Los enemigos de la unidad de España están de enhorabuena. Cuentan entre sus filas a un inestimable colaborador, a un tipo que lucha sin desmayo para generar mal ambiente, para azuzar rencillas y odios, y que le quita horas al sueño para hacer todo lo posible para que este país se vaya al garete. Pero su gran suerte es que el tipo que le ha puesto dos velas negras y que le ha jurado odio eterno a España es ni más ni menos que el ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert. ¡Un ministro! Todo un logro de los independentistas que han podido colocar a un topo en las más altas instancias, un éxito que no se veía desde que la Stassi de la RDA coló a un espía como secretario personal de Willy Brant.
Porque lo de Wert es de traca. Justo cuando la marea independentista en Catalunya parece entrar en una etapa de dudas y división, justo después del soberano batacazo de Artur Mas en las elecciones catalanas, justo cuando el soberanismo retrocede en el Parlament -de 76 a 74 escaños- y cuando algunas voces de CiU empezaban a sugerir -con la boca pequeña, eso sí- que quizás sería necesario volver a hacer negocios con el PP, justo en ese momento de zozobra del catalanismo aparece el infiltrado Wert y… ¡milagro! el independentismo vuelve a remontar.
Porque nadie lo haría mejor. Justo cuando Rajoy ya había descolgado al teléfono para llamar a Duran i Lleida y sondearle un civilizado retorno al redil patrio, se descuelga el señor Wert con un proyecto de ley que elimina el catalán de las materias troncales y la rebaja a la misma categoría de las asignaturas marías tipo Música o Expresión Plástica. Una excusa magnífica para que el dividido nacionalismo catalán vuelva a juntarse bajo la cuatribarrada, salten chispas y vuelvan los adéu Espanya!
Si yo fuera partidario de la unidad de España estaría temblando, porque este tipo no descansará hasta que los catalanes se larguen y a él lo nombren ministro de Educación de la República Catalana. Como no es mi caso -mi única patria es el vientre de mi madre y la única bandera a la que debo respeto es la ropa colgada en el tendedero de un patio de luces- me limitaré a observar el espectáculo. Eso sí, espero que la educación pública no me la toquen, pero esa es otra historia.