Ya es casi imposible descender por el agujero del conejo de la contracultura con el espíritu desenfadado.
Cuando contemplamos los orígenes de la contracultura hippie, lo hacemos desde la perspectiva de un sueño colectivo, un sueño que nació en los años 60 como respuesta a una sociedad convulsa. Los hippies, en su esencia, eran los alquimistas sociales de su época, buscadores de una fórmula mágica que combinara paz, amor y espiritualidad en una esencia de vida alternativa.
El fenómeno que fue la contracultura hippie de los años 60 y 70 en todo el mundo es una intrigante encrucijada de idealismo y ahora desilusión.
La contracultura surgió como una reacción al tumulto de la sociedad de guerras.
La Guerra Fría, un conflicto político y ideológico entre Estados Unidos y la Unión Soviética, impregnó el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. La amenaza constante de una guerra nuclear pendía como una espada de Damocles sobre la humanidad. La Guerra de Vietnam, dividió a Estados Unidos y provocó protestas en todo el mundo. La visión de jóvenes soldados enviados a luchar en una guerra lejana y aparentemente sin sentido generó una profunda desilusión en la sociedad. El Movimiento de los Derechos Civiles en Estados Unidos luchaba por la igualdad y el fin de la segregación racial de la década de 1960. En este caldo de cultivo surgió el movimiento contracultural que buscaba sanar y reconstruir la identidad colectiva.
Fabricaron sus profetas y banda sonora de esta revolución de la conciencia. The Beatles, con su mantra de «All You Need Is Love», y Jimi Hendrix, quien literalmente incendiaba el escenario con la Stratocaster, inspiraban la pasión de toda una generación. Películas como «Easy Rider» predicaba la esencia de la época, explorando la libertad individual y la rebeldía contra las normas sociales.
También aquel improvisado Woodstock, el auténtico, el del 69, fue un microcosmos efímero de utopía. Miles de almas se congregaron en una comunión musical y espiritual que parecía anunciar la llegada de una nueva era. La música, la contracultura y la búsqueda de una armonía colectiva se unieron en un momento que aún retumba en la memoria.
La isla de Ibiza con su atmósfera relajada se convirtió en el hogar de numerosos hippies en ir al encuentro de refugio. La búsqueda de la simplicidad y la autenticidad se manifestó en comunas que abrazaban el free spirit. La película “More” de Barbet Schroeder que se estrenó en el 69, emergió como un catalizador que influyó en muchos jóvenes a venir a la isla del arcoíris.
Ibiza, sin embargo es testigo de una transformación que cuestiona todos aquellos ideales originales. El auge económico de la isla basado en la música electrónica y el turismo elitista ha marcado un punto de quiebre. Los clubes exclusivos y las fiestas ostentosas reemplazaron la simplicidad y la autenticidad que alguna vez caracterizaron a la isla.
En esta encrucijada ha emergido la paradoja de la «hippie-burguesía», una contradicción que refleja el choque entre los ideales originales y la realidad contemporánea. El hippie-burgués anquilosado, una vez portador de sueños utópicos y ahora atrapado en el resplandor de un arcoíris desgastado. Hay que decir que algunos hippies se han convertido en espectáculos ambulantes, vendiendo la ilusión de una era pasada. Como el ilusionista que repite su truco una y otra vez, repiten los gestos y las palabras de antaño, pero el encanto se ha perdido. Su mensaje se ha vuelto un cliché, un recordatorio de lo que fue, pero que ya no es ni será. La isla que una vez fue un faro de la contracultura se ha convertido en un espejo de la cultura de consumo.
Es la cooptación de la autenticidad por la comercialización. Los valores fundamentales que en otro tiempo latieron en el corazón del movimiento hippie, se han desvanecido ante la búsqueda elitista de opulencia y ostentación. La estética «hippie chic» se ha convertido en un producto de consumo, y los ideales subyacentes se han difuminado en la neblina del materialismo.
La evolución de la contracultura hippie en Ibiza, desde sus raíces idealistas hasta su transformación en «hippie-burguesía» es sin duda un desafío.
Samaj Moreno