En los últimos días observamos con desconcierto cómo se suceden las violaciones grupales a mujeres -algunas menores de edad- por hombres -algunos menores de edad-. Pareciera que a estos chicos las hazañas impunes de La Manada les hubieran inspirado y que las palabras expertas del abogado de aquellos, inmerso en pleno tour mediático con rédito económico, fueran el sostén definitivo que amparase la idea de la sexualidad que tienen nuestros chicos adolescentes. Y todo ello con la connivencia de los medios de comunicación españoles.
Lo cierto es que nada de esto es casual. La teoría feminista acuñó un concepto que adopta las maneras de principio explicativo de esto que nos ocurre ahora: “los hijos sanos del patriarcado”. Con este término se pretende erradicar la idea de que los violadores y los maltratadores son enfermos o dementes que maltratan, violan y matan a las mujeres por razones sujetas a experiencias individuales y subjetivas. Los conocidos casos aislados. En contraposición con esa idea, los violadores y maltratadores de mujeres no serían más que buenos hijos sanos del patriarcado, que ponen en práctica todo lo que un sistema sociocultural como el que tenemos les ha inoculado durante generaciones: a tratar a las mujeres como objetos sexuales al servicio de los deseos masculinos.
Andrea Dworkin (1946-2005) defendía la teoría de que “la pornografía es la propaganda del fascismo sexual”
Cualquier persona que trabaje habitualmente con adolescentes sabe cómo entienden la sexualidad y de dónde extraen ese conocimiento. Andrea Dworkin (1946-2005) defendía la teoría de que “la pornografía es la propaganda del fascismo sexual”. La pornografía mainstream, que como sugiere Sheila Jeffreys (1948-) ya ha alcanzado el estatus de fenómeno de masas, se sostiene ideológicamente entre la cultura patriarcal que lo dispone todo al servicio de la satisfacción del deseo masculino y la misoginia encarnada en el placer de practicar la violencia sobre los cuerpos de las mujeres.
No en vano, las temáticas más recurrentes de la industria del porno –a la cual chicos y chicas tienen acceso gratuito y libre a través de un dispositivo con internet- tienen que ver con violaciones dentro del ámbito familiar, sexo grupal en el que se humilla a una mujer frente a muchos hombres, la pederastia o la normalización de la prostitución. Hace unos meses conocíamos que un hombre había aprovechado para hacer negocio de la crisis migratoria y estaba grabando y emitiendo por internet vídeos de porno amateur con mujeres refugiadas que tienen evidentes necesidades económicas. Otro hijo sano del patriarcado.
No debiera sorprendernos ni escandalizarnos que nuestros jóvenes traten así a sus compañeras. Ni tampoco que nuestras adolescentes asuman como normal que ese es el trato que pueden esperar de sus compañeros. Igual que tampoco es motivo de sorpresa saber que en las últimas semanas se ha disparado en las páginas web de pornografía la búsqueda sin éxito del vídeo que grabó La Manada aquella noche.
La vinculación entre la pornografía y la violencia sexual contra las mujeres es, como vaticinó Dworkin, fácilmente demostrable. Rosa Cobo (1956-), profesora de Sociología del Género de la Universidad de A Coruña, explica muy bien en su obra La prostitución en el corazón del capitalismo (2017, Catarata) que la pornografía ha salido de los márgenes y se ha colocado en el centro de la cultura debido, entre otros asuntos, a “los intensivos procesos de sexualización de las mujeres, el interés del capitalismo global por ampliar los límites de la industria del sexo” o “la obsesión patriarcal por preservar la hipermasculinidad”.
La pornografía no puede explicarse sin los procesos de socialización»
Asimismo, tal y como defiende la autora, la pornografía no puede explicarse sin los procesos de socialización. Cobo argumenta que, aunque “no crea el modelo de sobrecargada sexualidad de la mujer ni tampoco origina el modelo de varón agresor”, la pornografía contribuye a que esos estereotipos se reproduzcan en la sociedad.
Solo a través del relato de las relaciones sexuales que nos transmite la pornografía podemos entender que existan tantos hombres y mujeres que vean con normalidad y eximan de toda culpa a esos cinco hombres condenados a nueve años de cárcel por abusar sexualmente de una chica y que, más allá, haya quienes reproduzcan esas conductas violentas copiando hasta el apodo.
Es el efecto Manada.
Por Bianca Sánchez-Gutiérrez
«Hace unos meses conocíamos que un hombre había aprovechado para hacer negocio de la crisis migratoria y estaba grabando y emitiendo por internet vídeos de porno amateur con mujeres refugiadas que tienen evidentes necesidades económicas. Otro hijo sano del patriarcado»
Yo creo que se trata de un delincuente de la peor especie ¿No?
Tiene aspectos interesantes tu discurso, pero reduces todo a la variable patriarcado. Me da a mi la impresión que con ella se simplican dinámicas muy complejaa con muchos factores en juego. Quizá por esta opinión también sea sospechoso y un hijo sano del pratiarcado capaz de los peores crímenes.