@Julio Herranz/ Lo del David aquel que con una simple honda derribó al fiero Goliat es de las historias de la Biblia que siempre nos han gustado más a los que nos sentimos impotentes ante cualquier abuso de poder, ya sea este político, económico, social, cultural o sentimental. Pero, por desgracia, la gesta del mozalbete osado pocas veces tiene éxito cuando los que nos sentimos abusados decidimos hacer algo para equilibrar tan injusta balanza.
Es lo que nos pasa a tantos y tantos durante el verano ibicenco. y el pasado fin de semana hemos vuelto a sufrirlo con creces con la celebración de esa aberración sonora y anti ecologista del Grand Prix en la torturada Platja d’en Bossa. Una competición de lanchas supersónicas, a toda pastilla y sin respeto alguno para los derechos de los residentes (humanos y animales), que nos ha castigado por las bravas y con el consentimiento de las instituciones, que han permitido sin pedirnos permiso tamaña locura para el lucro de unos negocios privados ajenos al legítimo interés general.
Una competición de lanchas supersónicas, a toda pastilla y sin respeto alguno para los derechos de los residentes (humanos y animales), que nos ha castigado por las bravas y con el consentimiento de las instituciones.
Sólo con escuchar el bramido sonoro de las pruebas del viernes, supe que mis nervios no soportarían semejante desmán impune. Así que me alegré aún más de que la casualidad hubiera estado de mi parte al aceptar la invitación de un amigo y colega menorquín, Eugenio Rodríguez, para que, junto a Laura Ferrer, otra querida periodista amiga, pasáramos ese fin de semana en Maó, con el pretexto de las fiestas patronales del lugar. Una estupenda decisión; tanto por lo que nos quitábamos de encima en molestias, como por la dichosa oportunidad de conocer un festejo del que tanto disfruta y al que tanto elogia el mahonés, quien cada año vacaciona en su isla por estas fechas, volviendo luego relajado y feliz a su movidito curro ibicenco de periodista entusiasta.
Las comparaciones, sí, pueden resultar odiosas; pero en este caso son justas y necesarias. Parece mentira que siendo Ibiza y Menorca unas islas tan próximas geográficamente, disten tanto entre sí en temas tan fundamentales como la defensa de su medio ambiente, el respeto a sus tradiciones y valores sociales y culturales o el modelo de explotación económica y turística. Nada que ver; sacándole la segunda (desde mi punto de vista) mucha ventaja a la primera, aunque en apariencia y brillo fugaz a muchos les pueda parecer que es al contrario. Allí la riqueza parece más y mejor repartida, resistiéndose con una lógica y sentido común envidiables al avasallamiento del lucro privado a costa del público. Basta una breve escapada para comprobarlo; aunque no sea barato hacerlo, pues el Govern no facilita para nada una fluida y asequible comunicación directa entre islas sin tener que pasar por Mallorca.
Parece mentira que siendo Ibiza y Menorca unas islas tan próximas geográficamente, disten tanto entre sí en temas tan fundamentales como la defensa de su medio ambiente.
En cuanto al balance de tal escapada de emergencia, resultó un éxito; al que contribuyó con una generosidad casi excesiva el querido anfitrión. Feliz él de vernos disfrutar tanto de unas fiestas tan variadas y participativas, pues el verdadero protagonista es el pueblo, que se entrega con devoción cómplice al amplio y estimulante programa; con mención especial, claro, a la tradicional y singular movida de los caballos, todo un espectáculo hermoso, lleno de gracia y no exento de riesgos para el personal, bien puesto de ‘pomadas’ y ganas de pasárselo en grande. O algunas actuaciones musicales de mérito. Sin olvidar el encanto de playas como la de Cavalleria, a la que fuimos a despejar la resaca del sábado con un baño reconfortante. En fin, que si no me diera tanta pereza la mudanza, me trasplantaría gozoso a isla tan bonita y humanizada.