Entre las 8 y las 9 de la mañana es la hora de los perros en Santa Eulària. Personas de toda clase deambulan con sus compañeros caninos por parques, playas y aceras. Algunos ya nos conocemos, pero siempre hay caras y hocicos nuevos.
Desde hace un par de días, saludo cariñosamente a una señora que me devuelve la sonrisa a la orilla del paso de cebra. Nuestro romance comenzó cuando un chillido matutino la alertó de que estaba a punto de ser atropellada. El monigote del semáforo relucía en verde, sin embargo, un cuatro por cuatro desbocado decidió que sus prisas eran prioritarias a la vida de esta señora en cuestión, y decidió ignorarlo.
“¡¡¡¡CUIDADO!!!!”, grité a pleno pulmón al mascar la tragedia. Y ella, sorprendida, a la par que asustada, frenó su marcha en seco, instantes antes del colapso. Desde ese momento quedamos unidas por un lazo irrompible y, cada mañana, nos saludamos sonrientes, contentas de sumar un día más de vida, y uno menos de trauma.
No elijo siempre el mismo recorrido. Me gusta descubrir nuevas rutas costeras o adentrarme entre las sendas de los bosques para que mi peluda amiga disfrute persiguiendo la ilusión de un conejo que nunca atisbamos a encontrar.
Subo y bajo montes, esquivo árboles, rodeo veredas y salto charcos. Pero, al final, siempre me encuentro lo mismo. En cada esquina del camino, por muy recóndito y perdido, la huella del humano (siempre presente) nos acompaña: botellas, latas, bolsas, compresas, tiendas de campaña, ropa, bombonas de gas, motos destruidas, camastros desechos, lavadoras putrefactas y un largo etcétera, son ya parte del paisaje de esta doliente isla a la que “matamos de éxito” diariamente.
Los campamentos hippies semi-eco-friendly que antes proliferaban por algún recoveco, han sido remplazados en verano por comunidades enteras de trabajadores sin casa, cuyo respeto a la naturaleza se asemeja en tamaño a un guisante, ni falta que hace. Acampan, destrozan, ensucian y se van. Eso sí, dejando todo a su paso y el que venga detrás, que arree.
Sin juzgar a nadie – ¡Dios me libre!, que cada uno tiene lo suyo- , con los alquileres a precio de oro, el turismo masivo que nos devora y el poco sentido común que nos caracteriza, alguien habrá que pueda hacer algo, digo yo.
¿No?
Carmen Pi – enparalelo