El proceso evolutivo de las especies es siempre algo fascinante. El científico inglés Charles Darwin (1809-1882) publicó en 1859 su libro The origin of species, en el que explicaba una novedosa teoría acerca de la evolución. Para Darwin, la clave de las transformaciones que las especies experimentan desde el inicio de los tiempos está en las mutaciones genéticas aleatorias de los supervivientes y la selección natural del medio a los más fuertes. Así, aquellos que se adaptan mejor al medio son los que sobreviven y, por ende, los que perpetúan estas nuevas modificaciones genéticas a través de la reproducción. Unos pocos años después, el también científico e intelectual inglés Herbert Spencer (1820-1903), aplicó esta teoría al campo de la sociología y creó las bases de lo que hoy conocemos como el darwinismo social o, como él mismo mencionó en su obra Principles of Biology (1864), “la supervivencia del más apto”.
La teoría darwiniana es especialmente fascinante, además de por su brillantez, por su enorme capacidad de extrapolarse a diversos campos del saber. En esta época que nos ha tocado vivir ya (casi) todos contamos con la suerte de que no morimos a causa de nuestras debilidades genéticas porque disponemos de avances médicos que, en el mejor de los casos, intervienen de manera efectiva y rompen esa teoría de la selección natural por cuestiones biológicas. Ahora bien, ¿y qué hay del darwinismo social? ¿quiénes son ahora los que se adaptan mejor al medio?
Si entendemos el medio como el entorno o el sistema en el que nos desarrollamos, hablamos entonces del sistema capitalista (y no olvidemos que patriarcal). Y parece evidente que en un sistema que se rige por el Mercado, ya no hablamos tanto de una cuestión social, sino económica. El darwinismo económico que estamos viviendo en Eivissa, por ejemplo, es una buena muestra de esto que les pretendo contar. Aplicando esta teoría al caso eivissenc, podemos hablar de cómo el derecho a la vivienda es un ejemplo viviente del darwinismo económico.
El acceso a una vivienda, ya sea en régimen de alquiler o de compra, es hoy en día un privilegio reservado a muy pocos, si es que antes no lo era ya. Llevamos años observando cómo cada verano se anuncian viviendas con precios escandalosos. Viviendas en el mejor de los casos, cuando no hablamos de habitaciones compartidas, balcones o, directamente, furgonetas “habilitadas para entrar a vivir”. Para ilustrar mejor a nuestros lectores y nuestras lectoras, en Eivissa andamos ya por unos 1.500€ al mes por alquilar pisos de menos de 70 metros cuadrados. Y hay quien defiende estas prácticas: “es que es el precio del Mercado”. No hay duda, pero quizás las preguntas que haya que hacerse sean otras: ¿pueden los sueldos de los residentes en Eivissa asumir esos precios? El darwinismo económico aplicado a este caso nos revela la brillante deducción de que solamente pueden adaptarse al medio aquellos cuyo nivel adquisitivo es muy superior. Algo que, contra todo pronóstico, era insospechable dado el cariz de los acontecimientos venideros, ¿verdad?
¿Tiene el darwinismo económico alguna solución? ¿Puede atajarse para que, por fin, vivamos en una sociedad igualitaria que respete la dignidad de todos los seres humanos? ¿Quién puede parar el darwinismo económico? ¿Acaso no es responsabilidad de las Instituciones que todas y todos tengamos acceso a la vivienda digna? Y, en todo caso, ¿no es momento ya de que las Instituciones intervengan y se atrevan a regular los límites del libremercadismo para garantizar el acceso a la vivienda a aquellos y aquellas que tienen sueldos menos generosos?
Las consecuencias de este atropello económico ya se han manifestado en Eivissa: falta de personal sanitario, policial y educativo para garantizar el correcto funcionamiento de los servicios públicos, falta de personal en las pequeñas empresas que no pueden competir con los sueldos que ofrecen las grandes del sector a aquellos trabajadores que vienen de fuera, imposibilidad de independizarse y… ¡LA BURBUJA! En 2008 comenzó una crisis global que se vio agravada en el contexto español por la especulación urbanística. Desahucios masivos, rescates del gobierno a bancos y una generación entera estafada y con la vida paralizada. Y resulta que tan solo diez años después, comenzamos de nuevo el ciclo. Vuelven a salir las inmobiliarias como setas y vuelve la especulación.
Y este Déjà Vu no cesa. En la Península se escandalizan con los reportajes que los medios nacionales hacen sobre los precios de los alquileres en Eivissa, pero el asunto no tiene mejor pinta en Madrid o Barcelona. Sevilla ya está en camino. El incremento salvaje y desmedido del turismo y la consiguiente aparición de los pisos turísticos (declarados o no) y de las plataformas del estilo de AIRBNB, nos han llevado a un aumento del precio de los alquileres que, a todas luces, no se ajustan a la realidad de los salarios.
Hoy tengo demasiadas preguntas, ya les pido disculpas por darles más incógnitas que respuestas. El darwinismo es un principio explicativo, pero ni Spencer ni Darwin pueden hoy solucionar las consecuencias del laissez faire del Libre Mercado, que pagamos los débiles económicos. Pareciera que la libertad individual nos trae demasiados problemas a las clases trabajadoras. Políticos y políticas, les toca intervenir, ¿no? No les elegimos para que el Mercado hiciera su trabajo. Sancionen a especuladores, regulen el precio de la vivienda y pongan coto al darwinismo económico de una vez. O es que a lo mejor su desentendimiento es consecuencia directa del “darwinismo político”, y solamente tenemos en nuestras Instituciones a aquellos dirigentes que mejor se adaptan al medio, al Mercado, y que estos son preservaciones de anteriores políticos con la mutación genética divina de adorar al libremercadismo, los que finalmente se han adaptado al medio, han sobrevivido y se han reproducido…
¿No ven? La teoría darwinista de la evolución de las especies es fascinante.
Por Bianca Sánchez-Gutiérrez
Fantástico artículo.felicidades
La propuesta es interesante, entre otras cosas, por su voluntad de cuestionar. Solo temo que la apelación final sea demasiado intelectual como para que nuestros políticos sean capaces de «afinarla».