Aunque el interior de la cueva era oscura noche, fácilmente se orientaba por las galerías agarrándose a las rocas, vadeando la charca o por el goteo del agua que desde el extremo de la estalagmita caía.
Asomó la cabeza entre la penumbra y la luz clara del día, pues vio que la cola de su gato se movía de un lado a otro justo antes de abalanzarse sobre una croqueta o tal vez un pájaro, ya que las rocas que protegían su morada del viento impedían saber ciertamente si de pájaro o croqueta se trataba.
Encontrándose en el exterior de la cueva y acostumbrado ya a la intensa luz del mediodía anduvo unos cuantos pasos y dijo para sí mismo:
—Casi se me olvidan las gafas de sol. Estarán cerca de la estalactita.
De las gafas de sol sí que se olvidó pero aunque tampoco lo recordaba, su pendrive estaba bien sujeto en las pieles que usaba para dormir y sabiendo esto comenzó el camino para interactuar con hombres y mujeres.
Descubrió en la cueva, pues de pensar sí que hubo mucho, que lo ideal era capturar lo valioso del tiempo y comprimirlo en el pendrive para recordar los mejores momentos de su vida en un futuro. Lo elemental de la vida era forzoso evitarlo si quería encontrar la divina proporción entre el silencio y las interacciones terrenales.
Ya en la ciudad, cruzó las bodegas de un antiguo palacio escuchando la música que surgía de su celular plegable guardado en el bolsillo del pantalón y vio que ante él se abría una enorme plaza coronada por la torre de un reloj que alargaba su sombra y acortaba nuestro tiempo. Se sorprendió de que aún siendo la misma plaza, los mismos árboles, las mismas callejuelas y los mismos edificios que diariamente veía, si observaba todo el conjunto desde un ángulo nuevo, mejoraba la belleza allí retenida.
Y con la sensación de bienestar que el nuevo conjunto palacial le proporcionaba, observó a diferentes grupos que allí interactuaban y se fijó especialmente en uno por la cantidad de pájaros que atraía y que incluso se posaban sobre los brazos de aquellos hombres y mujeres que más que hablar escuchaban.
Estudió más de cerca aquellas caras llenas de sosiego y halló detalles que aún no había percibido, como una sonrisa tras la sorpresa, una luz poco conocida en los ojos de una joven, la espera de una madre para que su hijo viera cómo el pájaro terminaba de beber en un charco y emprender el vuelo…
En el pendrive quedó guardado todo lo que ese día descubrió pues ya tenía la tablet, se sentó en el banco ubicado entre la pastelería y el mercado y retornó a la cueva no con el propósito de pensar más, si no porque ahora existían más motivos para vivir y los pájaros ya se le acercaban siempre allá donde estuviese.
Jaume Torres