Se alejó de la cháchara callejera sin decir más y también de los comercios que rodeaban la ciudad pues ya pobre iba y no más allá del mercado sólo los fresones por dinero cambiaba.
Mientras pensaba que cruzaba un dilema puesto que lo leyó en la wipi y deseaba alcanzar la buena vida sin ayuda de santos, reverberaban las luces de led en el bulevar y súbitamente desapareció todo el panteón de dioses que en su inocencia se alojaban al comprender uno de los secretos de la vida.
– Montaré el negocio del amor en una esquina, dijo para sí mismo.
Junto a la luminaria de los bulevares destacaban las pequeñas bombillas de su bufete que a una intensidad más baja enviaban el mensaje de curas eternas para males. Y como el mundo sed de todo tenía, allá fue para curar el mal.
Apareció primero el nativo de esas tierras que habiendo perdido las herramientas que llenaban de orgullo su vida y el vino su consciencia, preguntó por el camino, camino que bien fue aclarado ese mismo día por el que escribía los horóscopos.
Al llegar una tarde, el de los horóscopos quiso saber qué futuro le aguardaba, futuro que él mismo y no por orden divina contaba a los lectores en sus oráculos diarios que situados a un nivel superior de los obituarios daba a entender así a la gente que tenía el poder de la vida y de la muerte y determinaba también el ocio en sus vidas en tan sólo una hoja.
Al serle preguntado por el fiscal por sus menesteres, respondió el aprendiz de brujero que él dotaba de esperanza a sus admiradores pues desde un lustro hacía que no veía membrete de brujo o de oficina estatal alguna y que desconocía el camino, así dispuso que el horóscopo era del todo suyo.
A los días siguientes vino un caballero sin identificar género que pidió ser curado de aquel mal que en tanta pena le ahogaba y en el bufete entró queriendo seducir y dijo que sufría de intensos enamoramientos al oír la voz de la gente constipada, hecho que así anotó perfectamente el del bufete en su denuncia previa.
Nuestro oyente que todo parecía escuchar por su disposición a inclinarse y acercar los oídos cuando penas le eran contadas, Rafael se llama ahora y dejó aquel animado bufete pues el fiscal investigó y supo que las curas no eran válidas por más vistosa que fuera su corbata.
Gestionando su bufete todavía abrió los ventanales para reducir la humedad después de estornudar y creyeron que sus penas eran ya curadas cuando el mar vieron los que tanto sufrían. Y como de decirlo todo a escribirlo sólo mediaba una palabra, Rafael depositó las copias de un solo poema en las manos de cada uno de aquellos que penas le contaban y sin decir nada cobró luego.
«… y vino el silencio al sumergirme en aguas claras y a punto de tocar, no más lejos, bancos de peces pasaron sin ver que yo estaba. Me sentí reptil al rodear las rocas y trepé por ellas sin miedo de caídas y tuve sensaciones que las nombré al tocar del fondo la arena».
Una líneas llenas de poesía que serían investigadas dos días después en la comisaría del bulevar y más tarde se abrió causa penal, así como tal creo recordar.