Dejé de creer hace años en un Dios todopoderoso y bueno: cómo un ser que posea esas dos virtudes –la bondad y la omnipotencia– va a pasarse la vida mirando hacia otro lado, ignorando tanta injusticia, tantos gritos ahogados, tanto odio volcado contra el débil, tanta indigencia económica y moral. O no es tan piadoso como dicen, o no lo puede todo.
Fue desgarrador renegar del dios que me habían inculcado desde que nací pero, como contrapartida, también dejaría de creer en Satanás y en su fuego eterno. Por fin podía actuar bien o mal porque así lo dictaba mi conciencia, y no porque desease un premio o quisiese evitar un castigo. Un alivio.
Sin embargo, de vez en cuando la realidad me trae noticias espantosas, insoportables, y entonces rebusco en el cajón de mis dogmas, a ver si hay suerte y recupero la fe. En esas ocasiones me urge convencerme de que existe un sitio maravilloso al que van las personas justas, y un infierno de brasas ardientes y perpetuas en el que los malos se calcinan. En estas me encuentro ahora mismo. Acabo de leer que se ha localizado el cuerpo de Olivia e intuyo que el hallazgo del cadáver de la pequeña Anna es cuestión de tiempo.
Después de la muerte de las dos hermanitas tiene que existir algo más que la rabia y el desconsuelo de quienes jamás dañaríamos a un niño. Necesito saber que a Anna y a Olivia las han acogido en un lugar hermoso…»
Después de la muerte de las dos hermanitas tiene que existir algo más que la rabia y el desconsuelo de quienes jamás dañaríamos a un niño. Necesito saber que a Anna y a Olivia las han acogido en un lugar hermoso, que tendrán afecto y risas y vestidos nuevos y juguetes, piruletas, toboganes y columpios, y una mamá cariñosa que les haga cosquillas, les cuente cuentos y las arrope por las noches. Un lugar en el que no recordarán qué clase de monstruo fue su padre, su asesino. Hoy necesito creer que el cielo existe, y que Olivia y Anna habitan en él.
También espero que exista el averno, un lugar en el que se pudra quien no merece llamarse humano y muchísimo menos merece ser padre, unas tinieblas como las que nos dibujaban en nuestra infancia, con demonios de tridente, rabo y orejas largas que se ríen y te pinchan mientras te abrasas en su hoguera.
Ojalá exista el infierno y ojalá se pudra en él para siempre Tomás Gimeno.