Serían las tres de la madrugada de la noche anterior a la salida de nuestro gran viaje cuando ya daba vueltas totalmente desvelado en mi cama escuchando las odiosas ráfagas de viento que amenazaban, una vez más, el cumplimiento de mis deseos. Después de varias horas dando vueltas, consultar con mis compañeros de aventura y los sabios consejos de los patrones Asier Fernández y Pedro Pérez, decidimos aplazar unas horas la salida. Mi sueño empezaba a estropearse antes de empezar a soñarlo. Hubo instantes en los que se dijo de aplazar a otro fin de semana la salida, pero viendo los pronósticos se podía observar que a media tarde la situación mejoraría. Si tenemos que obtener una ventaja salimos a las 7a.m., pero lo que en la mayoría de los casos es bueno (salir prontito para coger mar en calma) ese día era nefasto. Dejamos que el mar terminara de soplar 5 horas más y a las 12h salí de la playa de Portitxol en el cabo de la Nao de Xàbia en memoria de la gran Montserrat Tresserres. En un pequeño bolsillo del neopreno un pez de gomas de colores que me hizo mi hija Adriana, en el otro, una concha recogida en Xàbia para mi hijo Lluís.
Sabíamos que de toda la travesía probablemente las primeras horas serían las más duras, en lo meteorológico, y no nos equivocamos. Empezamos con tralla de viento por el costado (del norte y del noreste) e incluso de frente con vientos de 11 a 15 nudos. El mar termino de desfogarse conmigo y me dio una buena tunda pero nosotros íbamos a lo nuestro y la tarde inició una tregua meteorológica que dejó progresivamente un mar tranquilo durante toda la tarde del sábado día 7, la noche y toda la mañana del domingo 8. El ritmo era siempre constante pero había muchas variaciones de avance, nadar en el mar es como ir encima de una cinta transportadora, eres una hojita a merced de vientos y corrientes. Algunas horas avanzábamos 1,5 millas, otras no llegábamos a 1, posiblemente nos acercáramos a 2 en algunos tramos que eran como un regalo.
Nadar de noche es algo que siempre despierta tus miedos pero las condiciones inmejorables, sin olas y con un equipo de apoyo con muchos ojos puestos sobre mí, en todo momento, me daban mucha tranquilidad. Llevaba arrastrando una boya con una luz por seguridad durante toda la noche y seguramente la mitad de los calamares del mediterráneo me siguieron aquella noche. En una de las paradas uno me saltó por encima de la mano y me dió un buen susto. Solo me picaron 5 medusas aquella primera noche, los miembros de la tripulación ni se enteraron; seguí hacia delante después de cada descarga eléctrica pidiendo a mi abuela Pepa de Can Lluc d´Aubarca, mi ángel del cielo, que por favor no me picaran más. El mayor miedo que puedes tener no es las que te pican si no las que tu imaginación puede hacerte creer que te picarán. Al final fueron pocas y al llegar la luz del día agradecí que la noche había terminado. Las millas eran muchas las recorridas pero también eran bastantes las que quedaban. Transcurrir de horas en un vaivén de brazos y de diálogos internos continuos. Canté canciones ibicencas, el repertorio de UC completo y las de Ressonadors pero también el «Islands» de Mike Oldfield o el «Don´t you worry child» de House Mafia. Daba para muchos temas. No me faltaron el repaso de errores de mi vida, el de personas que me quieren, el de pensar en mis dos hijos (Adriana y Lluís) y en el que vendrá dentro de poco (Marc), el de agradecer durante horas a todos los nombres que conozco y recuerdo, con los que he tenido mejor o peor relación, no dejé ninguno. A todos les di gracias.
La tarde del domingo fue muy dura cuando descubrimos que la boca, lengua y labios estaban muy deteriorados y corría peligro. Una medicación que se tuvo que conseguir en Ibiza, que estaba a 10 millas, fue la que alivió la inflamación durante algunas horas más. Ya llevaba muchas horas sin poder ingerir sólidos y mi alimentación pasó al modo «reserva», es decir, líquidos y geles energéticos. Más de 17 horas aguanté con esa aportación de unas 150 calorías hora, cuando el desgaste sería superior a 500. Mis reservas hicieron el resto y mi cuerpo bajó un poco el ritmo sabedor de la carencia calórica que estaba soportando.
