Hace ya más de veinte años, en el verano de 2002, publicamos la primera edición de la guía Ibiza 5 Sentidos. Luego vendrían muchas más y reflejarían la evolución constante que ha experimentado la oferta turística, pero ese primer volumen, a pesar de incluir docenas de alojamientos, sólo presentaba dos establecimientos de cinco estrellas asociados claramente al sector del lujo: el hotel Palladium, en la urbanización Siesta de Santa Eulària, y el Hacienda Na Xamena, en los acantilados del Port de Sant Miquel.
En aquella época también se vivía un intenso debate sobre el modelo turístico y todo el mundo aludía a la necesidad de atraer a un turismo “de calidad”, que comenzó a perseguirse a través de la renovación de la planta hotelera. Este proceso aún perdura, pues todas las temporadas vemos cómo numerosos establecimientos se remodelan de manera integral y elevan su categoría, y ha acabado definiendo el modelo actual. Sin embargo, a pesar de las cantidades ingentes de dinero que remueve, el resultado global sólo puede calificarse de desastroso, salvo para los contados que han hecho fortuna.
Basta con ver los campamentos de caravanas que ocupan en su mayoría trabajadores de temporada, el colapso en las carreteras, la abrumadora carestía de la vida –mucho peor que en cualquier otro lugar del país–, y la imposibilidad para miles de familias de acceder a una vivienda digna, que constituye un elemento imprescindible para gozar de una vida mínimamente feliz, tranquila y equilibrada. La situación resulta tan extrema que ha comenzado un éxodo imparable de residentes que no tenían dudas de que pasarían su vida en la isla y que ahora se ven obligados a abandonarla.
Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el turismo de aquel 2002 generaba menos ingresos, pero, en general, los ibicencos vivíamos mucho mejor, éramos más felices y no padecíamos las preocupaciones, insalvables para muchos, que hoy nos embargan.
Aquel turismo de “calidad” en realidad acabó siendo un turismo de “capacidad”; es decir, de poderío económico del cliente, pero a cambio renunciamos a cualquier otro rasgo característico que en otros destinos sí están intrínsecamente vinculados al denominado turismo de calidad. Por ejemplo, la redistribución de la riqueza, la permanencia de los negocios en manos de empresas locales y un perfil de viajero realmente interesado en el patrimonio, los valores y paisajes naturales, la gastronomía autóctona, los productos del campo, la moda local o la idiosincrasia de la gente, entre otros factores.
Como nadie nace sabiendo y los mercados funcionan igual que los rebaños de ovejas, aquel turismo de “capacidad” –llamémosle lujo– se nos fue de las manos. Desde las instituciones también se apostó por elevar drásticamente las categorías de los hoteles y, en consecuencia, sus precios, y dicha estrategia se apoyó a través de múltiples vías. En lugar de mantener una oferta diversificada, nos pasamos de frenada. Todo el mundo se subió al carro de subir los precios y la única forma de venir a Ibiza pagando una cifra algo más moderada era recurrir a plazas legales, alegales o directamente ilegales en viviendas antaño residenciales. El turismo familiar se ha acabado marchando y estos hogares están siendo alquilados por semanas e incluso días a un perfil de turista similar al del lujo, pero que anda a rebufo de éste porque tiene menos capacidad monetaria. Efectivamente logramos la “calidad” económica, pero a costa de renunciar a la calidad “humana”.
A este contexto creciente de visitantes ricos se sumó la oleada de beach clubs y hoteles discoteca, que fomentaron un ocio diurno en las playas que conjugaba sol y fiesta. Acabamos reconvirtiendo el turismo de excesos de cerveza barata en un turismo de excesos de Moët & Chandon, pero con los mismos inconvenientes y además generalizándolo a lo bestia, porque éste ya no va sólo a las discotecas, sino que toda Ibiza ha acabado convirtiéndose en una: los chiringuitos de playa, las villas, las terrazas de los hoteles e incluso algún que otro agroturismo.
Todo el mundo que anhela la fiesta perpetua, la orgía de drogas y el derroche salvaje piensa en Ibiza como primera opción, arrinconando al turista que busca tranquilidad, paisaje, sabores y vivencias. El primero tal vez adquiera un bolso de Louis Vuitton de 10.000 euros, pero eso sólo beneficia a la marca francesa. Sin embargo, probablemente no pise un comercio local. Lo típicamente ibicenco ha quedado relegado a un papel secundario, tangencial, y los negocios de toda la vida están siendo devorados por un mercado global del lujo, similar al que puede encontrarse en cualquier otro destino internacional. Y por el camino, nuestra personalidad y carácter se desangran a borbotones.
Tras años en que la mayor parte del sector turístico y una parte del político han demonizado a quien planteaba poner límites a esta actividad en aras de preservar nuestras esencias culturales, patrimoniales y naturales, ahora por fin se suben al carro. Ya era hora. La gran cuestión es si llegamos a tiempo y se toman medidas realmente efectivas, o nos limitamos a un gatopardismo más o menos disimulado, en el que se apliquen cambios para que todo siga igual. El debate, al menos, ya es inevitable y será intenso, porque habrá que decidir hacia dónde vamos y cómo intervenimos el mercado, dado que el rumbo que nos ha impuesto estos años el libre albedrío ya hemos visto los efectos colaterales que conlleva.
El miércoles se celebró un encuentro multitudinario en Mallorca, denominado Mesa por el Pacto Social y Político por la Sostenibilidad Económica de las Illes Balears. Lo impulsó el Govern balear y congregó a representantes de más de 140 entidades, instituciones y sociedad civil. El principal mensaje que se trasladó durante la reunión, con la que se pretende iniciar un cambio de rumbo de consenso en la industria turística, fue que “es clave crecer en calidad, no en cantidad”.
En Ibiza y Formentera el tiempo nos ha demostrado que la “calidad” mal entendida acaba siendo sinónimo de “cantidad” y “miseria”, y que acometer una estrategia sin definir qué es esa “calidad” viene a ser lo mismo que comenzar la casa por el tejado. Definamos qué turismo queremos para mantener una industria sostenible económica y socialmente, y a partir de ahí construyamos el futuro. No vaya a ser que acabemos tropezando dos veces con la misma piedra.
El dichoso «luxury» es el tumor de la isla, solo beneficia al 1% de los ibicencos, q prostituye la isla a fondos de inversión, a millonarios varios y al dinero sucio de mafias indeseables. Y alrededor del mercado «luxury» pululan centenares de «emprendedores» ( caterings, seguridad, chofers, escorts, dealers.. ) q declaran, con suerte, el 10% de lo q ingresan. Rematado todo por una codicia generalizada entre propietarioos de vivienda, seguro q más de la mitad de las viviendas de la isla especulan de un modo u otro.
Y los responsables de todo ello? reaccionan? jajaaja ni lo sueñen. de momento fuera anticorrupcion, fuera comissió de medi ambient.. y casi mil licencias de obra nueva solo en ibiza.. si es que..
Anda pek diría ke eres mi alter ego, coincido en todo contigo.
Buen relato de como la avaricia nos hizo perder Ibiza.