar con células madre promovida por el Partido Popular. He puesto sólo un ejemplo de lo que son capaces las células madre en medicina, pero hay muchísimos más, entre los que se incluye la inmortalidad.
Tomemos la ciencia como el camino hacia la verdad, puesto que para ello se creó. Es muy desalentador que teniendo un campo que, por definición, trata de retratar la verdad, no lo tomemos en consideración a la hora de dirigir nuestras políticas.
Si confían ustedes en las palabras de cualquier charlatán, acabarán esclavizados en un mundo de superstición y superchería.
Recordemos las palabras de Charles Darwin: «La ignorancia genera confianza más frecuentemente que el conocimiento, son aquellos que poco saben, y no aquellos que saben más, quienes tan positivamente afirman que este o aquel problema nunca será resuelto por la ciencia.»