Resulta que desembarca en la isla una tropa de exboxeadores, exgorilas de discoteca, exguerrilleros venidos a menos y calaveras con pinta de matones de película serie B, lanzan vídeos con amenazas, montan un dispositivo de lo más variopinto, aseguran que aquí mandan ellos, que trabajan en coordinación con las fuerzas del orden y que les ha felicitado la alcaldesa de Santa Eulària, exigen a unos ciudadanos que les muestren la documentación y desalojan a unos okupas sin que medie un juez. Ole.
No entro en si estos individuos tienen más o menos cosas nazis tatuadas en el vientre, en si acumulan muchas o pocas causas pendientes con la justicia ni en si han sobornado a policías para que les echen una manita en los desalojos. Algo he leído pero, francamente: me da igual. Total, de qué nos vamos a espantar en Ibiza a estas alturas.
Voy a lo que me acongoja. Lo primero es la actitud de nuestras autoridades. Nadie debería mostrarse tibio ante una empresa como Desokupa, y aún menos aplaudirles y reírles la gracia. No vale ese gesto tibio de cruzar así los deditos y redactar un mensaje en las redes sociales diciendo que ojalá la situación se resuelva sin incidentes. Pues sí. Ojalá. Se me ocurre que una buena forma de evitar altercados es rechazar las conductas amenazantes e intimidatorias y procurar que quienes se plantan en un territorio para imponer su propia ley no se sientan respaldados por los gobernantes.
Lo segundo: tenemos un problema grave y enquistado en nuestra sociedad, y es el de la vivienda. La vivienda digna es un derecho fundamental. No tener casa debería sonarnos tan extraño como no tener médico de cabecera o escuelas para nuestros hijos. Sin embargo, a raíz del show de Desokupa en Punta Arabí, se ha hablado mucho de la necesidad de proteger la propiedad privada, y apenas nada sobre las personas sin hogar ni ese derecho a la vivienda que ampara la Constitución.
Dejo para el final lo peor de todo: me pone los pelos de punta la naturalidad con que se admite que allí donde la justicia es lenta, se puede tomar un atajo en modo forzudos de pose chulesca que asustan al Niño Jesús. Tengan cuidado quienes defienden a estos crápulas, no vayan un día a girarse las tornas. Quizás entonces no estemos a tiempo de arrebatarles el poder que nunca nadie debió otorgarles.