Las millas no pasaban, el ritmo no era malo pero era lento, 1 milla por hora. Metido en una corriente de costado que me azotó la cara durante las últimas 6-7 horas metiendo agua salada en una boca en la que la inflamación impedía que los labios se cerraran. Volví a pedir a mi abuela que aquello acabara y acabó a falta de 1-2 millas para llegar a es Vedrà. Íbamos en un pasillo de corriente misterioso que nos llevaba hacia la mágica roca, por su parte del este. El destello de la luz trasera de la isla era una guía y mazazo a la vez por que no llegaba. Pensé en tocar es Vedrà para asegurarme el reto pero si modificábamos la trayectoria perderíamos unos cientos de metros que no podía regalar. Si hubiera tocado es Vedrà ya no habría entrado en Cala D´Hort donde estaba mi meta final perfecta. Decidí seguir, solo son tres millas más, me dijeron desde las embarcaciones. Tres millas más eran casi tres horas más, nos la jugamos. A falta de 1 milla volvieron mis amigas las medusas, esta vez me acribillaron. Era increíble, maldije cien veces a esos animalitos inocentes. Con las luces de los barcos pude esquivar a cientos, quizá cinco o seis más dieron diana en mi cuerpo. El dolor ya casi no era percibido, tenía tan cerca el objetivo que no pensé en claudicar por una picadura más o menos.
Ya podía ver las velas de los que me esperábais en la playa, oía la algarabía, oía campanas, sirenas de barcos, mi nombre pronunciado por muchos seres queridos. Juanjo Planells y sus amigos cogieron un pequeño bote a motor para iluminarme los últimos 500 metros. Vi el fondo de arena, fondo que no había visto desde hacía 36 o 37 horas. Vi más luces, más gritos, más emoción, más alegría y vi que la profundidad me permitía ponerme de pie. Señalé a mi ángel en el cielo y luego me dirigí a mi meta, donde estaban mis ángeles en la tierra y descubrí que eran muchos y que todos eran felices. Starlight estaba esperándome.
Con este reto azul cierro un círculo y abro otro por que la vida es un continuo viaje sin descanso, nunca hay que rendirse, siempre hay que luchar. Ya que no puedo ser gigante seré hormiga.
Juan José Serra Boned
No hay que este señor salga en los medios. Joder que pesao! Que na ha descubierto la polvora ni sabe quién mató a Kennedy.
Cada día hay miles de personas superando retos, pero retos de verdad, enfermedades, problemas económicos… Tirarse al mar fué su decisión y como bien dice el protagonista SU RETO! Por qué tanto bombo?
Este texto publicado me parece rizar el rizo, empalagoso y sobretodo innecesario.
No te sulfures hombre, si no te gusta no lo leas, es muy fácil. Hazme caso.
Mujer! Gracias
Pues mira, me considero de poco aguante leyendo prensa, viendo noticias… ya sabes. Esas cosas que te llenan la retina de fantasmas e indignación y de repente, encontrarme esta historia estos días, me parece inspirador.
Se trata aparentemente sólo de una buena persona más, un tipo «del montón» que se plantea un reto y lo intenta y fracasa y en lugar de desistir, sigue intentándolo y duramente, pero lo consigue.
Por cierto, el dinero recaudado para quien quisiera colaborar era para la Asociación de Personas con enfermedades neurodegenerativas de Ibiza y Formentera.
Lo dicho, para mí si ha sido un placer leer de él y también leerle.
La verdad, hay muchas cuestiones merecedoras de repercusión mediática, y desde luego, el venir nadando desde la península, es una de ellas.
Bravo por Juanjo.
KAMPEON! CON MAYUSCULAS
Enhorabona Juanjo: has demostrat que els límits existeixen només per superar-los. Ets un crack!