A modo de introducción:
Antes de entrar en el tema del presente artículo, me gustaría hacer unas pequeñas indicaciones. El nombre escogido para esta sección no es casual, sino una declaración de intenciones. Según la Wikipedia, por albedo entendemos: “el porcentaje de radiación que cualquier superficie refleja respecto a la radiación que incide sobre la misma”. Ésta columna pretende ser el reflejo de lo que “irradia” a su autor, sus experiencias, percepciones, ideas, opiniones… En resumen, la plasmación de su percepción de la realidad.
En la publicación anterior se intuye también el carácter que ésta tiene, crítico, un tanto pesimista, y personal. En ella, intentaré tratar temas varios, que van desde la actualidad política o social, hasta divagaciones o reflexiones propias del autor, pasando por análisis de eventos históricos o culturales.
Sin mas preámbulos, y esperando que el lector haya disfrutado de la publicación previa…
Sociedad memificada, parte 1. No lo miras, pero el monstruo no se va.
Todo el que esté familiarizado con el uso de Internet y las redes sociales habrá escuchado la palabra “meme”.
Un meme no es más que una manifestación (audiovisual, escrita, o de otro tipo) de una idea o sentimiento. El origen de éste término nos lleva hasta Richard Dawkins, conocido biólogo evolutivo, pero ése es otro tema.
Existen memes para prácticamente cualquier emoción humana, para acompañar situaciones de las que prevemos su resultado, para amenizar el contenido en el que se incluyen, etc. Básicamente, hacen el papel de un comodín muy utilizado y difundido, incluso fuera de la red (están en las conversaciones de barra de bar, o en la televisión… Y lo sabes).
Se han convertido, a todos los efectos, en una muestra de la sociedad postmoderna, adquiriendo características de viralidad, inmediatez, y en ocasiones, una rápida muerte. La aparición de nuevos memes no se detiene, mientras que otros van cayendo en desuso.
Todo es viral. ¿Has hecho tal o cual comentario? Tranquilo, se sabrá. Igual que tu fallo
Y por esto mismo, por compartir características con la sociedad de la cual han surgido (la gallina fue primero, después, llegaron, sin parar, los muchísimos huevos), me permito hablar de una sociedad memificada.
Comprobémoslo:
La viralidad. Todo es viral. ¿Has hecho tal o cual comentario? Tranquilo, se sabrá. Igual que tu fallo / descuido / tragedia… Y será repetido hasta la saciedad, mientras tú serás simplemente otra unidad de consumo para saciar el hambre de morbo que inunda nuestra existencia; el meme del momento entre tu propio círculo. ¡Qué importa! los memes no sienten, solo son mercancía para el humor.
La fugacidad. Nada es para siempre, se suele decir. Y hoy en día menos. Relaciones express, trabajos temporales, obsolescencia programada… Fue bonito mientras duró, pero toca empezar de nuevo.
La superficialidad. No intentes ser complejo, no te atrevas a ir más allá de la simple apariencia. Que más da que pienses esto o aquello, o que puedas discutir las verdades absolutas, establecidas como tal por el muy cualificado tribunal de “la mayoría”. Total, nadie te lo agradecerá.
Todo esto íntimamente ligado a una dependencia quizá excesiva a la fuente primigenia del meme, la sociedad globalmente idiotizada, la web 3.0 (¿o van ya por la 4.0?). Hoy en día, si de camino al trabajo descubres que te has dejado el móvil en casa, pareces revivir aquella terrible y recurrente (así como extendida) pesadilla… Estás en clase, y vas en calzoncillos.
No voy a discutir la utilidad de ciertas aplicaciones y gadgets, porque la tienen. Pero con ellas se abre una puerta peligrosa. Nos ofrecen la posibilidad de estar siempre en contacto con nuestros conocidos… a todas horas. Sí, también cuando es tu peor día y has recordado aquella ofensa no superada, y de repente te parece un buen momento para recordarla. También sufren las carencias de la comunicación online, en la que se pierde el factor humano, tan importante para la correcta comprensión de lo que se dice; y nos generan ansiedad al sentirnos ignorados porque ésa persona se ha conectado y no ha mirado tu mensaje, o si lo ha mirado, no ha contestado. “¿Qué estará haciendo? ¿Por qué me ignora? ¿Se ha enfadado?” Seguro que muchos saben de lo que hablo.
¡Y qué decir de las redes sociales! Esas herramientas, aparentemente tan inocentes, pero que son capaces de sacar lo peor del ser humano
¡Y qué decir de las redes sociales! Esas herramientas, aparentemente tan inocentes, pero que son capaces de sacar lo peor del ser humano. ¡Bienvenidos a la era del exhibicionismo online! ¿Vas borracho? ¡Que todo el mundo lo sepa! Estás cabreado, no te gusta lo que acabas de ver por la televisión, o el diario digital, y que mejor idea que publicarlo, que quede escrito, que pueda ser copiado, retwitteado, descargado…
Quizá Dios te perdone por la barbaridad o estupidez que pusiste en aquel maldito post, pero te aseguro que la red no lo hará. Allí no hay piedad; seguramente, haya un meme para describirte, o mejor aún, TÚ seas el nuevo meme. Una sociedad memificada, como en la que estamos (cuanto antes lo asumas, antes podrás prevenirte), puede llegar a convertirse en una trampa, sino mortal, sí potencialmente peligrosa a varios niveles.
Del mismo modo que hacen los niños pequeños, nos tapamos los ojos, y nos engañamos a nosotros mismos, pensando que si no vemos, no nos ven tampoco a nosotros. Así, intentamos pasar inadvertidos, sin llamar demasiado la atención, sin que el monstruo se fije en nosotros. Olvidando que muy probablemente, Hank Moody (protagonista de la serie Californication) tenía razón al decir que si eliminasen y prohibieran el porno en Internet, solo existiría una sola página web, y ésta se llamaría “Devolvednos el porno”. No miramos, pero el monstruo sigue allí, y lo que es peor, lo hemos creado nosotros. Quizá simplemente no miramos porque, a nuestro pesar, sabemos que si lo hacemos, nos veremos a nosotros mismos.
Continuará, esperemos…
Por José Juan Gómez