Hace rato que vengo dándole vueltas a cómo hacer este artículo sin que me cause un problema. Dado que ya ha pasado el tiempo suficiente y haciendo unos pequeños retoques de decoro, fieles al lector, veo que puedo confesar lo que para mí fue una información que merece ser compartida.
Un día, en una cafetería del puerto, un tipo de pelo engominado, con traje de Armani y algo ebrio (por su excesiva complicidad conmigo), me dijo: «En Ibiza muchos dicen que es la Isla de la libertad de los hippies y de las buenas vibras, ¿pero sabes lo que es de verdad Ibiza? Una puñetera lavandería, sí amigo, una enorme lavandería de dinero sucio». Me vino a la mente el libro de Cristina Cat, ‘El hombre de paja’, que ya deja constancia de ello allá por los 80, cuando Richard Schmitz blanqueaba dinero para Pablo Escobar en la isla y acabó sepultado bajo hormigón.
El caso es que aproveché aquel encuentro con el borrachín de pelo engominado para que me preparara una reunión con el que supuestamente podía blanquear dinero. Sí, es cierto, me hice pasar por alguien que necesitaba lavar grandes cantidades de dinero. Mucho riesgo.
La reunión fue en un salón de juegos y me cachearon al entrar. Por si las dudas, me disfracé con una camisa hawaiana con los tres botones de arriba abiertos, un collar de cadena dorada, unos jeans de pitillo con rotos, las tenis fluorescentes que uso para correr, unas Ray-Ban negras y una gorra. Iba nervioso, y cuando me cachearon, me sudaban hasta las manos.
El individuo que me iba a informar del proceso estaba sentado en una mesa al fondo del local. Cuando me senté frente a él, me pidió que me quitara las gafas (algo que hasta entonces solo me había pedido mi novia). Es difícil describir al tipo y, de cierta manera, tampoco me conviene. Para empezar, me dejó claro que hay que entender que hay dinero sucio y dinero negro: el sucio proviene de un ilícito penal y el negro de la economía sumergida. El sucio necesita lavado y blanqueado, que es a lo que él se dedica específicamente. El dinero negro no existe y hay que hacerlo existir, él no se dedica a esos menesteres, pero sabe quién sí.
El proceso sería el siguiente dependiendo de las cantidades de las que estemos hablando. Para cantidades inferiores a cien mil euros al mes, me propone comprar un negocio en Ibiza y me presenta una lista en la que la mayoría son de hotelería, y las pizzas suelen estar bastante regulares. Si la cantidad es alrededor del medio millón de euros al mes, me recomienda comprar arte o lujo: coches, barcos o joyas. Apunta que el arte es un valor muy seguro y sencillo. Me explica que se trata de comprar una obra, después subastarla y la compra él mismo a través de un colega con el dinero a lavar. Luego, se puede volver a vender o quedársela, dependiendo. Los barcos también son un valor interesante y fácil, pues tiene contactos en Malta, donde no preguntan de dónde viene esa enorme cantidad de dinero.
Pero si estamos hablando de cantidades serias de dinero, que ya pasan del millón de euros al mes, recomienda su especialidad (por el brillo en los ojos lo corroboro), que es la adquisición de inmuebles. La dinámica es sencilla, según él: se crea una cadena de empresas pantalla, básicamente sociedades limitadas, para que no puedan rastrear el dinero. Unas doce, que normalmente a la sexta los inspectores ya van como pollos sin cabeza. Así que, por seguridad, se constituyen esas doce, que terminan en una cuenta de un banco en Lituania. Luego, como la ley española permite la adquisición de inmuebles desde cualquier país, ¡voilà! ya lo tienes. Y me enseña varias propiedades que podrían ser adquiridas en la isla. Sus honorarios son del 3% de todo aquel capital lavado.
Perplejo por la sencillez con la que parece que se lava dinero sucio en Ibiza, me dispongo a irme lo antes posible del local de juegos. Pienso en estrechar la mano al blanqueador de capitales, pero dado que me siguen sudando, lo evito con una palmada en su hombro y agradecimientos insistentes. Una vez salgo a la calle y subo al coche, veo por el retrovisor que el guardia de seguridad de la puerta me sigue mirando. Algo neurótico por la situación, me imagino que ha guardado la matrícula y eso me pone muy nervioso. Ya en la carretera, grito y doy golpes al volante para sacar la adrenalina. Mientras, me digo a mí mismo que estas pesquisas me pueden salir caras. Lo cierto, y no voy a negarlo, es que algo saqué de esto: ciertamente, en Ibiza lavar dinero es fácil, muy fácil. Hay un tejido construido que demuestra que se hace y lleva haciéndose desde hace mucho tiempo, así que el tipo del pelo engominado y traje de Armani quizás no iba tan desencaminado cuando dijo que Ibiza es una enorme lavandería de dinero sucio.