La frase del título nos resume las primeras líneas del documento conceptual de unos de los diálogos interactivos de la Conferencia sobre el Agua de las Naciones Unidas entre los días 22-24 de marzo en Nueva York.
La escasez de agua afecta a millones de personas en todo el mundo, especialmente en las regiones áridas y semiáridas, como por ejemplo la zona del Sahel o del Magreb. A mayor falta de agua, mayores son las repercusiones negativas en la vida de las personas, como las limitaciones a su acceso, el aumento de la rivalidad por los recursos hídricos y la disminución de la productividad agrícola.
Incluso, la desigual distribución de los recursos hídricos puede exacerbar la pobreza y la desigualdad social, provocando la inestabilidad regional. En los planes de las Naciones Unidas, nos encontramos la meta 6.4 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Esta meta pretende aumentar esencialmente la eficiencia en el uso del agua en todos los sectores y garantizar su acceso y su suministro ante la falta de agua. Con ello, se busca reducir sustancialmente el número de personas que sufren escasez de agua. Este objetivo no es trivial, ya que el agua es un recurso esencial para la supervivencia humana y su escasez se está convirtiendo en una preocupación creciente en todo el mundo.
Para alcanzar el ODS 6, el cual se refiere a «garantizar el acceso a la disponibilidad del agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos«, es menester adoptar una serie de medidas para garantizar que la utilización del agua sea eficiente y sostenible.
Algunas de estas medidas para un buen uso son: La mejora de la gestión del agua con el uso de la recogida de agua de lluvia. El aumento de la eficiencia con sistemas de riego que eviten la evaporación y las fugas. La promoción de la gestión integrada de los recursos hídricos con planes de reutilización y protección contra la contaminación. Y finalmente, el fomento de la participación de las personas, las instituciones y el sector privado en la gestión.
El último punto pasa a ser fundamental. Por un lado, según el Banco Mundial, un tercio del potencial del crecimiento económico se ve afectado por la crisis de la calidad del agua. Por ello, las empresas juegan un rol principal ya que son un modelo de gestión de los recursos hídricos disponibles. Por ejemplo, mejorando la gestión del agua en su cadena de valor y apoyando la innovación y la educación sobre el agua.
Por otro lado, el diálogo forma parte esencial en la prevención de conflictos en regiones con inestabilidad política. La clave es, por tanto, la idoneidad de las instituciones. Los países en entornos áridos o semiáridos cooperan en temas del agua. Pues con unos recursos hídricos escasos, las personas cooperan. Y cooperan creando estrategias institucionales mediante acuerdos formales o comités de trabajo informales. Así la adaptación es más fácil.
La historia nos enseña que incluso los enemigos más acérrimos han negociado acuerdos y establecido diálogos en periodos de crisis. Por ejemplo, el Comité del Río Mekong, creado en 1957, mantuvo el intercambio de información entre sus miembros sobre los recursos hídricos durante toda la guerra del Vietnam.
En conclusión, la cooperación intersectorial deviene fundamental para lograr el desarrollo sostenible y garantizar que los recursos hídricos sean accesibles para todos. La consecución de este objetivo requiere una serie de medidas para mejorar la gestión, aumentar la eficiencia, promover la gestión integrada y fomentar la participación sobre el agua. Si trabajamos juntos, podremos garantizar que los recursos hídricos se gestionen de forma sostenible. Y sí, lo vuelvo a mencionar: el agua, a menudo, une más que divide.
José Antonio Domínguez Ribas