@Julio Herranz/ No pretendo ser objetivo, justo ni equidistante en el tema que enfoco esta semana. Y para no caer en la tentación de la comprensión hacia el derecho que cada cual tiene a la hora de buscarse la vida, me pongo a escribir el artículo a media tarde, mientras de molesta banda sonora retumban en mis oídos los bajos psicóticos de los beach clubs y otros infames negocios estivales de mi sufrida Platja d’en Bossa, una de las zonas más castigadas de Ibiza en las últimas temporadas por mor de la tolerancia intolerable del Ayuntamiento de Sant Josep, que se pasa las normas de convivencia ciudadana por el arco del triunfo.
Aunque, en honor de la verdad (y toco madera), en general este año están algo más comedidos. En general, porque cuando, por ejemplo, ‘actúa’ alguna de las estrellonas famosas y mejor pagadas en el Usuhaïa; o cuando el pincha de turno del Bora Bora, por ejemplo, se pone de lo que sea, más vale coger el coche y salir huyendo para visitar a algún amigo del interior de la isla. Pero éso, no pasa tan a menudo; y la policía suele actuar con más diligencia y eficacia ante las quejas de los vecinos. Pero como la inocencia ciudadana la perdí hace mucho, me temo que tan sospechosa solidaridad se debe más bien a que al año que viene hay elecciones municipales y autonómicas (más las generales; buff, qué planazo). Y como los turistas no votan y el azul pepero cotiza a la baja…
Pero no quería entrar hoy en política tan directamente, a pesar de que todo lo sea, por activa o por pasiva; sino que la intención iba más bien en señalar la cruz y la medalla que ostenta Ibiza en el mundo como paraíso de los pinchadiscos, tal una maldición que nos hubiera tocado en alguna tómbola diabólica. Y como hay una buena lista que se lo lleva crudo por sesión, pues ala, a proliferar tal plaga bíblica, imitándose unos a otros intentando subir peldaños en el escalafón de las primadonas, ese selecto club de nombres que vemos anunciados por todos los rincones de la isla como si fueran artistas de verdad y no habilidosos tipos (hay pocas tipas en este negocio) con más o menos gusto para mezclar sonidos que, mayormente, han creado otros. Un negocio redondo, si les sale bien la jugada de conectar con la masa bien puesta de todo lo que les suba.
Nada que objetar, ya digo, si la cosa se la guisasen y se la comiesen ellos mismos y sus mecanismos de sacar pasta en lugares cerrados, a los que vaya quien quiera gozar de tales excelencias creativas, con perdón. Como Pacha, Privilege, Amnesia y las otras discos que, en su día, se vieron obligadas a cubrir sus vergüenzas para no molestar a los vecinos. Pero la cosa ya es de juzgado de guardia cuando, palmo a palmo, los empresarios consentidos por ese laxo poder político que sufrimos, van haciendo de Ibiza una continua discoteca al aire libre. A este paso, el lujo más caro de la isla será el silencio.
La música electrónica está hecha para bailar, estimular el sistema nervioso y aumentar el entusiasmo, sobre todo el consumista. Está demostrado científicamente que es imposible relajarse y llevar una vida psicológica y emocionalmente sana y estable teniendo que escuchar esta música en los momentos de tranquilidad y descanso. Permitir que esta situación se produzca en los hogares de los ciudadanos es, simplemente, inmoral.
ES INHUMANO! Bye, bye PP for ever
Totalmente de acuerdo con el Sr. Julio Herranz.
Se deben tomar medidas todo el año, también existe turismo que busca tranquilidad y quiere apreciar y disfrutar Eivissa como era. Bueno y los residentes que? Ojo no nos acerquemos a Magaluf, Sant Antoni etc. De pena. Saludos.