Recuerdo perfectamente el 23 de septiembre de 2007 porque yo estaba ahí, en el solar donde se ubica esa cosa sinuosa y colorida, esa caja vacía, ese lujo caro que es el edificio ‘Las Boas’. La entonces alcaldesa Lurdes Costa temblaba de emoción porque un arquitecto estrella dejaría en Eivissa su impronta. Si otras ciudades tenían a Calatrava, a Frank Gehry, a Forster o a Zaha Hadid, nosotros tendríamos a Nouvel. Además el francés llegaba de la mano de un proyecto privado, sin coste alguno para las arcas públicas. Realmente, nos había tocado la lotería.
Cinco años más tarde, debemos admitir que la carrera de Nouvel no será recordada precisamente por la obra que dejó en Eivissa. Más vale que corramos un piadoso velo y pensemos que, bueno, que si Brad Pitt y Angelina Jolie han bautizado a unos de sus hijos como Shiloh Nouvel en su honor, es que algo bueno habrá hecho este hombre en algún momento de su vida.
El día de la primera piedra del edificio contó con la presencia Nouvel, un tipo realmente impactante. El sol brillaba sobre su piel trasparente y entonces recordé un día muy especial, el día en el que hablé con él por primera vez, una jornada que se me quedó grabada por siempre en la memoria.
El encuentro
Hace diez años, yo trabajaba en una televisión local catalana y Nouvel se encontraba en Barcelona para mostrar la maqueta un centro comercial y de oficinas en Hospitalet, y para presentar a concurso su proyecto del nuevo estadio del R.C.D. Espanyol. Recuerdo que me planté en el despacho de sus colaboradores y, de manera bastante inconsciente, pregunté si podía hablar con él. Sus socios me miraron estupefactos y dijeron que bueno, que vale, que entrara.
La aparición en escena de Nouvel -que en aquel momento estaba en la cresta de la ola- fue espectacular. De las tinieblas de un largo pasillo emergió su impresionante figura: alto, ancho de espaldas, vestido de negro riguroso, del cuello de su chaqueta negra emergía una cabeza redonda, de un blanco fosforescente, nuclear y radioactivo. Su calva era difícil de definir, era LA CALVA. Clavó sus ojos en mí y pasé un instante de miedo: Nouvel en persona es el doble de Nosferatu el Vampiro. Ojos expresivos, boca grande, orejas puntiagudas, mejillas cartilaginosas y blancor cerúlea con un único y tenue rastro de vida en los labios. Blanco y de luto, como un espectro. Su voz sonaba a eco. Le dí la mano. Estaba helada.
Le pregunté por el proyecto que realizaría en Hospitalet -que cobró y no construyó, cosas de la crisis- y él se puso de soslayo -porque en ningún momento me miró frente a frente, sino que se ubicaba en escorzo y me miraba como de reojo- y con voz lenta y morosa empezó a explicarme (en francés) su concepto del edificio. Me habló de la necesidad de que la arquitectura fuera orgánica , me habló de un edificio exuberante, de una construcción que se desbordaba y de una cúpula que emergía del interior del edificio como si se tratara de una flor de carne que se abre.
Cuando alguien nos cae bien, decimos que es un seductor. Cuando nos cae mal, decimos que es un embaucador. Un arquitecto estrella debe tener esta virtud ya que debe convencer a su cliente de que gaste una cifra astronómica en su proyecto, y yo en ese momento intentaba discernir si Nouvel pertenecía a la categoria de los seductores o de los embaucadores. Porque esa metáfora del edificio como un cuerpo humano, esas analogías y esa metáfora de la flor de carne me remitía a Jean Genet y a Georges Bataille, a esa cosa que gusta tanto a los franceses de encontrar una coartada intelectual a cualquier desvarío. Nouvel se presentaba, además, como el arquitecto heredero del espíritu del 68, del hedonismo y el adalid de una arquitectura vital, sensual, etc.
Recuerdo que lo miré y, en la luz mortecina de la habitación, con su traje negro y el fondo oscuro, su cabeza blanca asomaba de entre las tinieblas como un retrato rembrantiano. Tras mirarme el cuello, murmuró una despedida y su presencia abandonó la cámara. Fin del recuerdo.
En la actualidad a Nouvel y a los arquitectos estrella se le ve poco por la vieja y empobrecida Europa. Ahora los grandes proyectos llegan de China y de las monarquías árabes y a los arquitectos estrella les sientan muy bien las dictaduras: muchísimo dinero a su disposición, barra libre a cualquier extravagancia y una opinión pública crítica inexistente o maniatada. En Abu Dhabi, Qatar y Pekín se pueden hacer muy buenos negocios pero, eso sí, a esta gente no le puedes hablar de flores de carne, porque no creo que se lo tomen muy bien.